Art. opinión de Jesús Navarro Alberola
La evolución de las marcas, tiene dos caminos, como todo en la vida y más a lo largo del tiempo, un progreso positivo, con una maduración que se solidifica y emerge siempre actual, capaz de atraer a todas las generaciones, hasta convertirse en una marca mito, eterna, inmortal. A diferencia de los seres vivos las marcas pueden no morir nunca.
El otro camino ya se sabe, marcas de siempre que por estrategias erróneas, abandono de las generaciones que no vivieron la intensidad de su creación y desarrollo, caen en el olvido o se reconvierten en marcas baratas, espejismo de lo que fueron, solo transmiten decadencia y tristeza y acaban en el océano de las marcas que nunca fueron nada o lo más triste que algún día brillaron y no supieron evolucionar.
Recuerdo en los veranos de los años 70, vivir, junto con mis primos y compañeros de este maravilloso viaje, una etapa de transición de Carmencita, la incorporación de un hombre con «espíritu Comercial», mi tío Paco, dio un impulso a la marca con la búsqueda de nuevos mercados, la uva de mesa imperaba en esa época y mirando al cielo todo el año, salvando la lotería del pedrisco de septiembre a Navidad, Carmencita pasaba a un segundo plano de preocupación. Se hacía senda por el paseo con los continuos viajes del «Porche» al almacén.
El tío Luis cuidaba, en esa etapa de las uvas de la ira, de su amada Carmencita, Gerardo Ruiz Alcorlo, Madrid, Canarias, Jaén, Valencia y Castellón, llenaban de pedidos el pupitre de Francisco y el Camión de Pepe Marcha que partía hacia Madrid, superando de milagro la cuesta del reventón para llegar a ese Madrid castizo donde el Chispazo de Gerardo con traje entallado y corbata descargaba alegre y cabreado a la vez el camión, paquete por paquete, recorriendo calles y aceras hasta llegar a una apariencia de almacén que era en realidad los bajos de un antiguo comercio .
Los contenedores de Canarias eran una exclusiva del tío Luis, donde de forma milimétrica, como un puzzle se completaba, y si un paquete no cabía, se volvía a descargar todo el contenedor, al final el paquete entraba … vamos si entraba.
Mientras tanto mi padre inventaba productos nuevos, muchos imposibles quedaban en el imaginario, yo compartía ese mundo de sueños, de aromas de comino, azafrán, y pimentón y con los primeros fríos la temporada de la uva, montañas de saquitos, el Mamo, Antonio el Puro y el ingeniero. Fue un época muy feliz.
Paco, Jesús y yo la vivimos intensamente, es irrepetible, la abuela y el abuelo estaban siempre ahí, y con ellos inseparable la tía Carmencita, los cumpleaños eran de familia, estaban todos, y la abuela Carmen si alguien fallaba enseguida lo echaba en falta aunque fuéramos cincuenta, tenía ese don de dar a cada uno un amor especial, un beso personal e intransferible, era la abuela particular de cada uno de nosotros.
La humildad personificada en ella, fue y es el lazo que nos une, que nos hace perdonarnos todo entre nosotros, es el amor puro, que trascendió a los tiempos, y es lo que vendemos hoy en día, amor en cada tarro, en cada aroma que cruza el camino entre el tarro y la olla, la paella o la pasta, o la ensalada o el café. !!!
Por todo esto el otro día en un Madrid, donde ya no está Gerardo y su chispazo, donde el castizo ya es internacional, en un Madrid de moda en el mundo … yo iba de Starbucks en Starbucks, con lágrimas contenidas de emoción al ver a nuestra Carmencita compartiendo ese espacio de modernidad internacional, con jóvenes de todas las razas, abriendo y cerrando el obturador color canela, y esparciendo el amor, ese amor inmortal de familia en cafés rebosantes de nata y de futuro.
Carmencita está camino de ese Olimpo de las Marcas mito, esas que nunca morirán.












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