HUÉRFANOS DE LA REINA DE LA POBREZA
Hace poco se ha cumplido el trece cumplemuertes de la madre Teresa de Calcuta. Todo sigue igual de hermoso y deplorable. En este valle de llantos, transitado por los hijos de Eva, continúan floreciendo la rosa y el cardo, volando la mariposa y emponzoñando el alacrán. Pero nos falta su presencia viva, alentando hasta la extenuación, entre nosotros.
El mundo es más sórdido sin ella y tiene mucho más pequeño el corazón. Y los pobres, más pobres, infinitamente más ricos en pobreza, miseria, enfermedad y duelo. Porque nos falta la inmensa belleza de su sonrisa fea y desdentada, entre el parentesis de tantas arrugas santificadas por el sufrimiento compartido. Su imagen pequeña, contrahecha, rota por el trabajo, heroica y humildemente ofrecida al hermano más desvalido.
Llena, absolútamente, de gracia, desde su poco agraciada personalidad física. Dios, en sus manos deformes, estrellas arrugadas y asimétricas, con callos de tanto acariciar, cruzadas por las resaltadas venas canalizadoras, hasta la punta de sus dedos de terciopelo, del humor de su corazón. Dios en cada repliegue de la piel de su rostro, sin más afeite que la sonrisa ni más brillo que la bondad. La cosmética del bien, contínuamente operativa. Aquel rostro que reflejaba la más doliente faz, digámoslo desde nuestra principal devoción alicantina, de la más Santa Faz de Cristo, sonriendo entre los surcos despiadados del tiempo.
El mundo, sin Teresa, ha quedado huérfano de una enorme cantidad de energía teológica, de una copia inagotable de misericordia, práctica y aplicada, del silogismo del amor y la ecuación de la bondad. Teresa era un arroyuelo que todo lo inundaba. Un alma de acero en un cuerpo poco menos que de humo. Un corazón abrumador en un cuerpo casi de niña, que, seguro, tendria, de pura aplastada dimensión, marcadas en su leve y periférica musculatura las lineas de su jaula de costillas.
La madre Teresa estableció su tenderete piadoso en la parte más meridional del famoso eje económico Norte-Sur. Allá donde este “lóbrego mamífero”, como definió al hombre Cesar Vallejo, alcanza las cotas más altas de deterioro existencial, de desintonización con el éxito de la obra perfecta de Dios. Miguel Ángel decía que la perfección se compone de detalles. La perfección de la madre Teresa era la suma de todas las imperfecciones plásticas de su naturaleza y se sublimaba por una suerte de aura que la esmaltaba hasta un máximo grado de claridad, acabando en el puro orden estético de la bondad en estado puro.
Estaba al otro lado del lema cínico de Valle ,”despreciar a los demás y no amarse a si mismo”. Teresa despreciaba a Teresa, se olvidaba de ella, en virtud de un infinito aprecio por los demás. Lo de Valle Inclán parece, más bien, una definición del humor. Lo de Teresa es, era, la simple y exacta exaltación del amor.
Teresa no era gótica. El gótico es un tirón de la belleza hacia lo alto, una hermosura flaca y agrecada, un ansia de cielo de la materia artística. Tampoco barroca, retorcida y llena de perifollos, ella, tan rústica y sencilla, sin encaje, floritura ni adorno. El barroco es solemne. Es la fiesta del acumulo. Ella era la gloria de la desnudez con harapos. Tampoco románica, si bien este estilo ya planea a ras del suelo, pero excesivamente realista, sólido, firme, seguro y redondo. El románico es práctico, utilitario y asentado. El estilo de Teresa entrañaba inseguridad, aleatoriedad, angustia, como el del arbustivo rastrero, la vid humilde, el trigo ralo, la intemperie dura y el Dios providente. El estilo de Teresa era su contra estilo, mínimo, sencillo, astroso, pardo y opaco. Su Iglesia no tenía arquitectura. Era de barro. Ni su fe alambicadas teologías. El sexo de los ángeles valía menos que el pan de un niño. Ella era la socia de Dios en el negocio de los pobres. Simplemente. Dios con llagas, purulento, abandonado, hambriento. El Dios del más puro amor de Dios.
