Madrid veinte veinte
Anoche escuché a Ana Botella decir que estaban deseando que el próximo 7 de septiembre los miembros del COI elijan a Madrid como ciudad olímpica. Para el año 2020. Algo muy loable, por supuesto. El problema venía cuando la señora alcaldesa de la capital (y, por lo visto, muchos otros que defienden la candidatura) pronunció «Madrid veinte veinte» y no «Madrid dos mil veinte». No sé de dónde vendrá el error. Quizá es que, con eso de que le hemos abierto las puertas a Mister Adelson y sus «poquereuros» vamos a americanizar también el idioma. En inglés, los años sí se pronuncian de esa forma: dividiendo la cifra en decenas. Pero por estos lares nadie diría: he nacido en diecinueve ochenta y tres. Que lo puede decir, claro, pero es obvio que le preguntarán otra vez o ya no le preguntarán nada que tenga que ver con cifras. Me imagino a la señora Botella en Ahora caigo, tratando de responder el año en que vino al mundo algún actor de Hollywood o algún atleta bielorruso. También es posible que la candidatura madrileña se haya contagiado de la pronunciación anglosajona de la cifra en cuestión. Porque, claro, después de oírla durante mucho tiempo y en multitud de reuniones y comilonas, quizá se les haya pegado decir «Madrid veinte veinte». Como ese conocido que se va de vacaciones a Tenerife dos semanas y viene con más acento canario que un silbo gomero. Hasta dice guagua. Y se justifica: chico, que se me he pegado el acento.
No sé lo que pasará el próximo sábado, si habrá fumata blanca para Madrid o no. Una parte de mí quiere que haya juegos, porque me encantan las olimpiadas (donde sean y a cualquier hora) y porque de alguna manera la elección justificaría la millonada que la ciudad, la comunidad y el estado entero ha invertido en ese sueño, truncado dos veces seguidas (en 2012 y 2016). Ahora dicen que ya nos toca, que a la tercera va la vencida, que es el momento de que España enseñe al mundo su potencial. También hay menos ciudades candidatas. Y si no nos eligen, siempre podremos presentarnos otra vez y otra vez, hasta que al final solo se presente Madrid y, bueno, el COI no tenga más bemoles que darnos los dichosos juegos.
Sin embargo, otra parte de mí no quiere esas olimpiadas. En primer lugar, porque todo esto me huele a la eterna lucha dicotómica entre Barcelona y Madrid. Que la ciudad condal tuvo sus juegos olímpicos, pues nosotros también. Que los madrileños gozarán de una ciudad llena de casinos y salas de apuestas, pues nosotros proyectamos otro Eurovegas. Y, en segundo lugar, porque nos ha costado muchos millones de euros intentar alcanzar ese sueño en 2012 y en 2016 y, si salimos elegidos el día 7, el presupuesto parte de 1.500 millones de euros y algunos economistas aseguran que podría dispararse hasta los ocho mil. Dinero que podría invertirse en educación, en sanidad, en investigación?
Y luego está el orgullo. Barcelona´92 nos trajo la consolidación del Programa ADO. La crisis se lo ha llevado por delante (para el período 2008-2012 se destinaron a este fin 51,3 millones de euros; para 2012-2016, 35). Cuando llegue, si llega, Madrid 2020, ¿haremos el ridículo con una exigua posición en el medallero como en esas olimpiadas de nuestra posguerra, donde volvíamos de vacío? Si es así, ¿saldremos con aquello de que lo importante es participar? ¿De que se nos han quedado un centenar de infraestructuras chulísimas y de última generación para que podamos disfrutarlas? Lo veremos. En veinte veinte. Perdón, en dos mil veinte.
¡ay doña Ana Botella!, ¡qué nivel! yo le propongo un «eslogan» de su estilo:
en dos mil veinte «veinte» p’a Madrid…