«El Misteri»
Yo estaba allí. En medio de lo que pudo y debió seguir llamándose “La Festa d,Elx”y denominamos hoy el “Misteri”. Seguramente, porque hay mucho de misterioso en su prodigiosa identificación con el pueblo en cuya sensibilidad secular ha podido pervivir como un bien cultural vivo, como una porción de belleza hecha carne de historia, como un acto litúrgico popular y casi callejero, (puertas del crucero abiertas y azul del cielo entrando por las ventanas superiores, haciendo el cielo de vitral de aire), en que se entremezclan templo y ágora, liturgia y tradición, teatro y sacramento, ara y escenario, presbiterio y coliseo, clero y pueblo fiel, toda la iglesia convertida en un medieval corral de comedias, la representación en medio, circunvalada de gentío, silencioso, respetuoso, enamorado, y por encima del conjunto, como un incienso que todo lo impregnase y presidiera, la mas ingenua, sencilla y tierna gracia del cielo asentándose en cada corazón expectante y arrebatado. Yo vivía y escuchaba lo que sucedía. Las voces, blancas, infantiles y las recias, varoniles, abrían grietas de luz en el alma que parecía estar entresoñando aquellas escenas apasionantes.
Apasionantes de auténtica y real Pasión. Se oían tracas, a lo lejos, como subrayando cada momento cumbre. Yo sesteaba sueños de cristiandad. Eran las seis de una tarde de calor justiciero. El Misteri me penetraba, me incluía, me absorbía y arrastraba y yo me dejaba tomar, con los vellos de punta, viviendo en una historia viejísima desde mi hoy y ahora adormecido e inundado.
Setecientoscincuenta años de historia. Tres tercios de milenio. En Elche el tiempo es largo. Ciudad bimilenaria. Jaime conquista las ciudades y sobre cada mezquita eleva una iglesia, siempre dedicada a Santa Maria, la Virgen de la Asunción. La “dormida”. Todo el siglo XIII es “dormicionista”. El siglo del rey Jaime. Y el siglo de sus Vírgenes de la Asunción, de sus nuevos templos, todos, de Santa María. Yo, en el siglo XXI, no dormido o adormecido sino soñando despierto y no creyéndome lo que vivía en plena reconstrucción piadosa. Cultura palpitante, erudición chiquita, voces angelicales, argumento elementalmente teológico que roza lo sublime, divino culebrón en dos partes, con un día por en medio. La última porción de vida de la Virgen. Su deseo de “dormir” para recuperar al Hijo, manifestada a las Marías y los ángeles y, luego, a los apóstoles. La asistencia de estos, venidos, milagrosamente, por doquier. La preeminencia de Juan, su padre adoptivo desde la Cruz, “el de la palma”, pese a la presencia de Pedro, el “jefe”. La “dormición”, la guarda honrosa de su cuerpo, la subida de su alma, que baja un ángel del Cielo a recoger. La bajada al día siguiente, para reinstalarla en su cuerpo y subirla, gloriosa y coronada a medio camino, hasta el lugar del Hijo. El episodio hostil de los judíos, enseguida ganados a la causa…La elementalidad hecha un corpus de litúrgica cultura, belleza literaria y grandiosidad musical. Un bien inmaterial de la Humanidad entera, Patrimonio, desde ya, de todos los hombres de todas las tierras
Datan esta joya entre los siglos XIV y XV. Estamos, pues, ante una obra de arte con medio milenio de antigüedad, escrita y cantada en un valenciano viejo de expresiones bellísimas como aquella que llama a parir o tener el Hijo, “infantarlo”. Conservada maravillosamente por la sensibilidad religiosa y el buen gusto artístico de un pueblo excepcional, el que apacienta millares de palmeras, como un Olimpo de palmas, un océano de manos estrelladas y verdes, un universo de homenajes. El palmeral inmenso de todas las palmeras. Palmeral de palmeras que se diría en ponderativo hebraico. Como Rey de reyes o cantar de los cantares.
