ERAN MI MEDICO Y MI PRACTICANTE
Eran míos, por ese orden de aparición, en mis sufrimientos de juventud durante más de tres años.
Desde el cielo, donde seguro que están, a ellos sé que no les importará que yo los refiera en ese orden en el que aparecían en mi escena cotidiana de enfermedades varias, que no queridas. Ellos eran casi toda la seguridad social de Novelda en aquel momento. Don Rafael “Guerra” mi médico, con un apodo como Dios manda como decíamos, porque en los pueblos antes había que tener apodo, como si fuera una instrucción dada al nacer por herencia de tus antepasados. Eran apodos entrañables que en ellos se respiraba cariño, afecto, solidez en las familias, etc., pues todos sus miembros asumían con todo amor esas calificaciones que eran como un sello de identificación, de garantía y autenticidad.
Penalva era mi practicante, como se les denominaba entonces, que viene a ser el enfermero de ahora. A estos sacrificados de la medicina que no tenían horas, que permanecían todo el día prácticamente de guardia dispuestos a acudir en socorro de los enfermos más necesitados de sus servicios, sin preguntar, solo servir y amortiguar sus angustias y sufrimientos, porque para ellos nosotros también éramos suyos. Raquel, su mujer, persona de mucho carácter, te recibía con total normalidad si la hora de prestar el servicio estaba dentro de lo que era habitual, pero si esa hora era intempestiva por motivos de la urgencia, con su voz fina y rota al mismo tiempo, los nervios afloraban en ella, pero enseguida y con la sensibilidad suficiente para saber que detrás de esa visita había angustia y zozobra por los males de alguien que necesitaba a su marido para aliviar sus sufrimientos, solo te pedía la calle y el número de la casa, y si tenías las inyecciones preparadas.
Estos hombres de bien, que hacían más de lo que sus responsabilidades les exigían, recibían en sus casas los avisos, sin mostrador, sin coger número de turno, sin secretaria, ¡ no perdón ! las secretarias eran sus esposas abnegadas que entendían lo que sus respectivos maridos tenían entre manos. Quiero que os imaginéis la escena siguiente: 1 de la madrugada, o las 2 o las 3, era lo mismo, el médico o el practicante durmiendo plácidamente con sus esposas. Suena el timbre, esperamos unos minutos, la luz del pasillo se enciende y aparece la mujer, despeinada con los ojos hinchados por haberle cortado de repente su merecido descanso y sosiego, pero no importaba, te recibían como no podía ser de otra manera, ellos tenían la responsabilidad.
La esposa de D.Rafael era más sosegada que la de Penalva que era más temperamental y nerviosa, pero en las dos el efecto era el mismo, atender las solicitudes de urgencia fuera la hora que fuera.
Siempre acudían por orden. Primero D. Rafael te prescribía la medicina, normalmente inyecciones. Acudías con la receta a la farmacia de guardia y a continuación pasabas por casa de Penalva a dar el aviso. Como no existían los móviles, cuando el practicante terminaba los avisos que llevaba encima, volvía a casa a ver si nuevamente tenía que volver a salir. Hacía como las rutas de los autobuses urbanos, siempre volvía al mismo sitio y vuelta a empezar.
Como los tiempos no eran propicios para los dispendios excesivos, Penalva tenía su propia bicicleta que tampoco era moco de pavo, puesto que no todo el mundo tenía esa posibilidad. D. Rafael si tenía coche, era pequeño, pero suficiente para acoplarse dentro de él, puesto que era hombre de anchas caderas, de una altura normal, con andares rápidos. Iba un poco inclinado hacia delante, como si siempre tuviera prisa y estuviese a punto de emprender una carrera. Era un hombre simpático y cordial con todos. Se decía de él que saludaba a todo el mundo, pues al ir en coche muchas veces no distinguía a los transeúntes, por eso D.Rafael tenía también la tendencia a ir con la cabeza muy alta, primero por su bondad y segundo por la necesidad de repartir saludos a diestro y siniestro.
Penalva era distinto, era una persona de talla media, enjuto de carnes, serio, con andares también nerviosos, con pasos largos y seguros, y con la cabeza gacha como dando a entender el mensaje -¡Venga poner el alcohol al plato y el algodón que tengo prisa!
Antes no había jeringuillas desechables, tenían una o dos jeringas para todo tipo de inyecciones y varias agujas que esterilizaban haciéndolas hervir en un recipiente de acero que colocaban sobre un soporte metálico. Se le ponía debajo algodón impregnado en alcohol dentro de un plato y esa combinación de ingenio de la época hacia hervir los utensilios y quedaban esterilizados y dispuestos para que Penalva te los hincara en el trasero a modo de “banderilla“.
