ICÓNICOS METEOROS
Lo mejor del crepúsculo es su amanecer. Como lo superior del alba empieza aún cuando no es. Luego vienen, la noche, con su tenebrosa oscuridad y el día, deslumbrante de claridad. Ocasiones ambas para la fatiga y el descanso, respectivamente. De día se vive. Activamente. De noche, casi se muere. Pasivamente.
Solo se está, absolutamente, asomado al mayor estupor existencial, como en un segmento de nadie, entre el día y la noche, detrás del trabajo posesivo y negador y del descanso obviante, en que casi no se está, en esos dos momentos universalmente fascinantes, del alba y el ocaso. Cuando se hace manifiesto el horizonte, teñido de atmósferas y luces asistidas de todos los colores. El cielo se hace rosa y rojo y violeta, en las nubes que nacen o se acuestan, procurando a nuestra contemplación las mas exigentes perspectivas de telúrica gracia y belleza.
El día decae hermoso, como herido de grandiosa espectacularidad. El cielo, en su versión mas baja, hecho casi suelo, le confiere las tonalidades mas inesperadas del espectro. Un crepúsculo es el escenario de un milagro que procura el planeta en su rotación. Es universo puro, produciendo universo. No muere un día. Nace una noche. Y en el intermedio, resplandece la naturaleza y canta la creación.
En el alba se recoge el renacer de la luz, gradualmente progresivo. También, ocasión de fulguraciones atmosféricas de la mas sublime combinación. En el beso que se dan la noche y el día, se producen en el horizonte luminiscencias áureas, tonalidades celestiales, de primorosa armonía, matices del mas vario color, sobre una tierra gris, que aún no conoce la luz.
En el alba y el ocaso, en la amanecida y el atardecer, en los márgenes policromos de la noche y el día, nos regala el planeta sus mas sublimes instantes. Y los disfrutamos con un alma incontaminada y libre, que aun no se ha entregado a la acción absorbente ni abandonado al sueño reparador. Con el alma dispuesta, interesada, llena de desocupación, capaz de experimentar el arrobo correspondiente a ambas singulares ocasiones. El día, todo luz. La noche, plena oscuridad.
El alba y el ocaso, crepúsculo y amanecida, son las dos grandes oportunidades de nuestra existencia diaria. El grandioso paréntesis luminoso en que nuestra vida se cobija, cuando nace cada mañana y yace fatigada, cada noche. Es como si la naturaleza se enamorase de si misma. O lo creado, cantase a la creación. Como si el Amor, hecho aire, luz, color, vibración, atmósfera pintada, nube, deslumbramiento, deviniese en primoroso encanto, potenciando sobrenaturalmente todo lo natural. Amor de tierra y cielo en su beso de luz. El universo entero clamando universalmente. Como una doble oración meteórica que rezara el planeta a su Autor. Dios, alba y crepúsculo. Se diría que un arco iris maravillosamente desorganizado y fractal, hubiera perdido su curvatura cenital, fecundando la tierra con su belleza rota.
Nunca el hombre se situó ante nada tan bello. Habría que contemplarlo de rodillas. La magia del prodigio suspende el ánimo contemplativo con este icónico meteoro. Es como una comunicación del hombre con el espíritu de la obra de Dios, en el rico escenario del espacio.
Muchas albas se nos pierden porque nos cogen dormidos. Todos los crepúsculos son susceptibles de nuestro estupor en la vigilia terminal de la jornada vencida. Siempre distinta y aparatosa, una visión que tira del alma con una fuerza apasionada y unánime. Con el Amor potencial de un absoluto de gracia espiritual a un tiempo física y casi metafísica. Quien no huela, en esto, a Dios, está ciego para las grandes percepciones.
Hoy, queridos amigos, me cabe un honor que nunca aspiré tener.
Me han publicado junto a mi admirado Luis Beresaluze. Nunca sospeché tanto honor. Gracias, Antonio Ayala, por concederme algo que nunca hubiera esperado. Me siento, sin buscarlo, muy honrado.
En cuanto al artículo de mi admirado Luis, ¿qué voy a decir? La misma generosa prosa, admirada siempre por mí, diga lo que diga, ¿qué más da? con tanta belleza literarira.
Gracias, Luis, tu me has abierto un camino que humildemente pienso seguir,
Hay dos articulistas que me tienen cautivado y sé que jamás llegaré a alcalzarles. Tu, querido Luis, mi querido hijo Claudio.Todo lo que sea estar a vuestro lado, es mi mejor premio. ¿qué más da lo que digais? Siempre está bien dicho.
Me siento muy orgulloso de escribir a tu lado. Ese es mi premio. Gracias, Luis, y, como sabes, tu opinión. Un abrazo.
