Art. de opinión de Juan Gabriel Olivares

MUNDO PERRO

Ser de camionero da muchas vivencias, unas buenas y otras malas, como todo cuando se trata en conjunto. Un servidor alguna vez lo ha sido y voy a contar una de ellas, tonta, insignificante, pero una de ellas.

Fue un sábado por la tarde, en verano, verano en Alicante, que es más que verano. Éramos varios los que a golpe de emisora y calores, teníamos por tarea acabar un desescombro antes del lunes. La faena era de Cantó, pero “Pelos”, mi jefe entonces, como amigo y compañero de este, puso su camión volquete a su servicio para ayudarle a vaciar la balsa de Singla. Ese era el que yo conducía.

La tarde pasaba tranquila entre risas y bromas, la juventud y el trabajo bien pagado suele acompañar, cuando no promover, el buen humor, y en aquel entonces todos éramos veinte años más jóvenes y era época de vacas gordas.

Viaje tras viaje avanzaba la labor. La ruta era corta, de Monforte a Novelda por el “Fondonet”. El “Fondonet” es una zona que permite ver a lo lejos, Alicante no es La Mancha, y un llano, aunque en otros sitios a eso se le llame bancal, es un lugar distinto.

La mirada te permite abarcar un par de kilómetros, no más, sin árboles, altos del terreno u obstáculos visuales. En esta zona solo existe ese rincón con esas características. Fue esto lo que en uno de eso viajes me permitió ver lo acontecido. Un coche había parado al otro lado del llano, vi como se abría una puerta y alguien bajaba. Tras unos segundos la puerta se cerró y el coche se marchó. Pero había un bulto donde un segundo antes estaba detenido el vehiculo. Conforme me acercaba divisé con más claridad su forma. Era un perro. Un perro grande, color marrón con rayas negras que le daban la apariencia de tigre y apariencia de bien alimentado. El animal estaba sentado donde le dejaron, no se movió, no se movió ni un solo metro.

Hice tres viajes más, pase seis veces por su lado, el perro no se movió. Supuse que en el último continuaría allí y podría recogerlo o acercarme, pero al caer la tarde, varias horas después, se marchó. Supuse que no lo volvería a ver, que, siguiendo el camino de los perros abandonados, buscaría la cercanía de alguna de la multitud de casas de campo que habitan el lugar con la esperanza de que algún hombre compasivo le diese de comer en régimen de semiadopción, como tantos y tantos casos he conocido en mi propia huerta. Perros que aparecen, y al tener comida se quedan hasta que un día se van sin saber ni porqué ni donde.

Me equivoqué.

Le volví a ver dos semanas más tarde, detrás del castillo, a unos tres kilómetros río arriba. Estaba comiéndose los restos de otro perro, atropellado semanas atrás, del que solo quedaba piel seca cubierta de polvo en la cuneta. No era el mismo perro, las rayas negras que le daban aspecto de atigrado se ocultaban tras las costillas que mas que debajo parecían estar encima de su piel. Su mirada no era fresca, sus movimientos dificultosos y lentos.

Esta vez paré el camión, bajé e intenté acercarme, pero huía, no solo como quien no quiere que le hagan sufrir, que le hagan daño. Parecía más bien que huía para que no le ayudasen, para acabar con lo que ya no quería, una vida que le había roto el corazón primero y el resto del cuerpo después.

Siempre me ha quedado el sentimiento de que pude haber hecho más, pero también se me quedó un sentimiento de odio hacia quien paró aquel coche con aquella frialdad.

Ojalá lea esto, y sepa al menos que yo lo vi, que su perro, que no viviría más de una semana después de la última vez, estuvo esperando verlo aparecer como la ultima oportunidad de su vida. Que lo hizo él, y que, aunque nadie le haga pagar el hecho, deseó que como si de Crimen y Castigo se tratará, Dostoyevski describiera lo que ocurre en la realidad, y su conciencia no le deje dormir, como a veces, cada vez que lo recuerdo, me pasa a mí.

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10 COMENTARIOS

  1. Bonito relato, mi nuevo amigo, y emotivo como todos los tuyos. Siempre que nos cuentas algo, provocas, porque lo provocas, tocarnos la fibra, conmovernos. Y lo consigues.

    Quisiera leer algo tuyo lleno de vida, de alegría. Iba a decir de amor, pero rectifico. De amor ya lo has hecho y muy bonito además.

    De tus relatos, y sin base alguna, deduzco que sufres o has sufrido mucho. Ojalá me equivoque porque el otro día te tomé mucho cariño. Eres un buen tipo, aunque te moleste o abrume que lo diga. Ya empiezas a conocerme, y escribo lo que pienso. No me pongo topes, sólo los morales.

