Se convierte así en el noveldense más joven que ha subido a la cima del Mont Blanc con 4.808 metros de altura. El pasado 12 de julio, Guillermo Irles Nieto pasó así a la historia del montañismo noveldense.
EL DESTINO Y EL ESFUERZO
Una fina capa blanca de nieve reciente se vislumbraba sobre las nieves y hielos perpetuos en lo más alto de las montañas, una visión privilegiada desde lo alto de l’Aiguille du Midi. A pesar de estar el cielo cubierto por un telón gris uniforme de nubes altas, de cuando en cuando aparecían otras nubes pomposas de color blanco, a una velocidad que barrían todo el macizo montañoso en un visto y no visto.
El frío viento golpeaba en las grandes rocas graníticas que forman las crestas de Les Cosmiques, en cada recodo, en cada “gendarme” de roca, en cada arista de nieve existente entre los roquedos, en cada larga afilada arista que parte desde esta cumbre y por supuesto, a nuestro cuerpo abrigado que nos hacia sentir un frío entumecedor. Nuestras mentes pensaban lo mismo: “que tan solo hace 24 horas estábamos a mas de 30º en la tierra que nos ha visto nacer, y aquí estamos pasando frío a mas de 3800 metros de altitud en los Alpes”.
Andar y empezar a realizar algo de actividad física, nos daría un poco de calor en las anquilosadas articulaciones. Adentrarnos por los frondosos bosques, oír el sonido de una cascada del riachuelo vertiginoso, el cantar de los pájaros, el hablar de los árboles al mover sus ramas, el olor a humedad y el “clic,clic” de las gotas de lluvia al caer sobre nuestras ropas impermeables…. nos hizo recargar el alma de sosiego y de paz.
A pesar de ello, aumentamos el paso para no mojarnos demasiado y llegar a buena hora para consultar “Le Meteo” y decidir que planificación seria la mejor teniendo en cuenta otros factores, aunque aquí, en la montaña, las matemáticas suelen “fallar”.
Nuestro grupo compuesto por Guillermo Irles Nieto, de 16 años, vecino de Novelda, viene practicando desde su infancia los deportes de montaña, escalada, barranquismo, bicicleta de montaña y esquí. Miquel Más Navarro, de 44 años, vecino de Beneixama es Guía de Montaña y Leandro Fco. Irles Ramón, de 44 años es vecino de Novelda y también Guía de Montaña, de Escalada y Guía de Barrancos. Ambos adultos tienen un amplio “curriculum” montañero tanto en el ámbito deportivo como el profesional dentro de la conducción, el guiaje y la docencia en la montaña.
Tras preparar los equipos de alta montaña concienzudamente para los tres, la mañana del día 11 de julio del 2011, apareció con algo de viento en el valle, la previsión climática no fallo para ese día, viento y frío en aumento en relación a más altura.
La estación del tren cremallera de Le Fayet fue el lugar donde decidimos subirnos a este emblemático e histórico medio de transporte del lugar, tras una hora de trayecto llegamos a la ultima estación denominada “Nid d’Aigle” a 2370m de altitud. El frío se dejaba sentir, incluso al pasar a las zonas soleadas, y el viento empezaba a ser algo molesto a medida que íbamos ganando altura hacia el Glaciar Tête Rousse.
Dejamos de lado el Refugio Tête Rousse a 3167 m. para cruzar este pequeño glaciar donde los científicos han detectado una bolsa de agua interna, por lo que una gran zona del glaciar esta balizada para su control y estudio, previendo así posibles accidentes a los transeúntes de esta ruta hacia el Mont Blanc.
Llegados a la zona peligrosa denominada “la bolera”, situada a una altura de 3300m, recargamos pilas para cruzar en horizontal y a la carrera. Y es que su denominación lo dice todo, se trata de un corredor por donde la caída de piedras es constante y claro, los bolos son los montañeros que se atreven a cruzar.
Una vez situados en la arista vertical de roca, subíamos evitando las zonas de más riesgo de caída de piedras, auque más que piedras eran verdaderos peñascos que podían caer desde los laterales y rebotar hacia nuestra posición, la elección del itinerario es esencial para una segura ascensión por este tipo de terreno. Cada vez que levantábamos la vista se acercaba más el refugio y poco a poco en unas últimas trepadas lo alcanzábamos.
