Art. de opinión de Luis Beresaluze Galbis

M A D R E

Te vas, Magdalena, otra vez. Llega el fatídico primer lunes de Agosto. Todos los años tienen uno. Y la que entró el 20 de Julio entre uvas, se vuelve al Castillo enjoyada de de jazmines. La uva es una fruta hembra y ubérrima y el jazmín una flor que huele a Dios. Los dos te aluden. Tú fuiste una mujer muy hermosa y el amor de Dios te envolvía como un perfume de lo alto. Te vas, madre, madre de los noveldenses. En realidad no tuviste hijos. Tu feminidad enorme no fructificó en maternidad biológica. Casi un teológico fallo de la especie. Te habías enamorado de Dios, en su Hijo. Y aquello no podía pasar de platónico y espiritual. Pero, con tu reciente venida, nos has llenado de madre. De ti, que lo eres nuestra y de la nuestra, que es, era, en mi caso, también hija tuya. Llegando el día 20, me trajiste, en cierto modo, ya te lo he dicho, la que late en mis pulsos todavía y lava mi sangre, que es suya, en el aliento que tambien me dió, en ese acontecimiento telúrico en que el mundo se pone a fascinar, el cielo es más azul y la tierra, esponjosa y húmeda, tiñe la piel del planeta con una violenta erupción de belleza. Un ocho de Mayo ya lejano. Contigo se vuelve a estar bien, a sentir bienestar. A ser madre o estar, otra vez, en ella. Se vuelve a una madre, entre sensación e intelectualidad, como es plástica la ética y moral la belleza. A la madre noción y acogida y confort. A la madre que hay en uno, en este uno que fué todo madre, una vez, que formó parte de ella, como ella forma parte, ahora, de ese uno, que en realidad siempre fué y será, dos. Uno, y ella. Mayo, madre y Julio y Magdalena. Mi madre se llamaba María, como tú. María Clemencia Galbis. María, como la madre de Dios. María, “preferida de Dios”” en su acepción literal.

Yo creo que nací cuano se debe nacer. En plenitud maternal. En el momento más indicado. Cuando más invita a ello el universo, tambien maternal..Cuajado de flores. Fuí ella misma nueve meses. Latí, dentro de ella, casi trescientos días. Ella, que se fué hace tiempo, muy pronto, lo hará conmigo, hasta que muera. Sin ternurinas. Es como una ecuación o un silogismo. Una determinación biológica que se enrosca en el espíritu. Ni me planteo por qué estoy tan lleno de madre. Lo constato, simplemente. Y lo vivo. Es como una filosofía de la carne contínua…

Me llevó nueve meses. Yo la llevaré siempre. Se oxigena conmigo, entre mi sangre, y me acompañará al otro sitio, ligero soplo dentro de mi aire, de mi último aire, donde nos reencontraremos de modo real, vivo, doblemente vivo, en otra vida y dimensión.

Repito que hablo y siento esto como si desarrollara el binomio de Newton. Con el corazón sosegado. Es así…Fuí ella misma. Lo fuimos allí. En Biar, ese pueblo colgado de una montaña. Un Mayo, como todos, de hace muchos años. Donde y de donde ella y toda su familia y muchos antepasados, eran naturales. Y lo seré hasta que muera.

La siento en mi torno. Y espero que ella me perciba, en Lo Alto, como un incienso cariñoso que sube desde la tierra, ardido en mi corazón, el que ella hizo y fué, un tiempo, suyo, su segundo corazón, la sucursal chiquita de sus latidos superiores, detrás de sus senos que se hacían abundantes para mí, que venía. La cosa más importante de mi vida. Que me la dió. Que me la produjo, compartiéndola conmigo durante un cuarto de millar de días en que fuímos lo mismo. En que respiraba para mí, cuando me brindaba aquel silencio interior en que solo sonaba la campana exactísima de su corazón, maestro del mío, que entonces funcionaba para los dos. Silencio, paz del espacio, equilibrio de todo lo armónico. Yo vivía en el interior del silencio de su interior, en la catedral de sus entrañas. Ella, ahora, vive en el mío…

Fue allí, cerca de la “”llena de gracia” según el arcángel anunciador. Bajo los auspicios de la Virgen de Gracia. En el pueblo más bonito de la provincia…Ese que forra la parte media de una montaña…Pero donde la descubrí, la viví, me hice a su lado, de su mano, descubriendo cada día un poquito más de mundo, incluido tu amor que se desarrollaba junto al de ella y por su influjo, fue aquí, en Novelda, en la tierra de mis primeros once años, absolutamente definitivos. Aquí se me reveló que tenía dos madres. Mi María Clemencia y tú, María Magdalena. Ella se fue hace hace cincuenta y ocho años. Está en el cielo y descansa en Madrid. Eso dicen los datos históricos y los supuestos religiosos. Realmente esta siempre a mi lado, conmigo. Y tú te vas todos los años, todos los primeros lunes de Agosto, pero tampoco es cierto. En el corazón de todo noveldero bien nacido, estas acurrucada, cerca del ángel de la guarda pero respetándole el sitio. Como un repuesto de custodia. Hay lugar para tanto dentro de uno…

No te vas, Magdalena. Esta es una bella ficción a la que nos entregamos cada ejercicio anual. Aunque descorramos el velo de San Pedro, en la Parroquia, tú estás allí y en el templo interior de cada uno de nosotros. Lo tuyo consiste en querer y lo nuestro en sentirnos queridos. Y amarte, correspondientemente. Ahora vas a estar más sola. Como a ti te gustaba, luego de perder al Amado, el la cueva próxima a Marsella. No te queda ni la vecindad de las monjitas cuyos preces subían junto a las tuyas, desde el suelo hasta el cielo. De la Mola a la gloria…Que Dios te bendiga siempre, María magdalena…

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