    Sigue escribiendo, amigo Juan, que ya no te me escapas. Y sabes a que me refiero. Me gustaría que frecuentaras más esta tribuna. Aquí estará siempre tu nuevo amigo Wifredo.

    Y para desdramatizar un poco, te puedo decir que El Fondonet, pese a algunas variaciones, aigue siendo un bancal, pero urbanizado.

    Recibe, amigo, todo mi apoyo y cariño.

  2. me ha emocionado lo que dices; y con la ternura con que lo dices; lamentablemente hay vacios legales al respecto, o si existe una minima legislación, es dificil demostrar según que cosas; a veces, entre humanos, pasa algo que sin ser tan explicito y crudo, se le parece a está indiferencia; por otra parte, me alegra mucho verte por aqui; un abrazo mi entrañable amigo virtual

  3. Al hilo de lo que dice Wifredo, yo tambien pienso que el sufrimiento del tipo que sea, nos va moldeando: te hace más intuitivo, y comprendes lo que se dice y lo que se calla. Juan, eres muy profundo en tus apreciaciones, por lo que te felicito.
    La frase final de Alicia es muy sabia; yo añadiría que a veces, la total y rotunda sinceridad es el fusil que pones en las manos de quien te quiere hacer desaparecer; los animales no saben de todos los prejuicios y/o convencionalismos que nos rigen a los humanos, no hablan, pero miran con profundidad y transmiten sentimientos sin necesidad de palabras…………

  4. Buen artículo amigo Olivares. Su lectura me repatea las entrañas y me aflora un sentimiento de indignación ante la dura realidad que significa el abandono de animales.
    Que clase de persona puede tratar a un ser vivo como si fuera un juguete, un ser inanimado sin sentimientos abocándolo mediante su abandono a un destino incierto o quizás una muerte segura?.
    Será la misma persona que despúes dejará a sus padres en un asilo porque le molestan en casa en vacaciones?, o tal vez quien no se para ante un accidente por las molestias burocrátricas que ello le provocará despúes, o lo que es peor quiien le resulta indiferente la violencia de género.? Yo se lo diré, es alguien cruel, insensible,que carece de cultura, de educación y de la más mínima sensibilidad, sin conciencia,que no tiene ningún sentido de la responsabilidad, alguien que no conoce lo que es el cariño,el compañerismo y la fidelidad que proporcionan los animales y en particular los perros.
    Leyendio su artículo esta mañana me he sentido mucho más cerca de Diógenes que decía cuando más conozco a la gente más quiero a mi perro.No lo puedo evitar amigo Olivares,mi más absoluto desprecio a los que realizan estas acciones.

  5. Un relato hermoso y tierno este que nos dejas, Juan, para el regocijo de un corazón, el mío, que se alegra de entregar sus ojos a este amor tuyo por los demás, en este caso por los animales, contemplado en tus palabras y vivido en primera persona.
    Y es que los relatos, bien llevados, sirven, en ocasiones, para mucho más que un artículo al uso a favor o en contra de algo. El relato transmite una sensación de objetividad, como de verdad no revelada que se abre camino, espontánea, diría que inocente, pero sin los apegos subjetivos y parciales de los que normalmente vive el artículo de opinión.
    Pues el alma que ha vivido, si el escritor sabe, y tiene la habilidad, se incrusta en cada una de sus líneas, y trasciende, pausadamente, sin sobresaltos, en busca del lector atento para seducirle e invitarle a la experiencia narrada, sin forzarlo. Esa es la grandeza del relato.

    Yo me felicito por leerte, por que te lean, y porque los comentaristas aplaudan esa humanidad que a cada palabra de tus textos aflora como un secreto compartido, como un susurro íntimo.

    Un abrazo, querido Juan. Gracias por ser así.

  6. Pues gracias a todos. La capacidad de sufrimiento es algo personal. Yo , de mi, diría que me ha acompañado la suerte en esta vida, es más lo que me da que lo que me quita.
    Lo que no puedo evitar es sentir el sufrimiento en los más débiles, el injusto, porque sufrimiento hay de dos tipos, el que se puede y el que no se puede evitar, y el segundo se me clava para siempre.
    Yo ahora mismo estoy sufriendo enormemente por culpa de una preposición. La segunda palabra del texto. De.
    ¿Que coño hace ahí? Está bien que lo escribí y no lo repasé, pero si lo releí, y yo ciego no estoy. Estoy pensando que realmente las letras tienen vida propia y ese «de» se ha colado porque le ha dado la gana.
    En fin, cada uno piensa una cosa aun estando dos mirando la misma. Tendré que estudiar eso yo…

  7. Ese «de» no te debe hacer sufrir, Juan, aunque sé que lo dices en sentido figurado. Es evidente que obedece a una falta de revisión, o de atención. A mí me pasa mucho.