Cuando la enfermedad necesitaba seguimiento, D. Rafael marcaba los días que te iba a visitar y no había fallos posibles, fuera la hora que fuera. Cuando aparecía por casa oías parar el coche a la puerta y era muy singular la parada, por eso desde dentro sabíamos que era D. Rafael. La parada era: dos acelerones para desembozar el carburador y el motor tardaba unos segundos en quedar en silencio. Mi médico tenía tanto trabajo que no podía llevar el coche a revisión, por eso el vehículo se le quejaba pero no lo dejaba tirado, como si este supiera de la necesidad de D .Rafael de cumplir fielmente con sus pacientes, para lo que el coche era vital, pero no os lo toméis a broma, él aparecía por casa en esas visitas de seguimiento, fuera la hora que fuera.
Imaginaros la escena, viene el médico a las 12 de la noche en esas visitas de control de la enfermedad, lloviendo, te ha subido la fiebre y ordena cambiar la penicilina por otra más fuerte, la estreptomicina, y para compensar tu debilidad porque vas a recibir algo mucho más fuerte, te ordena ponerte unas inyecciones de una vitamina de extracto de alcachofa que tenían un nombre rarísimo ZIMEMA-K. Yo tenía que leer el prospecto para entender lo que iba a entrar en mi cuerpo, pero mi médico era genial y muy veterano y además el médico de toda mi familia, de mis abuelos, de mis padres y mío. Ese hombre entraba en la habitación y te decía con ese saludo tan campechano -¡Hola joven! y te miraba a la cara, te ponía la palma de la mano en la frente, cogía el estetoscopio y te lo ponía en el pecho, en ese momento dabas un salto de la cama porque ese chisme siempre ha estaba frío como el hielo. La palma de su mano izquierda la colocaba encima de mi vientre y era golpeada con suavidad con los dedos se su mano derecha y escuchaba con atención las distintas tonalidades de sonidos que se producían a medida que variaba su mano de posición. En ese instante te miraba y una sonrisa salía de su afable rostro, cansado ya de tantas visitas, pero sin perder la cordialidad, te decía cuáles eran tus males o la situación de tu enfermedad. Lo había hecho como los buenos mecánicos que ponen en marcha el motor, escuchan el sonido y te dicen, ¡una biela no te funciona bien! Era un magnífico médico y un mejor gastrónomo. Si la hora de visita coincidía a la hora de comer al mediodía y sabiendo que mi madre era y es una excelente cocinera, entraba a la cocina y ella cariñosamente, porque ese hombre se había convertido en uno más de mi familia, le daba a probar sus manjares y solamente se quedaba a comer los días que coincidía su hora de visita y el ARROZ CALDOSA DE VERDURAS de mi madre, – sensacional, decía.
La farmacia de turno nos facilitaba los inyectables. Pasábamos el aviso a casa de mi practicante, imaginaros otra vez la escena de casa del médico pero trasladado a casa de Penalva saliendo Raquel a recibirte: cara de nervios destrozados y la afonía acentuada, le explicabas la situación y la pregunta era, -¿Es urgente? Al decirle que sí, levantaba a su marido. Éste cogía su medio de locomoción, la bicicleta, impermeable puesto, ganchos en la parte baja de los pantalones para evitar la grasa de la cadena, funda de plástico tapando la boina, pues Penalva era hombre austero y muy clásico de la época. D. Rafael era mas hombre de sombrero.
Como mi casa estaba en el barrio del Sagrado Corazón y Penalva vivía frente al casino, éste cargado con los utensilios de inyectar, colgaba su cartera en el manillar de su bicicleta y enfilaba esa calle larga, que es la Calle La Font, hasta mi casa. Lluvia fina, invierno, con el aire helado pegándole en el rostro, imaginaros como llegaba este hombre abnegado y servicial a cumplir con su obligación. A él también lo teníamos como parte de la familia.
Mi agradecimiento a ellos que fueron parte de mi vida.
Bienvenido, de nuevo, amigo Pepe. Me alegro de verte de nuevo por aquí.