Me calaba, me impregnaba, el auto sacramental, el drama litúrgico, musical religioso, la singular y extraña “opereta” de Dios. La música del Misteri, una música absolutamente misteriosa, me acariciaba el alma. Me tenía como en andas. Me metía en ella, en si misma, y me envolvía e incorporaba trascendentemente. Bellísimas las canciones de la Vespra, aquel gregoriano de voces blancas, desarrollando unas melopeas mediterráneas, árabes, griegas, isleñas, que saben a flamenco en la prolongación de las vocales y en el arrastre de los sonidos repetidos. Se producía eso que los del sur, metidos en faena lúdica, llaman “el duende”. Los cantos de san Juan, llenos de grandeza, me ponían recia la disposición intelectual. El Ternari, bellísimo, conjunto de barítono, tenor y bajo, entremezclando sus voces como en una armonía salomónica y retorcida y columnaria, interpenetrada, envolvente, sonando a un solo triple, me producía la impresión de estar escuchando, cantando armoniosamente, a la mismísima Santísima Trinidad. Cantándole Los Tres, en Uno, a la Madre. Y los coros de la Festa, ya todas voces viriles excepto en la subida y bajada del Araceli, en que continua el semigregoriano blanco, blanquísimo, dulce y embriagador de los angelillos que bajan el alma de la Virgen y suben luego a la Madre de Dios despierta, hasta su coronación emocionantísima y desaparición final entre los cielos, arrebataban todos mis sentidos. Cantaban los apóstoles, Tomás, recién llegado de su India (este Tomás siempre o dudando y teniendo que meter la mano comprobadora entre llagas cicatrizadas o llegando tarde a lo grandioso) y cantaban los judíos, primero en la reyerta y luego en la conversión. Y a mí me parecía cantar entre ellos, de puro emocionantemente concernido que me sentía por el sonoro encantamiento.
Yo creía haber cambiado el mundo actual, reciente, contemporeaneo, por un puñado de antigüedad o historia. Y vivía lo cambiado. Y participaba en su realidad. El Misteri me incluía en su prodigio de elegantísima ingenuidad, de recia ternura, de popular integración, que ocurre entre el pueblo y para el pueblo y en el que el pueblo participa Y yo era ese pueblo. Pocas emociones he sentido en mi vida como la del momento de la coronación, abiertas las puertas del cielo, cayendo una lluvia de oropel sobre las docenas de brazos de discípulos y judíos elevados a Lo Alto, un mar de manos abiertas, como picos o realces de la corona del conjunto humano, que asiste a la coronación de la Virgen, mientras asciende la Señora, viva, ya coronada, a reunirse con su Hijo.
Aquí todos mis azules se me acumularon y se me hicieron, indefectiblemente, elcheros, indefectiblemente, ilicitanos. Elcheros de por vida. El misterio azul de la Virgen azul, bajo las ventanas abiertas, azules de cielo, entrando en el techo azul por la portezuela mecánica dispuesta por el montaje escénico. Más concernido, como ya tengo dicho, por el azul, que nunca. Vivía el Misteri haciéndome cristiano y elchero del siglo XIV. Como si volviera a unos orígenes gloriosos impresionantes. Desde una ciudadanía culta y prestigiosa que cuida y venera sus tradiciones. Una sociedad civil y religiosa que había hecho de su buen gusto un milagro de sensibilidad y de su sensibilidad una obra de arte, a lo largo de la historia.
El Misteri, ese bien cultural, ese tesoro espiritual, esa joya impalpable, ese primor moral mas allá del tiempo, gala del alma inmediata, disponible, me apartó de todo durante dos dias, 14 y 15 de Agosto, que viví como uno solo, desaparecido todo el resto previo y la doble asistencia, resumida en una sola vivencia. La Dama se toca. Tiene cuerpo, forma, dimensión. Realidad material. Se puede llevar y traer. Traer, parece que un poco menos. Las palmeras se trasplantan. El Misteri incorpóreo, inmaterial, todo espíritu, idea, concepto piadoso, querencia, amor, devoción, sentimiento puro de sentimiento puro, se me hacia misterio propio, misterio intimísimo, carne de mi alma y alma de mi vida espiritual. Impalpablemente real.