    Releer un texto propio no significa revisarlo, por varias veces que lo hagas seguidas, pues la mente del que lo ha escrito anticipa el concepto, al conocer el sentido, y se opaca el error. La revisión, normalmente, te la da un tercero en su primera o segunda lectura. Siempre conviene que lo lea alguien antes de enviarlo.

    Hazte con un revisor, a mí me vale de mucho.

    También vale imprimirlo y leerlo en papel, la pantalla es traicionera, y sobre todo dejarlo reposar y leerlo a la mañana siguiente, como si fuera nuevo.

  8. Estimado Juan:
    Me ha gustado lo que has escrito.Hablas el lenguaje del pueblo y dices las cosas con sencillez y sin rebusques,logrando que el que te esta leyendo «penetre» en tu relato y se sienta testigo de lo que tu viste y a su vez sentir en tu yo intimo lo que alli dentro de tu alma sentiste.
    Muchas gracias y que se repita

    Atila.

  9. Apreciado Juan:

    Tu cuentecillo, como sueles llamar a tus escritos, y que para mí, es una calificación demasiado humilde, ha tocado mi fibra sensible, trayéndome muchos recuerdos de tiempos ya lejanos. Eres inteligente Juan, y creo que lo has hecho adrede.

    Conforme nos hacemos mayores, acumulamos mas historias en nuestro haber. De todas ellas podemos extraer una enseñanza, siempre y cuando mantengamos la capacidad de aprender, de sorprendernos y de emocionarnos. Tú, no has perdido ni un apéndice de esta capacidad, al contrario, con los años, la has triplicado.

    La época a la que te remites, se trabajaba duro. ¡Ya ves!, te tocó renunciar al ocio de un sábado por la tarde, postergando la chanza de la juventud, para echarle una mano a los colegas de profesión. Pero no importaba. Los buenos clientes, lo merecían y lo merecen. Se trabajaba desde la tranquilidad de cobrar al final de la jornada, satisfechos por un servicio bien hecho, e incluso, emprendido con alegría y entusiasmo, como si de una fiesta más se tratará.

    Todo el alborozo, y al mismo tiempo tranquilidad del pasado, se ha convertido al día de hoy, en desesperación e incertidumbre.

    Pero no es de esto de lo que quiero hablar.

    He sido testigo de como hombres catalogados injustamente de rudos, por el estigma de su profesión, han demostrado una extraordinaria sensibilidad, auxiliando a todo ser vivo que lo necesitará. Y de no hacerlo, por dificultad o cualquier otro motivo, han rumiado su impotencia, sin concederse el indulto del olvido. Y tú, Juan, eres la prueba de ello.

    Como lo fue Cantó, al que nombras. Nunca dejó de sorprenderme este hombre, fortachón, entregado por completo a sus camiones y sus choferes. Detrás de esa apariencia escondía un inmenso amor hacia los animales, empezando por las mulas que en sus inicios le ayudaron a desempeñar su labor como transportista, pasando por todo bicho viviente, hasta llegar a sus amigos más incondicionales; los perros que encontraba en sus viajes y que se convertían en fieles compañeros, dotados de una lealtad sin precedentes, eternamente agradecidos.

    Como agradecida me siento yo, por tu escrito, que de nuevo nos da una lección de humanidad.

    » Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos…”

    Gracias Juan.

  10. Quise comentar algo de tu artículo ayer, después de leer tu comentario.Pensé que el mejor colofón era tu propio comentario y desistí. Pero hoy veo que hay dos más,así que voy a dejarte el mío.

    El «de» que comentas nos pasa a todos.Ayer escribí en el facebook «habrir»y aún me duele la apertura, por mucho que me excusara después.

    Presumo que no me he explicado bien, cuando presiento tu sufrimiento. Me refería a golpes que tú mismo nos cuentas en tus escritos. Hablas de época de bonanza, no como ahora. De esta chica rumana que asesinó su marido. Nos tuviste en vilo con ese relato, que sucedió en Novelda, yo lo recuerdo. Y tú eres una persona muy vital y lleno de alegría. Lo digo, para que la gente me entienda, porque te conocí el otro día.

    Tengo ganas de leer algo tuyo lleno de humor, de tu inteligente ironía. Perdona, pero hasta ahora me tienes en vilo. También es mérito del escritor. Pero sé que contigo el humor, el sano humor, está garantizado.

    Un abrazo, amigo.

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