¿Y qué le vamos a hacer?
¿Dónde ha quedado la contestación, la rebeldía, la alternativa? Permítanme que mezcle las cosas, pero es que yo me quedé anclado en aquellos tiempos en los que proponer otras ideas era mucho más que ir pintando por las esquinas «otro mundo es mejor» y «menos policía».
La Administración pública hace muchas cosas que nos afectan y que conocemos poco. ¿Sabían Uds. que en el Ministerio del Interior existe un departamento de Conflictividad Social?. Es un servicio muy curioso: cada día recibe cientos, miles de detallados informes de la Guardia Civil o de la Policía Nacional sobre los más mínimos incidentes que se hayan producido en el día anterior, hasta en el último punto de España.
Que 15 trabajadores despedidos de una empresa posan con una pancarta en la puerta metálica de la nave… parte de la benemérita contándoselo a Conflictividad Social. Que se produce una asamblea en un polígono para convocar una movilización o debatir un problema… nuevo informe con los pormenores.
Las estadísticas de Conflictividad Social son pues un preciso termómetro de la agitación de la calle y el estado de ánimo de la ciudadanía. Recogen todo, son minuciosas: cuántos, dónde, como, qué, por qué… Aunque no se hacen públicas y se consideran para uso exclusivo del Gobierno, no hay que ser muy listo para detectar que los folios y toner gastados últimamente deben ir en aumento.
Primero fueron huelgas de camioneros, ahora son de trabajadores despedidos de Nissan, Torrespapel u ONO, pero también estudiantes que protestan contra el Plan Bolonia y padres y profesores que se suman a las movilizaciones contra la chorrada esa que Font de Mora ha perpetrado. España bulle y los responsables políticos los saben, pero no están del todo intranquilos.
Si la piel de toro ha soportado un ascenso himalayo de los precios de la vivienda, si los pelotazos urbanísticos han hecho de este país una unidad de ladrillo en lo litoral,… si todo eso ha pasado y al mismo tiempo un movimiento okupa interclasista no se ha lanzado a la conquista de Seseña o Valdeluz, es que la contestación popular está más que mermada.
Tan mermada como la que lleva a la ciudadanía y a las administraciones políticas a admitir con los hombros encogidos que, después de lucrarse (aún hoy en día) con beneficios estratosféricos, los bancos necesiten «inyección de liquidez» debido al alto riesgo jugado… con nuestro dinero. De nuevo las arcas del Estado se han abierto para ellos una vez que se han hecho con nuestros bolsillos y, qué quieren que les diga, que por menos en otros tiempos se habría liado gorda.
Si algo ha quedado claro en esta crisis es que la rebelión, la contestación, la alternativa ideológica o política no va a tener lugar. Ni la Bastilla ni el Palacio de Invierno van a ser tomados, son cosas pasadas, pero también entenderán que sólo con editoriales tibios y presidentes pidiendo calma y confianza en los que nos la han metido doblada tampoco es que vayamos a ir muy lejos.
En el siglo XXI el cinismo es moneda única y la furia un arrebato adolescente de mal gusto, reducto de blogs y cada día de menos conversaciones de bar. Vamos a trabajar y, resignados, bromeamos sobre el posible fin del capitalismo, con el corralito, con la pérdida de nuestros ahorros. Y arrugamos la frente como hacen los viejos que ya han visto morir a muchos amigos y ven ahora morir a otro. ¿Y qué le vamos a hacer?.