Yo, ya lo he dicho, tengo muchos pueblos. Soy rico en geografías. La de Biar, donde nací. La de Novelda, donde se consolidó mi infancia. La propia de Madrid, donde transcurrieron juventud y principio de edad adulta, y tuvieron lugar todas las cosas importantes de mi vida, estudios, boda, hijos, comienzo de mi actividad periodística y literaria, milicia, muerte de mi madre, que allí descansa. Ahora, por propia designación, me hago elchero, si Elche me acepta, por devoción. No es que me lo haga yo. Me lo ha hecho la integración en su Misteri. El Misteri me ha dado certificado de origen y código de barras. A ver quien me quita el titulo. Elchero orgulloso, coparticipe de sus misterios, por los siglos de los siglos…
Yo escuchaba. Nunca serán del tiempo las cosas que oía. Eran de la eternidad. Pero escuchaba unos cantos y unas melodías absolutamente irrevocables. Como si me oyese a mí mismo en ellas. Como si yo mismo fuera Misteri, fuera angelillo, o judío o apóstol, o el Juan, “amado», el de la palma alzada, que no se arrodilla nunca, como si fuera reumático. Por las altas ventanas, seguía entrando la luz azul de la tarde joven y el calor del medio Agosto. Ahora escribo pero me perece seguir en la misma disposición. Escribe el tiempo. Describe la historia. La historia con-vivida. Escribe mi piadosa comunicación con lo oído y vivido y participado. Escribe el misterio de mi asuncion del Misteri. Inundado de belleza, de altísima hermosura, de ternura humildisima, de ingenuidad trascendente y celestial. Y de una musica que suena como las acordadas melodías que suponia Fray Luis entre los astros. He vivido las mecánicas estrategias de un montaje celestial y el desarrollo rústicamente primitivo de un drama sacro intemporal, con el mayor interés intelectual de que soy capaz, en esa especie de duermevela de mí sesteado sueño elchero, a la seis de la tarde veraniega, entre el calor del ambiente y el gentío, atemperador de mi realidad irreal, de mi inclusión paisana, recientemente paisana, entre mis nuevos hermanos elcheros, trabajadores y protagonistas del prodigio. Decía Fray Luis” Cuando contemplo el cielo, de innumerables luces adornado” y diría yo, cuando contemplaba la coronación, el cielo fingido y abierto, las citadísimas ventanas de azul real y celestial en lugar de vidrieras y las innumerables luces de la dorada lluvia dorada, entre los brazos múltiples y alzados a lo alto de angeles, apóstoles y judíos, y me sonaba casi a lo mismo. Porque el techo de la iglesia es el cielo por donde se cuela al Empíreo María, santa María, la adormecida y nuevamente renacida y despierta. Las circunstancias extrañísimas de mi rara disposición de espectador, me han hecho vivir este Misteri no como un espectador de un Agosto de tercer milenio, sino como una parte integrante e integrada del drama sacro, de la presentación litúrgica, ellos, desde el centro escénico, junto al altar y yo desde una silla en el palco del Ayuntamiento. Creo que nunca volveré a ser el mismo. Porque el Misteri me ha misteriosamente transformado. Yo siempre he tenido fe. Y esperanza. Ahora tengo una inundación de amor. Caridad a raudales. Y se la atribuyo a esa transfusión de belleza, piedad, emoción religiosa y fruición cultural, que me ha propiciado el Misteri. Hasta, repito, convertirme en devotísimo elchero, desde hoy hasta cuando Dios quiera y disponga. Hasta que yo, tambien, a través de mi modesto misteri personal, llegue, como espero, junto a Él y la “adormecida” despierta para la eternidad. Su Madre y la nuestra y la que fué solamente mía, cuyo reencuentro será la alegría de mi muerte…Cuando Dios disponga…