Hoy, y con bastante frío, he sido testigo de un hermoso crepúsculo y amanecer en el Castillo de Novelda, acompañado de mis cámaras y los gatos que se acercaban a que les diera de comer, supongo, aunque se han tenido que conformar con unas caricias que me agradecían ronroneando. Curiosa coincidencia que recién llegado leo tu artículo sobre el teme que me tenía ocupado. En norabuena por esta feliz reflexión.
Para que lo poético no cree confusiones astronómicas, supongo que cuando dice que «lo mejor del crepúsculo es su amanecer» se está refiriendo al crepúsculo vespertino y no al matutino, ya que el crepúsculo es el tiempo que transcurre, o la claridad que percibimos, desde que el Sol tiene altura cero (orto u ocaso), hasta que tiene 18º de depresión o viceversa.
Excelente texto, Luis, verdaderamente excelente.
Dibujas magníficamente esos dos momentos, el que se va, el que llega, dotándolos de un colorido y una emoción tan espectacular como lo que describes, incluso fundiéndolos, mezclándolos, haciéndolos tránsito, el uno del otro, el otro del uno, con una precisión en el lenguaje difícilmente alcalzable.
No es preciso que diga lo mucho que me ha gustado. De la nada, haces un todo. Y en esto me refiero a tu capacidad, muchas veces deslumbrante, de dotar de vida, color y sentimiento, mediante tu imaginación y capacidad narrativa (diría, lírica), a los fenómenos naturales más habituales.
Un gustazo de lectura. Leerte no es solo comprender cosas, sino, ya lo he dicho varias veces, aprender… aprender disfrutando.
Un abrazo.
“El alba es el renacer de la luz”. Esta tu definición del alba es sencillamente perfecta, tiene en ella todo un corolario de matices para hacer de la misma, toda una disertación sobre la luz que Dios nos regala todos los días, con esos amaneceres y atardeceres que tú defines magistralmente en tu artículo, todo ello me inspira estos versos:
Por el horizonte
se otea la luz de Dios
inmensa y perfecta,
de menos a más,
y ella es para El,
la más sublime,
la que ilumina nuestro ser,
la que abre nuestras almas
y nos acerca a El.
Esta luz hermosa
eleva nuestro corazón
despeja las tinieblas,
y llena nuestro espíritu
de sensible sutileza.
El ocaso es distinto,
la luz hermosa se va,
de más a menos,
serenamente, a descansar,
Dios la guarda en El,
y la devuelve regenerada,
con nueva belleza,
con nueva sensibilidad,
porque su amor es infinito,
y también su fraternidad.
Un saludo afectuoso.
Muchas felicidades, querido Luis. Para captar la esencia de tu artículo, se requiere una actitud familiarizada con la contemplación. La postmodernidad ha condenado a la Metafísica por ser «poco útil» para el hombre. Tus escritos son metafísicos, de ahí que hay que alejarse de la materia y de la matemática para entenderlos bien. Que Dios, el Creador te bendiga mucho y siempre.
Es indudable Sr Galbis que es usted un maestro del lenguaje, valedor de una prosa poética que con un gran lirismo sabe describir dos de los instantes más bellos del día.
Todos tenemos un cielo que nunca olvidamos, aquel en el que los rayos del sol balbucean en el horizonte,el cielo que se abre a la claridad, aquella que desean ver los amantes y que es la señal de retirada hogareña de los vividores y bohemios de la noche.,el cielo que se desgrana en vivos colores y que nos abre la puerta a la vida y a las rutinas que ella conlleva. Es un momento único y mágico, infinitamente inmortalizado por pintores, fotógrafos y poetas y en el que el Universo nos deja ver una pequeña muestra de su infinita hermosura.
El día transcurre impasible envuelta en el tedio y la monotonía pero al final de la jornada vencida,antes que nuestros sueños queden envueltos por la oscuridad nocturna, nuestro icono de la vida planetaria nos abandona y de forma somnolienta se desdibuja por el horizonte para dar vida y luz a otras tierras, entonces las aguas y los pájaros guardan un silencio sepulcral, cae la noche mientras nosotros seguimos esperando el alba. Un saludo cordial
Me permite Observatore rumano 😕
Qué elegancia en sus comentarios, qué claridad en el lenguaje, y qué comprensible y bonito todo lo que dice.
Estaré esperando el próximo comentario con mucho interés.
Suscribo, y felicito, al Padre Javier Muñoz-Pellín por su acertado comentario. Difícilmente se puede expresar mejor. Esta vez, ha sido un gusto leer sus impresiones. Enhorabuena.