DE REDROJOS
Ha de haber de todo. Cumbres y colinas, eras y llanuras, plazuelas y bulevares, monumentos y ruinas. La vida y la historia se instalan en todo. Y todo es, o fue, organicidad, belleza esplendor y universo. A su nivel, claro. Pero dentro de una naturaleza en que nada se desperdicia ni es de segundo orden.
Mi mujer lo dijo, con otras palabras, en reciente noveldería (las que publico NOVELDA DIGITAL este año, porque en Betania, su ámbito natural, no cupieron). Dados los relativos volúmenes o tamaños, a la Santa le quedaría mejor el humilde redrojo, no menos dulce e hijo de la vid, que el racimo aparatoso. Ella decía “changló”, que es lo nuestro. Por congruente homologación. Por propiedad y correspondencia en las dimensiones. Un racimo más grande que su imagen no representa solo una desproporción. Parece, con todos mis respetos a la tradición clasificadora de los más hermosos, (todo poco para la Santa), una expresión de soberbia vegetal.
El redrojo no debe considerarse solo el desprecio del vendimiador. Ha resistido a las inclemencias meteorológicas y a la acción de hongos e insectos. Es un superviviente real, ecológico, que ha soportado las intemperies de la realidad y las ha convertido en fruto sazonado. Razonablemente, casi podríamos decir de él que es como más natural que el racimo embolsado. O menos artificial. Porque ha llegado a su sazón, sin artificio alguno. Siguiendo los ritmos de la naturaleza. No se ocultó a la realidad detrás de un saquito de papel. Es lo más valiente, humilde y real que se despacha en racimo de uva de las nuestras.
No creo que el recolector de uvas para vino los deje en la cepa como hace el vendimiador de uva de mesa. Para mi, en este acto aparentemente abandonista de los recolectores de la variedad Vinalopó, (de soltera, “uva de Novelda”), hay una oportunidad para el pájaro. Una delicada ofrenda a esa lira que vuela, una energía dulce para sus alas.
Hay gente de aparato social, ambiciosa. Hombres que aspiran a reconocimiento y estatua. Y no es ilegítimo el propósito que les dispone su ego. Ser cada vez más y contar con más fuerza y poder, no es mala disposición. Todo es bueno, bien empleado.
Y hay gente sencilla, humilde, que lo tiene todo en lo que Dios le dio haciéndolos como son y solo aspira a la sosegada rutina de hacer el bien y ser cada día un poco mejor. Aunque apenas se perciba. Aquellos los del ego subido y estos los del eco apagadito. San Juan de la Cruz, el bueno de Yepes, el más grande de los poetas, ( “Poeta de los poetas”, según el Breve Pontificio del Papa Juan Pablo II, *INTER PRAECLAROS POETAS*), fue un modestísimo redrojo humano. “Mi senequita” lo llamaba la madre Teresa, de tan poco como aparentaba físicamente. Lo mismo hablaba con Dios que con el enfermo que peor oliese, que él los seleccionaba así, para amarlo mejor y así agradar más al Cielo. No aspiró jamás a ninguna granjería y devino el poeta divino por excelencia. Sus poemas eran el libro de cabecera de Truman Capote…
¿Un mundo de hombres redrojo sería mejor? No seré yo quien lo afirme. La historia se realiza con fuerza, recursos, voluntad de victoria. Con proyectos de grandeza movidos por la energía individual de sus protagonistas. Casi toda ella se ha hecho a caballo. Jesús entró en Jerusalén, entre palmas, a lomos de una borriquilla prestada. Y era el mejor amigo de los pobres. En el gobierno de Jesús había una Constitución, además de los mandamientos de la tabla de Moisés. La que se instituyó en una montaña, en el “Sermón” así llamado, “de la Montaña”. Y el nombre de esa Constitución de Cristo es “Las Bienaventuranzas”. El Código de los fracasados. La primera declaración de derechos humanos referida a los que no los tienen o los ven atropellados.
Pero volvamos al redrojo. Cuando una viña ha sido vendimiada, (en Novelda, recogidas todas sus bolsas), queda la oportunidad del redrojo, la ocasión del “changló”, en la jerga local, bastante mas hermoso el vocablo y como menos despectivo.
La uva más uva que ha hecho el viñedo. La que se ha criado como toda la producida durante milenios, desde antes de Noé. El racimo embolsado es un fruto de lujo. Una maravilla natural, protegida y perfecta. ¡Qué gran idea la de aquel noveldero que concibió este tratamiento principesco para lo mejor que se cultivaba en el término! Pero el redrojo, el changló, lo inventó Dios, ya, seguro, en el Paraíso de Adán. Y no ha tenido más cuidado en su desarrollo que la gracia de la naturaleza proveída por el Creador.
Yo soy un enamorado del changló. Y lo he buscado entre las cepas ya cosechadas, como un tesorillo mínimo y muy sabroso, reservado para mí.
El changló es la uva de Novelda más uva de Novelda que se concibe. Quiero decir más hija de su sol, su humedad y sus vientos. Benditas las bolsas que tan maravillosamente han preservado la industrialización de un producto excepcional. Y bendita la idea que trajo su utilización. Pero no menos bendecido el humilde, resistente, sencillo y valiente changló, hermano pobre de las ubérrimas bolsas, como teta de niña, desnuda, frente a los pechos marylinescos magnificados por la lencería.
Me quedo con el changló. Con el redrojo en la más recia parla castellana. La Santa, nuestra santeta, es también, frente al tamaño medio de las imágenes eclesiales de nuestras generales devociones, un changloncito de Evangelio un poco más voluminosa que sus propias estampitas. Y es lo más grande que tenemos en Novelda…Tan pequeñita y justo a la medida de nuestro enorme amor.