Si la lengua fuera solo comunicación no habría literatura. Si el amor al prójimo consistiera solo en eficacia y suficiencia, no habria caridad. Ella no dintinguía entre pétalos y hortigas. Era un amor desparramado. Una experta en angustia y especialista en dolor. Trabajaba con la realidad más desacreditada. Sabía tanto a dónde iba, que no le importaba llegar a otra parte. Hay que ser sincéramente hipócritas, usando la genial paradoja del maestro Ortega, para no sentir un repelús inexpresable al pensar en Teresa y su obra, desde la instalación, la titularidad real de derechos, el disfrute del estado de ciudadanía y el regalo tecnológico que nos envuelve.
Siempre que falla la Iglesia, es por los devotos. Ante la madre Teresa, esa oenegé con tocas, uno se siente miserablemente culpable de ser medio feliz.
Se dice de la Reina, ponderando su discreto magisterio monárquico, que “es muy profesional”. Creo que es el Rey quien lo afirma. No me gusta el adjetivo. Reinar no es un oficio. Pero sí, aplicado a aquella monjita albanesa, transfigurada entre los hindúes. Profesión de fe, profesión de alegría, profesión de amor hasta el desvanecimiento, hasta casi la propia consunción, para darse, como sustancia de resignación y consuelo, a los demás. Profesión de esperanza sin límites. Teresa de Calcuta sí era un auténtica profesional del oficio de Dios, de la técnica de la misericordia, de la destreza y magistratura en el ser, sin condiciones, para el otro.
Yo recabo para la obra de aquel montoncito de huesos y arrugas, la proclamación universal como novena maravilla del mundo. Las otras ocho son materiales, obra excelsa del hombre puesto a crear. Ella estrenaría el órden de las espirituales: La obra más discrétamente grandiosa de Quien nos hizo, a ella más que a nadie, a su imagen y semejanza…
Extraordinario articulo D. Luis, de la Madre Teresa, creo también que con su manera de vivir y hacer por los demás nos dio una lección de humildad. un saludo para Usted.
Es un comentario, a la vez divino y humano, muy humano:
Magistral lo de «Teresa no era gótica»…»Tampoco barroca»…»Tampoco románica»…»Su Iglesia no tenía arquitectura. Era de barro».
Santo già clamámamos en la muerte de Juan Pablo II, pero, por la unión entre ambos estábamos, a la vez, clamando: Teresia già.
Encomiéndate a Teresa de Calcuta, -lo haces ya- gran intercesora en el Cielo y en la tierra.
Un fuerte abrazo.
Ché… he pasado un día maravilloso en El Campello, metiéndome un exquisito caldero de pescado, en este vientre cada día más agradecido, jeje, maridado de un vino sin igual y seguido de un paseo «playero», que es lo más parecido a una resurrección… y se me había pasado este nuevo texto. Acabo de verlo, recién llegado.
Te felicito por la belleza de la redacción, Luis, siempre didáctica, precisa y, además, hoy, cargada de calor y corazón.
Me gusta verte tan prolífico, se agradece… Sigue dándole al teclado, es un verdadero estímulo leerte.
Un abrazo!
Enhorabuena por el articulo, tan hondo, y a la vez tan bien redactado…
Magnífico artículo, lleno de belleza, perfectamente redactado y rezumando amor por todos los poros del mismo. Ojalá semejante apología del amor sea nuestro norte y nuestra guía.Qué pena que, a veces, tan hermosas palabras, y tan perfecto ejemplo de vida como el de la madre Teresa de Calcuta, se quede en eso, en hermosas palabras. Felicidades, Luis, por su maravilloso artículo.
Pues corroboro lo que dice aquí el señor Claudio, como no. Solo una osilla, dada mi falta de fe, solo puedo admirar a la Madre teresa por su bondad y humanidad, dos cualidades humanas, aunque , por raras, a veces se tengan por divinas.
Muy poético y hermoso señor Galbis, gracias.
Pienso que Teresa de Calcula atendió a todos los pobres que tuvo a su alrededor con dulzura, con el complaciente sacrificio de madre, o sea, los pobres para ella fueron como verdaderos hijos, supongo, aunque no lo se, que eso sería lo que le otorgó la nominación de madre, de MADRE TERESA DE CALCUTA. Del artículo me quedo con aquello de que «el sexo de los ángeles valía menos que el pan de un niño» y con lo de «la ecuación de la bondad», porque al no saber lo que indican me han llamado la atención.