El refugio de Goûter situado a 3817 metros de altura esta situado sobre la propia Aiguille du Goûter, construido sobre unas rocas en plena arista, donde el hielo del glaciar en la otra parte del refugio hace presión sobre este enclave, construcción recubierta de metal en el exterior y de madera en su interior. Se debe pasar por su puerta, bordearlo y llegar a la arista de nieve situada al Este para seguir la ruta hacia la cumbre.
Refugio, donde millares de personas han pasado por él, a lo largo de su historia desde que se construyo y que tiene sus días contados, cuando se inagure el nuevo refugio que se esta construyendo muy cerca de este. Lugar de amparo de los vientos, de las fuertes radiaciones solares existentes en la altitud, de los relámpagos, de las tormentas de nieve, del frío y donde poder ingerir algo caliente y recuperar fuerzas, pero también es un lugar donde se comparte mesa con personas venidas desde distintos puntos del mundo.
Ese día algo paso en la organización y la gestión de este refugió, el caso es que mas de una treintena de personas tuvimos que descansar en el comedor y no en las literas existentes para ello. Eran las siete de la tarde cuando en el 1er turno cenamos, una sopa y arroz con una salsa demasiado picante.
Decidimos que la mesa en que estamos en este rincón, era la idónea para establecer nuestro “espacio personal”, extendimos los aislantes bajo la mesa y el banco, dispusimos nuestros equipos de vivac e intentamos descansar. A Miquel le paso factura la salsa de la cena con un dolor leve de estomago pero a Guillermo fue peor, salio disparado hacia los servicios donde vomito toda la cena, a partir de ese momento quedo dormido sobre el lecho deseado. Miquel intentaba dormir con la utilización de tapones auditivos pero la luz que entra desde el exterior hace estragos. La visión es dantesca, Japoneses, Franceses, Alemanes, Eslovacos, …. y Españoles, no éramos los únicos. Todos compartiendo suelo bajo las mesas y sobre ellas.
Sonó la alarma, a Guillermo le costaba incorporarse y salir de su reducido habitáculo, nos vestíamos con la indumentaria de alta montaña al mismo tiempo que ingeríamos algo de alimento previo a la partida hacia la cumbre. Con todo ello, todavía estaba Miguel A. acostado sobre la misma mesa que teníamos nuestras viandas, un Madrileño que junto a su compañero José María habían intentado el día anterior el Mont Blanc y que tuvieron que retirarse debido a los fuertes vientos que barrían las laderas somítales.
En el exterior del refugio, solo las linternas frontales de los primeros madrugadores se veían, el viento soplaba, y las gentes se preparaban para salir, las palabras articuladas en distintos idiomas significaban lo mismo en estas circunstancias, “estamos preparados, lo llevamos todo, hace frío,…. iniciamos la ascensión, ¡Mont Blanc, allá vamos!”.
Tras “encordarnos” estábamos unidos por un vinculo no solo afectivo sino además físico. Miquel cerraba la cordada, a pocos metros, en la posición de en medio, Guillermo y a la misma distancia Leandro, en cabeza de cordada.
Eran las 2 horas de la madrugada del 12 de Julio del 2011.
La luz de la luna todavía se reflejaba algo en la blanca nieve, el crujir de los “crampones” a su paso por la uniforme superficie helada se hacia oír, así como el apoyo del “piolet”, sonidos casi idénticos. Solo el sonoro viento, al chocar contra los cuerpos de los alpinistas se dejaba oír con fuerza y movimientos vibrantes, las cabezas cubiertas por las capuchas de los anoraks nos resguardaban del frío.
Nos encontrábamos sobre las primeras ondulaciones de la primera arista, una consecución de varias “chepas”, las cuales dan paso a un pequeño collado y desde allí se asciende por una pendiente constante. La exposición al viento seguía siendo notable.
