Art. de opinión de Mario Amorós, periodista noveldense afincado en Madrid

Fallece el histórico dirigente de Comisiones Obreras y del PCE

La humanidad de Marcelino Camacho

Marcelino Camacho falleció ayer en Madrid a los 92 años. Hijo de un ferroviario de la UGT, Marcelino nació en 1918 en Osma La Rasa (Soria) y se afilió al Partido Comunista de España en 1935, en los tiempos en que nacía el Frente Popular. Fue uno de tantos miles de jóvenes antifascistas que sostuvieron a la República durante los tres años de la guerra civil y en marzo de 1939 tuvo que sufrir la ignominia de ser encarcelado en Madrid, como tantos comunistas, por la junta golpista del coronel Casado, que pactó la rendición de la capital.

Tras unos meses en la clandestinidad, fue detenido y condenado a reclusión en campos de trabajo forzado, el último de ellos en Tánger, de donde se fugó para dirigirse al exilio en Orán (Argelia). Volvió a España en 1957 y entró a trabajar como obrero metalúrgico en la mítica Perkins Hispania, desde donde participó en la fundación de las Comisiones Obreras, una forma de hacer sindicalismo moderna, de carácter sociopolítico, que unía la defensa de los derechos y aspiraciones de la clase obrera a la lucha por la democracia y el socialismo. La acertada estrategia de penetración en los sindicatos verticales franquistas para coparlos desde dentro y defender las reivindicaciones de los trabajadores se mostró acertada y muy pronto las siglas CCOO, como las del PCE, presentes en todos los tajos y todas las luchas, se convirtieron en sinónimo de la libertad.

En 1967, Marcelino fue detenido y pasó nueve años en la cárcel, condenado en el Proceso 1.001, en el que la dictadura juzgó de manera arbitraria a los principales dirigentes de Comisiones Obreras. A su salida, en 1976, Marcelino dijo: “Ni nos doblaron, ni nos doblegaron, ni nos van a domesticar”. Miembro del Comité Central del Partido Comunista de España, fue elegido diputado por Madrid en 1977 y 1979, pero abandonó su escaño en 1981 por sus diferencias con la dirección del PCE encabezada por Santiago Carrillo. Fue secretario general de CCOO hasta 1987, cuando le sucedió el hoy diputado socialista Antonio Gutiérrez, y ostentó el puesto honorífico de presidente de CCOO hasta el conflictivo Congreso de 1996, cuando el sector oficial de Gutiérrez forzó su destitución por sus críticas a la derechización del sindicato y la difuminación de su identidad clasista. Hasta el último día de su vida Marcelino ha tenido el carné nº 1 de CCOO y, por supuesto, el carné del Partido Comunista de España.

Hasta aquí la sucinta biografía de un hombre que consagró su vida a la defensa de la clase obrera. Pero quienes le conocimos a lo largo de su trayectoria sindical, en los años de cárcel o, como es mi caso, en reuniones y congresos del Partido, quienes compartimos con él la alegría de la Fiesta anual del PCE, quienes le escuchamos en diversas conferencias hablar, cómo no, de “la revolución científico-técnica”, evocamos hoy y evocaremos siempre también la humanidad de Marcelino, una humanidad ligada a los ideales más nobles que un ser humano puede abrazar, una humanidad enfundada en los jerseys que su esposa Josefina le ha tejido durante más de 60 años.

Si te encontrabas con Marcelino en el metro o la casualidad te sentaba en un tren en el que volvía de dar alguna charla y le saludabas,
te brindaba la mejor de sus sonrisas, te estrechaba la mano con el calor sincero con el que los viejos luchadores saben animar a las jóvenes generaciones a reconocer y recorrer el camino que ellos trazaron, a través de sencillas palabras, «salud camarada, siempre adelante, siempre a la izquierda». En la gente común que le reconocía por las calles de Carabanchel, en el metro, apreciabas y te conmovía el reconocimiento sentido de las gentes más humildes a la trayectoria ejemplar de un ser humano honesto, valiente, coherente, austero, cuya vida se ha extinguido hace unas horas, pero cuyo recuerdo no se borrará jamás ni de la Historia, ni de la memoria del pueblo y de quienes somos sus camaradas. Porque “ni nos doblaron, ni nos doblegaron, ni nos van a domesticar”.

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