Alacantí: borratxo i fi

Art. de opinión de Jesús Navarro Alberola

Haciendo historia ficción, subidos en una máquina del tiempo, podríamos aterrizar en 1959 (año en que nací, por cierto) y ver cómo empezaba a hablarse en los mentideros de los despachos sobre una futura región del sureste. La democracia era un sueño, la transición una utopía y el dictador estaba más vivo que nunca, superado lo peor de la posguerra y con el cheque del Plan Marshall ingresado en los bolsillos (aunque solo de unos pocos, claro). El sureste lo iban a conformar Alicante, Murcia, Albacete y Almería. Casi nada. Esas futuras provincias acabarían siendo parte de cuatro autonomías diferentes, quizá para que nunca más volviera a germinar aquella semilla. Y, puestos a imaginar y darle más gas a la máquina del tiempo, ¿qué habría pasado con la lengua valenciana de haber prosperado aquella región del sureste? Para reflexionar.

Visto en perspectiva, creo que salimos ganando. Acabamos siendo parte de Valencia, luego de la Comunidad Valenciana, pero se reforzó un alicantinismo que, sin caer en alicantones cutres e innecesarios y sin despreciar a las provincias que nos rodean, permitió el desarrollo de un auténtico sentimiento de pertenencia. Por encima de valencianos, está claro que somos alicantinos. ¿Por encima de españoles? Pues ahí, ahí estaremos.

En esa encrucijada entre Valencia, Murcia y Albacete, con unas ciudades repletas de inmigración, siempre bienvenidos, llegados de esas provincias, mirando siempre al Mediterráneo y con el otro ojo más allá de las montañas (con una Europa fuerte y presente desde el 86), Alicante capital, la ciudad de Alicante, con campo, sol, playa, montaña e historia a rebosar, fue contagiando al resto de los municipios de la provincia ese individualismo diferenciador que nos ha hecho muy nuestros. Cualquiera de los otros ciento cuarenta pueblos y ciudades tienen dónde verse reflejados en Alicante. Y con una ciudad que tuvo que reinventarse al comercio y al turismo y crecer y seguir creciendo, sirvió de espejo y modelo para otros lugares. De ahí viene, creo yo, el carácter emprendedor de tantos y tantos municipios: Cocentaina, Novelda, Xixona, Alcoy, Cox…, sacando industrias adelante con materias primas traídas de donde fuera, reinventándose continuamente sea para crecer o para sobrevivir. Un ejemplo de trabajo, esfuerzo y valentía, con productos «made in Alicante» que brillan en todo el mundo.

Ese espíritu independiente, que hoy se ve muy claro cuando nos plantamos frente a cualquier fuerza externa que nos quiera controlar, sea empresarial, política o cultural, se explica por la historia y por ese carácter tan nuestro, diferente a las provincias que nos rodean, el carácter propio del alicantino, un dandi atemporal, capaz de crear el arroz del senyoret y poner a toda España alrededor del turrón de Jijona en Nochebuena y brindando tras las uvas del Vinalopó para acabar el año.

Sin embargo, esa vena independiente no es motivo para aislarnos. Lo hemos demostrado con la dana, donde la provincia, a través de la ONG Alicante Gastronómica Solidaria, se ha volcado con nuestros hermanos valencianos distribuyendo más de 300.000 menús calientes en la zona cero de la catástrofe. Precisamente, nos ha sorprendido la grata noticia de que somos candidatos a los prestigiosos premios Princesa de Asturias.

Y este espíritu de concordia se ve cada día desde hace décadas en conurbaciones como Elda y Petrer y, quizá alguna vez, Novelda, Monforte y Aspe, donde valenciano y castellano fluyen con normalidad y conviven con respeto. Desde la capital de la Comunidad, desde una Valencia que está a hora y media pero lejísimos para otras cosas, parece que nos vean como algo lejano, un ente extraño capaz de caer y levantarse, de crear empresas de la nada y reciclar industrias, de mantener terrenos de cultivos y, en otras partes, acoger a media Europa en sus eternas vacaciones de luz y mar. El mar de Sorolla también es nuestro Mediterráneo, que no se nos olvide.

Y de la diversidad de cada comarca alicantina nace un sano alicantinismo que enriquece nuestra visión del mundo y que pervive en un puñado de palabras que solo se dicen aquí, solo entendemos los de aquí y que, donde quiera que vayamos, se nos escapan con el orgullo de saber que, de Dénia a Pilar de la Horadada, de Banyeres a Tabarca, del Puig Campana al río Segura, solo los de aquí comprenderemos. Porque en Alicante, cuando eras un mañaco te ponían companaje en el bocadillo y jugabas a llevar a coscoletas a un amigo. Ahora, te pides un bombón en el bar, pero sin morder la cucharilla, que da tiricia.

Ese alicantinismo es el que debemos reivindicar. Ciento cuarenta y una singularidades que tejen una identidad colectiva vibrante que nos sitúa ante la vanguardia de España. Sin olvidar el acervo cultural de una historia que se hunde en la Edad Media y que tuvo en el modernismo un repunte industrial (ahí tenemos, por ejemplo, a Alcoy), Alicante mira al futuro y juntos, provincia y capital, en una simbiosis perfecta, seguiremos construyendo un territorio cohesionado que se enorgullezca del pasado y confíe en su futuro.

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