De cuando en cuando las miradas entre los compañeros se realizaban en silencio, solo la luz de las linternas hablaban al enfocarnos entre nosotros, la cuerda ligeramente tensa se mantenía al mismo tiempo que avanzábamos simultáneamente. Tras una hora había parado varias veces a retomar aliento, Guillermo no dejaba de decir: ¿por qué te paras?, con un gesto de mi mano de comunicaba paciencia. Algo me estaba pasando que no podía seguir el ritmo, ni tan solo respirar. Tomar la decisión de no continuar fue un acierto, pero supuso un duro golpe espiritual, dejaba a Guillermo y a Miquel para que continuasen solos hacia la cumbre. Tras pasarles algo más de bebida y sobre todo la del termo, les di unas indicaciones fundamentales para esta ascensión ya que en el pasado había estado varias veces realizando esta ruta de ascenso al Mont Blanc. Miquel se puso en cabeza y tras unos ánimos a los dos, Guillermo y yo nos abrazamos, de su boca escuche: “cuando no se puede, no se puede”. Gotas de congojo, alegría y tristeza, de amargura y comprensión, de impotencia, saltaron de mis lagrimales solidificándose en la fría noche al recorrer mis mejillas. Sabia que no les entorpecería en su ritmo, en su primera ascensión a esta montaña, les había dejado en las puertas, a partir de ese momento, ellos tenían que atravesarlas y conseguir ese reto, con su esfuerzo.
Les ví alejarse a un ritmo envidiable, sus luces desaparecieron en un cambio de rasante y bordear un “serac” del glaciar. Me dije: “ahí va parte de mi corazón, parte de mi mismo y parte de mi compañera, unido a un buen amigo de verdad, ¡cuídale!, ¡se que vais a poder conseguirlo!, es vuestro destino.” Volvía por los mismos pasos hacia el refugio, la línea de luces que ascendían indicaban el camino recorrido. Vislumbre otra línea de luces que partían desde el Refugio de Les Cosmiques, en la otra vertiente, ví las estrellas desde allí arriba, las constelaciones y reconocí a un grupo de Japoneses que habíamos coincidido en el día anterior, me aparte para dejarles paso. Entraba a las 4 h en el refugio de Goûter. Me acosté en una de las plazas libres del refugio, y tras cambiarme de ropa entre en un profundo sueño, a la hora me desperté con la cabeza empapada, tenia fiebre, dolor de garganta y me dolían las articulaciones, continúe acostado hasta las 7 horas cuando me había incorporado me tome un analgésico con una infusión, al poco tiempo entro en el comedor un Vasco que también estaba con síntomas parecidos, conversamos y compartimos mesa mientras esperábamos a sendos grupos de compañeros.
Miquel y Guillermo llegaron al Dôme du Goûter, 4304 m. alt. que más que una cumbre tal y como la imaginamos es una gran planicie abombada. Una nube les fue a cubrir, con ella el viento amaino, pero la visión era casi nula, continuaron con la incertidumbre, pues les llego el tramo de ligero descenso hacia un gran collado, llegados a este punto se retiro la nube y la visión era alucinante, tenían su mitad vertical derecha totalmente blanca, la nube en combinación con la brisa les había dejado una fina capa de escarcha en sus cuerpos. Pero no solo eso, sino además la vista majestuosa que tenían hacia la cumbre del Mont Blanc, y a su izquierda el Refugio Vallot, un lugar para emergencias, expuesto a los vientos por encontrarse anclado en lo alto de unas rocas.
Comieron algo y tras ingerir algo de líquido continuaron por la fuerte pendiente en dirección al extremo inferior de la larga arista sinuosa somital, un lugar donde se debe de afianzar bien los pies, asir con destreza el “piolet” en la mano y sincronizar correctamente los movimientos, un lugar donde los abismos acompañan en el recorrido en ambos lados, un lugar donde los componentes de la cordada avanzan en perfecta armonía, un lugar donde al soplar el viento coloca la cuerda en comba tensa a sotavento, y así avanzaron, poco a poco, en dirección a la salida del sol, hacia la cumbre del Mont Blanc.
Las 6h 45’ eran cuando alcanzaron tan deseada cumbre, tan deseado premio, el esfuerzo dio su recompensa, a 4810 m. alt. estaban en la cumbre mas alta de Europa central y de la Comunidad Europea. Habían invertido 4h 45’ desde el refugio, un tiempo envidiable.
