ASCENDER A SAN JUAN DE LA CRUZ
La magnitud del proyecto, de una parte, me desautoriza y abruma. Nada menos que tratar de ese “caso limite”, como, antropológicamente, se le ha considerado. De la mas rica fuente espiritual que ha manado poesía. Que la ha vertido, en un lenguaje mucho mas que humano, como un modo de llegar a Dios. De otra, el proyecto me anima con un género irresistible de sugerencias. Pensar en Yepes y con Yepes, de la mano del infinito de humanas ocurrencias y altísimas sugestiones que me suscita. Trabajarlo mucho con el alma. Con el alma trabajada previamente por él. Hecha suya tanto como quiero hacerlo mío, en un viaje místico de vía estrecha, de mi pequeñez a su excelencia, como él lo hacia, alado por los ángeles de la gracia mas osada y asistida, ambiciosa y como a trompicones, sabia y balbuciente, hasta la difusa y concretísima fusión y confusión con Dios. Quiero, querría, ascender hasta él padre Yepes, como él lo hacia con Dios. Con el Padre Eterno, por amor a Cristo. Yo, su pequeño carmelita descalzo y mas chico que nadie, y él, casi, el dios mas alto que ha conocido jamás mi interés por las palabras.
¿De qué imposible modo voy a meterme yo, a bordo de mis largas incapacidades y mayores torpezas, a hollar esos “valles solitarios, nemorosos”, vadear esos “ríos sonoros”, asistir a esos “levantes de la aurora”, correr por esos “montes y collados do mana el agua pura”, “saltando mas adentro en la espesura”, pisar esos verdes donde el alma del poeta reclinado el rostro sobre el Amado, “dejó su cuidado entre las azucenas olvidado”? Solo podría ser por ansias suyas. Solo por mi amor por sus amores y a través de él y de ellos, por su Amado. ¿Quién me procura esta osadía en la amistad, en el intento de ella? ¿Quién soy yo para llamar a las puertas espirituales de mi hermano y amigo Yepes, el “buratero”? Digo mi amigo desde mi a él, contando, confiadamente, y de manera atrevida, con su disposición correspondiente y relativa. Resultaría horroroso molestarle con mi osadía. Pero, realmente, acudo a él como una sucursal de Cristo. A intentar disfrutar las sombras de sus luces ¿Cómo va a caber profanación en tan grande homenaje? Yo quiero ser, respecto del gran Fray Yepes, lo que Yepes quería y lograba, respecto de Dios. Subir, si no hasta él, hacia él. Intentarlo. Hacer una suerte de mística de bajo perfil, respecto a aun dios poético en el que creo y me recreo. Asumirlo, sentirlo íntimo, gozarlo, hacerlo mío hasta el mayor grado de posibilidad. Ser lo mas amigo posible y alcanzable, del gran amigo del Amado. Amar al Amado mediante su sublime tercería. No “dar a la caza alcance”, sino dejarse alcanzar por la tiernísima cacería. Como un mínimo efecto, casi residual, de ella. Él, el santo Yepes, llegaba hasta Dios y repetidamente. Yo querría quedarme en los primeros peldaños de su escala y abrazarlos fervorosa y enamoradamente, conociendo la magnitud de su naturaleza como vehículo cuyo inicio beso con unción, sabiendo que en su altísimo final tienen lugar los encuentros de mi amigo con su Amado. Con nuestro Amado, que él sabe y ha merecido tratar y yo no. A mi me basta con las migajas medio barruntadas de su fusiones y efusiones.
Con leerle y dejarme (que verbo tan sanjuancrucero) inundar por la impregnación divina de que van revestidas, como un perfume de otra vida. Esa de la que él tan impaciente estaba, siempre, desde esta, cuyo final añoraba, para alcanzarla. Soñando ansiosamente con la muerte, como puerta maravillosa que a ella y a su disfrute con Dios, le abriría. Si no fuera dudar de san Juan de la Cruz (Dios me libre), lo haría de la absoluta legitimidad de esta impaciencia. Porque la vida es un don de Dios y nos la da para algo. Para ser vivida. Aún en las tan duras y a veces casi inhumanas condiciones como las que tocó vivir, tan arduamente, a nuestro carmelita.
¡Coño Señor Galbis!
Nunca habia oido hablar de Fray Yepes, le agradezco que mi primera vez haya sido tan constructiva.
¡Bonita oda!
En este estado literario realmente creo que llegas a la altura de san Juan de la cruz. A veces creo que los adjetivos nacen de tu mano con nuevas sensaciones y nuevas características. Fantástico gracias.
enhorabuena….. , me quedo sin palabras
Luis, tu no escribes prosa. Es pura, delicada y fresca poesía.
A mí, te lo confieso, nunca me han gustado los textos religiosos. La culpa es sólo mía. Quizá tenga algo que ver el internado jesuítico que sufrí, o disfruté, según cuando, pero este escrito rompe con todos mis prejuicios con los textos religiosos.
Ya tengo algo más que agradecerte, además de tus inigualables escritos con los que nos deleitas los fines de semana.
Que pena, que cuando nos hablan de Dios no lo hagan como tu. Ten la seguridad que cualquier persona con buen gusto, creería más. Gracias de nuevo.
Un texto muy bien escrito, Luis, con un alto lirismo por el que transita ese corazón tuyo, anhelante y dichoso. Y momentos en el texto de lo más sugerentes, con claras trazas de prosa poética.
Un abrazo, Luis. Gracias.
«Pero, realmente, acudo a él como una sucursal de Cristo». He hecho mía este frase. Tantas veces, al leer y gozar con San Juan de la Cruz no sabía expresar la emoción de sus palabras, no sabía cómo calificarlo. Ahora sí, Luis: acudir a él «como una sucursal de Cristo».
Muchísimas gracias y que el santo místico acepte la intercesión que le pido ante el Altísimo.