Art. de opinión de Jesús Navarro Alberola

Post mortem

La vida eterna, la reencarnación en otro ser, el cielo, el infierno. Desde el principio de la Humanidad, las religiones se han encargado de marcarnos el camino perpetuo, aquel que supera nuestra propia vida. Son ofertas fáciles de comprar (y de vender), porque nunca veremos el producto a no ser que estemos muertos en vida.

Muertos en vida están muchas personas de nuestro entorno, cargos que fueron importantes, como Presidentes de Gobierno, Presidentes de Bancos y Cajas, Alcaldes, Diputados… E incluso el más humilde de los Presidentes de una comunidad de vecinos. Es la vida maldita de los «ex».

Por lo que se ve, es muy difícil volver a la normalidad después de que a uno le pongan un coche oficial, un traje, una etiqueta; en definitiva, un aura de poder sobre los demás que va provocando que la vida se vuelva más cómoda. Todo son facilidades: no hay que aparcar el coche, te sacan las entradas del teatro o del cine, siempre hay una camarilla alrededor aplaudiendo todo lo que haces… Y esto convierte, poco a poco, la vida en un teatro donde tú eres el protagonista principal y único. Mucho se ha escrito sobre ello, e incluso se ha definido como el «síndrome de la Moncloa», esa especie de enfermedad que afecta a todos los «importantes». Es fácil observar en la vida diaria algunos de estos casos. Como me decía un amigo, son los auténticos melancólicos andantes.

Sin embargo, también hay casos que demuestran que, en el fondo, este síndrome post mortem es en realidad un espejismo creado por el propio personaje en una mezcla de egoísmo, vanidad, falta de personalidad y un alejamiento voluntario de la realidad por el propio placer que provoca estar en las alturas, anestesiado de las miserias de la vida. Porque hay algunos casos donde la propia personalidad supera al cargo que ostenta la persona de forma temporal, y esta es la clave de disfrutar de una buena etapa post mortem: concienciarse de que lo importante es el interior y no dejarse hipnotizar por el poder. Son personas que viven de dentro hacia fuera, y no de fuera hacia dentro; el exterior los forma y no los deforma.

Antonio Fernández Valenzuela es un claro ejemplo de este triunfo de la persona sobre el cargo, el triunfo del interior sobre el exterior. Esta misma semana dejó la Presidencia de la Cámara de Alicante. Anteriormente fue Presidente de la Caja de Ahorros Provincial de Alicante y Presidente de la Diputación. En su larga trayectoria ha sufrido varios post mortem y siempre ha resucitado más fuerte que antes. Su potente voz, su mirada fija, penetrante, sincera, su humildad (aunque pueda parecer lo contrario), sus discursos directos, imposibles de esquivar y su poso moscovita de viejo luchador por las libertades en una época donde eso sí era algo serio, superan cualquier traje que se pueda poner en su vida, incluso, con el permiso de mi amigo y compañero Roque Moreno, el de Alcalde de Alicante.

Y eso es algo que algunos Presidentes nacionales y autonómicos (e incluso de escalera) deberían aprender para cuando entren en esa inevitable etapa post mortem. Para entonces fijarse en el ejemplo que supone hoy el valor y la capacidad de seguir la trayectoria propia, tal y como ha hecho Antonio Fernández Valenzuela.

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