Algunas expresiones del anciano valenciano a veces, alternado con el latín, son singularmente seductoras. Como la que, según ya he consignado, llama al parir o dar a luz, “infantar”, traer el mundo un infante. Se da cuando los apóstoles, convencidos de la buena fé de los judíos, ya reducidos y queriéndose hacer perdonar, les exigen que manifiesten su fé en la virginidad de Maria, con estas palabras : “ Prohómes jueus, si tots creeu /que la Mare del Fill de Deu /Tostemps fon verge, sens dubtar,/ans e aprés d,infantar”… Véase la finura de la significación de la Virgen, como “Mare del Fill de Deu”. Madre del Hijo de Dios. Equivale, casi, en una delicada y entrañable extralimitación teológica, a llamarla esposa de Dios, como hará, el texto, en otra parte. Aún, parece, no había comenzado la costumbre, exclusivamente valenciana de llamar, casi siempre, a la Virgen, que es solo la Virgen en el resto de España, en cualesquiera de sus advocaciones, por sistema, prácticamente, por sistema, La Mare de Deu. Y hasta, hermosísimamente, en el más grande diminutivo del mundo de las lenguas todas, la “Maredeueta”.
La Madre que quiere morir para encontrar al Hijo, dice, maravillosamente, recorriendo el pasillo inicial del acto “ Trista de mi! Jo qué faré / Lo meu car Fill, cuan lo veuré? “Y ya junto al “cadafal”, en el centro escenarial, añade: “Gran desig m,a vengut al cor / del e meu car Fill ple d,amor/ tan gran que no o podría dir/ on, per remei, desig morir”..
Adviértase la finura intelectual y propiedad dramática de llamar a la Virgen Madre del Hijo de Dios. Mare del Fill de Deu. La escena ocurre en la segunda mitad del siglo I. La Virgen María no será proclamada, dogmáticamente, Madre de Dios, hasta el siglo V, año 431, en el Concilio de, precisamente, Éfeso, la ciudad en que transcurren los hechos del Misteri, en la que ella residía en casa de Juan el más amado, a quien cede, al subir al cielo, la palma que este ya no abandona jamás, ni ante su jefe San Pedro. La ciudad de la tierra desde la que sube al cielo en cuerpo y alma. La Madre del Hijo de Dios. Como si hubiera sido uno de esos que ahora se dicen vientres de alquiler…Los autores del drama, situándose en el tiempo auténtico de la acción, manifiestan una finísima cultura y un respeto teológicos de primer orden. Y un atrevimiento conceptual no menos excepcional. La cosa ocurre cuando la Virgen no era todavía la Madre de Dios. Y los autores, que escriben el texto cuando ya sí que lo es, la tratan como lo que aún, en aquel entonces relatado, no era, oficialmente. Me parece grandioso.
Qué auténtica bendición de la mayor gracia bendita esta joya alicantina, que brillará por encima de los siglos de los siglos, llenándonos de gloria y admiración universal.
Muy querido Luis:
El deseo perfeccionista que caracteriza tu obra alcanza un grado casi insuperable en este nuevo artículo tuyo, antonomásticamente El Misterio, que has publicado en tu pueblo elegido que es el mío eucarístico.
Reduciendo este trabajo a su esencia, bien podemos juzgarlo, a la luz de tus palabras, como una obra de arte haciéndose a lo largo de la historia, conjunción casi perfecta de cuanto significan en el tiempo la Dama, la Palma y el Misterio, trilogía que enlaza simbólicamente el arte con la belleza natural y el pensamiento más elevado.
Y aquí, misteriosamente, hemos llegado a la cumbre que descubrió Aristóteles: el pensamiento del pensamiento, el misterio en sí.
Enhorabuena, muchas gracias, y mi más cordial abrazo, Vicente Ramos.