Tienes mucha razón. Que diferencia hay con aquellos médicos, » todo terreno» como Don Rafael, que tembién fue mi médico desde que era un niño, hasta que pudo ejercer la medicina. En el año 68, donde él vivía, aún me operó de una fístula, mucho mejor que en los hospitales que más tarde me volvieron a operar, porque la jodida se reproduce cuando le viene en gana. Gran médico y mejor persona. Buena en todos los sentidos. De niño y cuando caía enfermo, entraba a casa con su sonrisa abierta y su pregunta: «Vamos a ver que tiene este pollo». Seguro que está junto a Dios en sitio preferente.
Mi practicante fue Jaime, gran amigo de mi familia, del que guardo menos recuerdo, pues Dios se lo llevó muy joven. Su viuda, gran mujer, es muy amiga de mi querida madre.
Gracias, Pepe, por recordarnos aquella feliz época y sobre todo por recordar a los médicos actuales que su profesión es VOCACIONAL, como la de maestro o sacerdote y se deben MAS a sus pacientes y no la frialdad que hay hoy en loos Ambulatorios y no digamos en los hospitales.
Gracias, de nuevo, Pepe, por tu bello y emotivo recuerdo. Un abrazo, amigo.
Amigo: Gracias por tu relato/homenaje, paliativo y reconfortante. Después de una semana un poco extraña, me sabe a gloria. Tanta entrañable ternura hacia unos hombres que todos tenemos en la memoria. Mi culo se acuerda de Penalva y don Rafael, dueño de las manos que trajeron al mundo a mi mujer, me merece un recuerdo infinitamente agradecido, bueno, casi un santo, sosegado, cariñoso, atento…Es cierto que Raquel era un tanto nerviosa y enérgica. y Penalva, callado y profesional.
Mi recuerdo de Raquel es muy personal. Me hizo la permanenete a los nueve años. MI santa madre pensó que debía recibir a Cristoi lo mas guapo posible, y me rkzó los lacios cabellos que me caían sobre la frente. Nadie sabe lo humillado que me sentí, sentado entre tantas mujeres, pero por mi madre, por aquel manantial de generosidad y amor, habría soportado cualquier cosa. Mi hombría se sintió menoscabada, pero ella fue muy feliz, viéndome como un San Luis, luego de las nerviosas casi brusquedades de doña Raquel. Así comulgué, con los ricitos con que se representa a los querubines… Gracias José, por traernos la paz armoniosa de este relato, lleno de luminosa humanidad.
Un abrazo grande
RECORDAR ES VIVIR……..ME GUTO…
Como dice Miguel, recordar es vivir, y por ese orden, porque el trabajo, las penas, las alegrías todo es vivir, pero cuando después de todo esto, te sientes fatigado y empiezas a recordar otros momentos, renaces nuevamente, como le ha pasado a Wifredo y a Luis, que se ha visto por un momento hecho un querubín, con sus rizos recién hechos, a su madre toda ella orgullosa de su San Luis viviente, y a Raquel acicalándolo toda ella nerviosa por tener esa responsabilidad de transformar esos cabellos lacios en espléndidos rizos. Luis te he imaginado casi como el cupido de los dibujos, permíteme la libertad de haberte añadido a tu pelo un arco y una flecha para que también pudieras haber hecho de Cupido. Wifredo también conocí a Jaime y a su familia eran clientes míos de la papelería, buena gente y mejores personas, y a los demás de esa época también, recuerdo entre ellos uno muy singular por el perfume que impregnaba mi calle a su paso, que no estoy exagerando, era el Dr. Sala, padre de Roberto Sala q.e.d., esto se producía viviendo yo a los 8 años en la calle Espoz y Mina, él se desplazaba desde San Alfonso, donde vivía, por San José, Espoz y Mina hasta la calle Víctor Pradera donde tenía su familia la delegación de la Tabacalera para toda la comarca, y te aseguro Wifredo que no era Varón Dandy era otra indeterminada, por que la referida la gastaba mi padre. Cuando llegabas de jugar a tu casa y olías en la calle el perfume, enseguida sabías que el Doctor Sala había pasado por allí.
He pretendido recordar con mi artículo a estos entrañables personajes que fueron en un momento delicado de mi vida casi parte de mi familia, y por su abnegación en su trabajo, pasando ellos penalidades por los horarios tan inclementes que tenían, y para los jóvenes de ahora que sepan también que estos hombres, junto a algunos más, fueron pioneros de esta Seguridad Social que algunos quieren perjudicar.
A mi me envió mi madre con 15 años al ambulatorio después del instituto a ponerme un pinchazo. Tarde una hora en volver de la cojera jejej
Bonitos recuerdos. ¡Qué bueno es hablar de los recuerdos cuando estos son así, bonitos!.