SOLEDADES ABSOLUTAS
Se dolía Dios de estar muy solo. Y nos inventó a nosotros. Tan solos como Él pero mas vacíos de entidad, sin otro contenido que el que Él nos cediera. Muchas soledades no añaden una compañía. Yo puedo estar acompañado de mí mismo, entre cientos de soledades, más próximas que prójimas.
Dios tenía necesidad de que fuésemos interesantes, capaces de acompañarle. Y no halló mejor modo que alzarnos hasta Sí, hacernos como ÉL, o mejor, hacerse ÉL como y entre nosotros. De paso, estrenaba una madre, que no es poco. Dispuso nacer y dispuso morir, para mejor acompañarnos. Nos quiso hasta la muerte. Y solo aguantó treinta y tres años, un tercio escaso de siglo. Haciendo el bien, como dijo San Pedro y recibiendo el mal. Hasta morir en aquella horrenda Pascua Final en que todavía le dice al Padre que nos perdone por que no sabemos lo que hacemos. ¡Qué hermoso reconocimiento teológico de su fracaso!
Buscaba nuestra compañía y no le fuimos buenos compañeros. Porque no sabemos. Porque no es propio de nuestra naturaleza amar por encima de nuestros intereses de supervivencia. ¿Cómo pudo equivocarse tanto? No me hace a su imagen. Se hace Él a la nuestra. No nos sube. Se baja. Y se baja para humillarse por amor a quien no lo merece. Él, quiere amar. Que le correspondamos sería lo justo pero no, indispensablemente correspondiente. Él quiere querer; pero no solo para que lo quieran. Si lo quieren, mejor. Más justo y congruente. Pero si no, no importa. Con el amor que Él pone sobra para llenar el corazón del mundo. Que este lo corresponda es tercera cuestión. No quiere para que le quieran. Pero no hay manera de evitar que esto se transfiera y comunique. Que opere desde su natural energía. Y este querer se hace común, querer para creer, para mover el corazón y ensanchar el alma, para que haya, donde se ponga amor, más amor, como decía mi dilecto San Juan de la Cruz.
Dios estaba en lo suyo. Querer y más querer. Y se hizo hombre por amor. Y por amor, sufrió que lo matasen los hombres. Dios no necesitaba nacimiento y muerte. Pero no naciéndolos y muriéndolos, nos habría querido menos. Habría sido menos Dios y menos hombre. Él bajó hasta nosotros mejor que nosotros ascendiéramos a Él. Siempre mas fácil la cuesta abajo. O, que lo más de lo menos que esperar de lo menos lo más. Y peor, en dirección contraria y con extraño sentido de marcha. Yo quiero esperar que en la mucha compañía no hallase Dios casi una absoluta soledad.
Dios me quiere como yo no he sabido quererle. Dios no puede errar. Si acaso, pasarse de ilusión. Yo no. Yo se errar de modo perfecto, como imperfectísimo que soy. Yo yerro. Pero en el fondo de mi error resuena un eco que parece que choca con los espacios del Cielo. Debe ser el estilo de Dios. Como si quisiera que en las equivocaciones de mi relajada naturaleza, hubiera un cierto perfume divino. Soy su mal compañero, pero su compañero. Y eso impregna ontología. La del orden más superior.
A lo mejor, con el bajo tono de mi amistad, a Dios le basta. Su exceso puede salvar mi defecto. Hasta es posible que encuentre en mi miseria su gloria. Esto puede ser un truco de mi inteligencia o de mi falta de ella. Lo cierto es que uno se queda, en cierto modo, como consciente de una entidad espiritual que ha satisfecho a Dios. Nunca pudimos sentirnos tan alto ni Él mas bajo. Pero somos así. Él mismo nos lo pone tan fácil. Nos deifica. Se quiere en mi. Me hizo para quererme. Me hizo queriéndome. Soy su amor en acto. Y no estando a la altura, me dejo querer…Es mi mejor manera de corresponderle. Relajada, fácil, cómoda, pero fiel. Como la de un perro con su dueño. Inquieta la cola, como la antena de su espíritu, en la alegría del homenaje.
¡Cómo me gustaría, Señor, saber quererte más! Aunque fuera como un ángel fracasado. Que se me hubiera contagiado algo de Ti. Algo que me hiciera más semejante a ti que lo conseguido por tu amorosa voluntad. Lo habrías ganado tú pero sin quererlo, sin pretenderlo, del modo espontáneo y recíproco cómo aumentaba aquel amor que añadía San Juan a donde ya lo había, para que hubiera mas amor. Sería un amor reflejo del tuyo. Serías Tú en mí. ¡Como me gustaría!…
Luis; enhorabuena, en especial porque comparto lo que transmites, y lo haces explicitamente y sin ambiguedades; y en segundo lugar por tu habil manejo del vocabulario