Los héroes del barro

Jesús Navarro Alberola

El pueblo valenciano saldrá adelante. Y será gracias a la ayuda de todos. No lo olvidemos. No nos olvidemos.

Como presidente de Alicante Gastronómica Solidaria he podido ver el desastre de Valencia desde el primer momento. Cada día, con la ayuda de cientos de voluntarios y la inestimable colaboración de multitud de empresas que nos envían productos o vehículos, repartimos más de 8000 menús calientes, listos ya para comer, en los puntos más críticos de la catástrofe: Paiporta, Aldaia, Bétera, Catarroja, Albal… En nuestras cocinas de Muchamiel, llenas también de voluntarios, se desprende un aroma a platos exquisitos, pero sobre todo ese aroma del amor emocionado de las personas que entregan su esfuerzo y su tiempo para que aquellos que se han quedado sin nada tengan la certeza de que, a pesar del futuro incierto, su presente sea algo más llevadero. Gema, una luchadora incansable, organiza ese espacio celestial al que uno entra cabizbajo pero sale lleno de emoción y alegría por sentirse útil en momentos tan difíciles.

            Nunca olvidaré la imagen de un hombre que, tras salir de las cocinas y encontrarse con la soledad y el silencio de su coche, rompió a llorar desconsolado como manera de descargar la tristeza acumulada. Esa imagen define sin palabras el drama que estamos viviendo: el corazón en un puño, sobrecogidos, trabajando y moviéndonos casi por inercia, motivados por las noticias que llegan (“hay que ayudar más”, “siempre se puede hacer más”). Sin embargo, a la mínima que uno baja la guardia, la tensión acumulada hace aflorar las lágrimas.

            Cuando acaba el trabajo en la cocina es momento de salir hacia la zona 0. Es donde realmente nos necesitan. No es fácil coordinar este trabajo de reparto diario en medio del caos de coches amontonados, barro y desolación. Hemos visto escenas apocalípticas, imposibles de imaginar si no las ves y sientes en vivo. El olor no se transmite por televisión. Cuando a cientos de kilómetros se cambia de canal o se cierra el periódico, hay miles de personas allá que tienen palmos de fango en sus casas, que han perdido a familiares y amigos, que ya ni tienen fuerzas para llorar.

            Y es curioso, pero siempre vemos a las mismas personas organizando el reparto en esas zonas. Ante la clamorosa falta de coordinación oficial, que no es el momento ahora de criticar, surgen los héroes naturales. Y esos héroes son las mujeres. Porque son ellas quienes coordinan los lugares de reparto, las interminables colas. Como en muchas otras ocasiones, aquí también la mujer demuestra que es más valiente que el hombre, que tiene más fuerza. Y también los jóvenes. De ellos se ha dicho que eran la generación de cristal, pero la desgracia evidencia que no es así. Tienen corazones de diamante y están reflejando su bondad a los cuatro vientos. Todas ellas de barro hasta la cintura, con el sudor apelmazado de días y días sin descansar, organizando sobre el terreno con un arrojo que asombra. Luego vuelves la cabeza y ves a un grupo de jóvenes ayudando a personas mayores: les suben el menú a sus casas, colaboran con la limpieza de bajos y escaleras, despejando calles y abriendo caminos. Es muy emocionante.

            La mujer, que es creadora de vida y lleva en su ADN el espíritu de cientos de miles de madres, aporta en estas situaciones dramáticas su fuerza descomunal. A los hombres nos puede la emoción. Y los he visto: hombres llenos de barro que se derrumban cuando les das una bolsa de comida. Por detrás, las mujeres siguen concentradas en la ayuda, preparando la del día siguiente. Yo, que me he quedado junto al hombre del barro, compartiendo lágrimas y abrazos, me espabilo con la reacción de las mujeres y vuelvo al trabajo. No hay tiempo que perder. De reojo, el hombre marrón, camuflado con el entorno y la multitud, desaparece en esa calle apocalíptica donde aún se apilan coches y muebles en un cementerio al aire libre.

            Pronto, ese hombre será un punto en el horizonte. Hay que seguir. Vienen más hombres, más mujeres, más jóvenes y niños. Alguien nos grita “gracias” desde un balcón. Llega el eco de un aplauso lejano. Pero aquí estamos con las manos ocupadas, repartiendo menús en una cadena de solidaridad que parece no tener fin. Mañana habrá más, tranquilos. Los que hagan falta. La vida, por encima de todo, continúa. El pueblo valenciano saldrá adelante. Y será gracias a la ayuda de todo. No lo olvidemos. No nos olvidemos.

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