«Madre a corazón lleno»
Estos días novelderos y magdalenenses disponen el alma hacia empleos y vivencias absolutamente especiales. A mi, por ejemplo, me llenan de madre. Novelda estos días es un pueblo madre. Acoge y ama. Sonríe y se ofrece y comunica. Suspende el “fotre eige”…Magdalena te hace sentirte hijo. Hijo suyo. Un lío familiar porque también la sientes como enamorada de nuestro Hermano Jesús. Una enamorada de la que a la vez, rizando el rizo del citado lío, te sientes enamorado tú mismo y hasta celoso de Dios, enredando el teológico celestinaje.
Pero, sobre todo, son días madre. Días de mucha madre. Días de retorno a la madre. De recuperación de su realidad, tan lejana y tan inmediatamente próxima.
Yo en estas fechas, más que nunca, aunque no solo en estas, me siento enormemente concernido por todo lo que me evoca esa palabra, probablemente la más tierna del idioma. Vuelvo a sentirme dentro de ella, (te doy mi palabra de honor, amable lector); oigo sus sonidos interiores, sobre todo el latir de su acordado corazón, maestro del mío, que aprende de él, allí inscrito en su sagrado seno, a bombear la misma sangre y al mismo ritmo. Y empieza a amarlo hermanado en su amor, en aquel amor del que es una autentica fábrica, una factoría de querencia biológica. Y que continuará su magisterio, ya nacido, desde fuera, pero igualmente procesador contínuo de un amor infinito. Yo estoy hablando de mi caso, naturalmente. Todos habrán tenido una madre extraordinaria. Con ser madre ya lo es. Pero yo me refiero a una criatura que nació para amar, para darse, para ser en los otros. Un universo de generosidad y ternura. Me siento en sus brazos, junto a su pecho, descansado mi pequeña cabeza en ese privilegio anatómico que antes en Novelda llamaban “el si”.Lo más afirmativo, claro, de la joven hembra. Sus fuentes de la vida más pródiga y abundante. Y recuerdo como olía mi madre por aquella zona: a mujer joven y limpia, a leche y colonia en una combinación de perfumes que me ha acompañado toda la vida, entre ácido, dulce, cálido y fresco a un tiempo, deliciosamente existencial. Y de allí yo bebía directamente, vida absoluta, raza y casta, salud y bondad, honor y grandeza. ¿Quién te iba a apartar, ya saciado, con las comisuras de los labios aún chorreando aquella delicia blanca, de aquel soporte blando y dulce, de la proximidad de tanta paz y sosiego. El universo era aquel pecho, aquellos pechos entre los que quería uno instalarse definitivamente, siendo tenido “en brazos”. Mamar exigía aquella sobremesa. Y de aquel modo y en aquel sitio. Entre sus brazos y contra su pecho. En el cielo de todos las glorias posibles.
No son estas fantasías ni delirios sentimentales. Es mi verdad absoluta. Yo siento a mi madre. Cada vez más. No solo porque, felizmente, la edad te va acercando, por lo que llamaría un etólogo “lógica vegetativa”, al momento del reencuentro. Que yo no necesito precipitar. La siento siempre conmigo. No muero porque no muero, como dirían Santa Teresa o el Bueno de Yepes. Yo la tengo ya, siempre, desde hace tiempo, conmigo. Y en estos días llenos de novelderismo y Magdalena, vale decir, de amor desencadenado en todas direcciones, más, mucho más. Porque yo aprendí a tener y sentir madre aquí. Y amar a Magdalena, como ya tengo dicho, aquí, y por su compartida mediación. Ella era de Biar y yo soy de Biar. Pero se enamoró de Magdalena, venida a vivir a Novelda y a mí me incluyó en aquel lote de amor. Hoy para mí, Novelda es amor de madre y amor de Magdalena. Y como amor de Magdalena, amor a todos sus hijos mis medio paisanos.
Intentaré ir a despedirla, si mi mujer está en condiciones del madrugón y desplazamiento. Como hemos podido recibirla, después de mi expresa bienvenida. Seguro que ella nos ayudará. Mejor ellas: Magdalena y mi madre.
Estimado Luis: no te conozco personalmente, pero valoro mucho tu calido verbo; por si de algún consuelo te sirve, existimos centenares de personas que participamos de ese sentimiento de orfandad que tan bien defines, a lo cual se añade otras dolorosas circunstancias que hacen que todo resulte mas indigesto o aborrecible. Las convenciones sociales nos fuerzan a mostrarnos «invulnerables» o eternemente correctos, sin fisura alguna, pero la cruda realidad es muy diferente… Un saludo