Llamadas perdidas
Hubo un tiempo, no muy lejano, en el cual los teléfonos móviles nos parecieron cosa de ciencia-ficción, incluso de brujería. Luego, casi con total impunidad, llevados por una necesidad ficticia creada por la televisión y el cine, esos pequeños aparatitos (pequeños ahora, porque los primeros eran auténticos ladrillos enormes de antenas extraíbles) se fueron introduciendo en nuestras casas, en nuestros trabajos y, por último, también en nuestras vidas.
El que se compra un teléfono móvil nuevo, de última generación, con mil colores y sonidos, cámara de vídeo de gran resolución y acceso a Internet, se parece al padre primerizo que va enseñando a su primogénito como si fuera algo único en el mundo: «mira, acaba de eructar, ¿no es un angelito?». Con el móvil igual. Después de que nos enseñen todas las virtudes del aparato en cuestión, preguntamos casi con vergüenza: «pero… ¿sirve también para llamar?».
Al principio, los móviles solo servían para llamar, y tampoco había tanta gente que tuviera uno, así que eran un elemento que podía olvidarse en casa sin ninguna consecuencia. Hoy en día sería impensable dejarse el móvil en el mueble de la entrada o en la mesa de la cocina. Estamos habituados a su peso en el bolsillo, lo que nos genera mucho estrés cuando lo olvidamos o cuando decidimos que es mejor no llevarlo con nosotros, cosa que a muchos nos sucede en verano al entrar en la piscina o la playa. Al regresar a la arena, cuando cogemos el teléfono, varias llamadas perdidas y alguien que nos llama diciéndonos: «te he llamado, pero no me lo cogías, ¿dónde estabas?». Y ahí es cuando se ha perdido toda esa intimidad que nos prometieron que tendríamos usando un móvil. ¿Que dónde estoy? Y claro, no puedes responder que estás sentado en el retrete o… en algún otro sitio más inconfesable.
Otro hecho que provoca ansiedad es al recibir llamadas. Si conoces el número, bien, no pasa nada: descolgamos, hablamos tres o cuatro trivialidades y, a veces, incluso podemos llegar al quid de la cuestión después de cinco minutos de conversación general. Pero también podemos recibir llamadas de números que no conocemos o de remitentes desconocidos. Eso causa mayor estrés: ¿quién será a estas horas?, ¿un pesado?, ¿alguien que me quiere vender cualquier cosa?, ¿el médico de mi madre? Y entonces, puede ser, nos saluda una voz diciendo: «¿a que no sabes quién soy?». Y tú, que estás en el baño, o en salón, o tumbado en la cama intentando disfrutar de una feliz siesta estival, tienes que tratar de ponerle cara a esa voz desconocida a partir de las miles de voces que guardamos en el almacén de la memoria. Y, créanme, a veces es muy difícil.
Hoy en día, el teléfono móvil forma parte de nuestros elementos cotidianos. Como el que se pone el reloj y se peina todos los días, hay gente que vive enganchada al móvil, que lo utilizan para todo. Incluso para decir: «cariño, en cinco minutos llego». Si el mensaje era la llegada, lo mejor es hacerlo, no llamar para anunciarlo a los cuatro vientos. Además, eso parece que ya ha sido sustituido por las llamadas perdidas, llamadas que ya pueden significar cualquier cosa: «llámame», «he llegado», «te quiero», «ven a buscarme», etc. A veces recibo llamadas perdidas, y me quedo mirando el móvil como si ese aparato estuviera a punto de decirme algo. Lógicamente, nunca lo hace.
Por ese motivo, prefiero los SMS (que van al mensaje directamente, sin caer en divagaciones) o, mejor aún, los correos electrónicos. No sustituirán nunca al placer de hablar cara a cara, pero ambos son más discretos, más relajantes. Los recibimos constantemente y a todas horas, claro está, pero podemos elegir cuándo atenderlos, cuándo leerlos, cuándo responderlos. Tal vez así ganamos algo de intimidad, de soledad, de poder escuchar los silencios de nuestra casa y oír las palabras y las voces de quienes nos rodean. Y es que mientras escribía este artículo me han llegado tres llamadas perdidas. No conozco los números. Podría ser cualquiera. Luego llamarán. O quizá no. No importa. De momento, prefiero apagar el móvil, relajarme y disfrutar de una conversación con mi mujer y mis amigos.
Eres tremento Jesús, a todo le sacas punta, positiva claro está. Con lo ocupado que debe de estar un empresario de tus características, no se como te queda tiempo para escribir y describir la vida misma. Ánimo
Me ha gustado mucho el artículo. Claro y directo, y por otra parte muy lógico. Estoy totalmente de acuerdo con el contenido y tampoco está mal el continente. Parece necesario leer estos pequeños apuntes para ser conscientes de nuestra inconsciencia.
Enhorabuena
coincido en todo…; en cuanto a lo de las «llamadas ocultas»…. mayoria de veces son publicidad… pero entiendo que no tengo porque «abrir la puerta de mi casa» (descolgar el telefono) a alguien que viene con la cara tapada y al que no conozco…
El problema del movil es cuando no puedes vivir sin él…cuando te domina la vida, yo creo que hay gente que habla por el movil y realmente no habla con nadie, detras de la otra terminal solo hay silencio, pero se en importantes al hablar en voz alta por la calle, o en el tren o en el restaurante, y en el fondo es una respuesta a la soledad de la soceidad actual, no creo que esten locos tanta gente, el movil llena ese vacio, pero claro!!!! es como el que bebe cubatas solo, tiene un problema y grave!!!!! en fin, leyendo el magnifico y sencillo artculo de Jesus pienso que este personaje exsiste, el que habla solo….. que miedo!!!
Lo que más me fastidia es que encima que escribes bien, NO TE HACES VIEJO COÑO, cada día estás más cachas más joven y más guapo.
Yo nunca he tenido móvil y he vivido muchos años entre en Roma y Madrid, antes de volver a Novelda. Ahora tengo un teléfono fijo en mi despacho, junto al ordenador, y me arreglo con él y con el correo electrónico.
Yo vivo mucho más tranquilo que los que usan móvil pero a veces la conciencia me insinúa que lo mío es muy cómodo.
Voy a seguir sin movil mientras pueda atender la Iglesia de María Auxiliadora, los enfermos y el tanatorio. Si no pasa nada, mi epitafio sobre mi tumba será: «Vivió y murió en la gracia y amistad con Dios, sin poseer teléfono móvil».