La visión era espectacular, una nitidez que se perdía en la vista, todos los Alpes a sus pies, he incluso la sombra que proyectaba la propia montaña se identificaba perfectamente. Abrazos, recuerdos en sus mentes y pensamientos personales con quienes llevan en el corazón. El frío era de -10º con un viento de cerca de los 40km/h, la sensación térmica era muy por debajo de lo habitual. Unas fotos, recargar energías, recuperar algo del aliento y planificar la bajada les llevo media hora. Iniciaron el descenso por la misma ruta, pasaron por los mismos lugares que habían pasado en la ascensión, solo que en sentido opuesto y con luz diurna.
Desde el comedor del refugio de Goûter vi a Miquel pasar por el estrecho pasillo con una sonrisa de oreja a oreja, di un salto de alegría y salí a recibirlos, al primero que encontré fue a Guillermo, al girarse su sonrisa de complacencia y satisfacción al verme me llego al fondo de mi corazón, el cual se lleno de gozo de saber que con una mirada lo habían conseguido. Un abrazo continuo de afecto fue el desencadenante de más emociones, creo que en ese momento toda la fiebre que tenía desapareció por arte de magia. Y Miquel no dejaba de hablan de la experiencia, que si esto u lo otro, y de mas allá o no, otro abrazo entre compañeros se produjo. La “alquimia” surgía, volaba a nuestros alrededor, tres cuerpos envueltos en un aura de sustancia gratificante y emotiva, de chispitas voladoras incandescentes de alegría.
Entramos al refugio y tras tomar algo caliente nos dispusimos a bajar por la arista rocosa, abría paso de descenso Miquel, mientras que Guillermo descendía asegurado por mí, se nos unió a nuestro grupo Javier que iba solo y necesitaba de cierta ayuda la cual prestamos. Si la trepada por esta arista no se puede perder atención, en el descenso se debe tener todos los sentidos al máximo. Bien sincronizados llegamos a “la bolera”, y tras su correspondiente carrera llegamos a zona mas segura, cruzamos el glaciar y al sinuoso sendero que nos conduce a “Nid d’Aigle”, llegando a las 15h. y tras esperar al tren TMB descendimos hacia Le Fayet.
Un telón gris oscuro empezaba a cubrir todo el cielo, avanzadilla de lo que vendría a posterior en la siguiente noche, lluvia en el valle, nieve copiosa en la altura, vientos fuertes, relámpagos y truenos. Y así estuvo durante días.
Habíamos escogido el intervalo adecuado de ¿buen tiempo?. El caso es que el destino quiso que fuese así y el esfuerzo de los alpinistas fue alto, lo cual tuvo su recompensa: Guillermo Irles Nieto de 16 años había ascendido al Mont Blanc, Miquel Mas Navarro había sido su guía y compañero y Leandro Fco. Irles les había acompañado a las puertas de un cielo, la cumbre del Mont Blanc.
Leandro Francisco Irles Ramón
Técnico Deportivo, Guía de Montaña, Escalada y Guía de Barrancos
Estimado Leandro siento una gran admiraciòn por la capacidad tècnica con que guias a quienes comparten el deporte de alta mañana. La hazaña lograda por Guillermo en compañia de Miguel, por la diferencia de edad, es admirable. Creo que la naturaleza y el ser humano se unen y armonizan: belleza, esplendor de nevados con admiraciòn, alegrìa y satisfacciòn personal.
Los èxitos de las dos personas son tambien los èxitos de tu persona.
Sigue con la misma fuerza fìsica y mental en el deporte de montaña.
Un abrazo
Mg. Bertha Balbìn
Enhorabuena por las proezas y hazañas realizadas por todo el equipo y especialmente por Guillermo. Gracias por compartir con todos nosotros el sabor de la naturaleza más pura. Enhorabuena también por el relato que nos hacéis de la expedición. Un gustazo. Conchita
Magnífic relat, el qual ens ha fet viatjar amb voslatres, i unes quantes llàgrimes m’ha fet soltar. Enhorabona Guille, a molts ens agradaria tindre eixa magnifica recompensa. Una abraçada ben forta.
Medea
Enhorabuena a todos,pero sobre todo a Guille.Es agrdable saber que las nuevas generaciones bienen dando caña.Ese sentimiento lo llevaras siempre en tu corazon.
Enhorabuena, sigue así chaval.
Felicidades guillermo asii !! auque seas calvo te quiero guapo…eres lo mejor tio bueno kajajaja