Recuerdos entrañables
El hecho de recordar es la mayoría de las veces, un acto entrañable por lo que conlleva revivir en el pensamiento vivencias de una vida, que nunca deberían olvidarse.
Por otra parte la memoria en realidad, viene a ser como un musculo mas del cuerpo humano, cuando mas la practicas mas se desarrolla. Recuerdo de mi niñez de niño callado e introvertido, pero sin embargo observador y preguntón; los primeros años de salir del nido materno, que en aquellos tiempos se hacían largos, por la exagerada protección de las madres a sus hijos.
Y mis primeras andanzas en la plaza de la Magdalena donde nací. Tengo en mi memoria como si lo estuviese viendo ahora, aquel erial de tierra y piedras, con un poste de las luz, de madera, en el centro de la plaza. Y el chalet de doña Concha, una vieja casona siniestra para los niños, de la que aun queda parte de sus restos en un edificio contiguo. Con sus palmeras, a las que nos subíamos los chiquillos del barrio, pinchándonos siempre las manos.
También los muros que la rodeaban, con tela metálica, cubierta de una enredadera de la que nos fumábamos sus raíces, dejándonos la boca seca como un estropajo. Y la calle Dos de Mayo, donde vivían mis abuelos maternos, al lado del taller de mármoles y angelitos de piedra para las tumbas del cementerio, del tío Pep Aracil, mi abuelo. La casa tenia un frondoso huerto de arboles frutales: albaricoques, peretes, y plunas que por comerlas verdes, me tuvieron que operar de apendicitis con ocho años. Y al estar unido a la fabrica se oía constantemente, las sierras con las que Carlets sobrino de mi abuelo, cortaba durante varios días, bloques de mármol, tirando entre la sierra y la piedra, agua y tierra roja de esmeril.
Recordar “ els entrastaes “ que hacíamos mis primos y yo, en el porche de mi abuelo Ricardo “canela”. El almacén estaba lleno de sacos de coco rayado, canela en rama, comino.., que rompíamos para comernos algunas de estas especias. Hasta que venía Isabel la encargada, y nos tiraba a la calle con “cajas destempladas”.
Cuando llegaban los veranos, pasaban por el Carre el banys, mi calle; gente que iba a los baños – quizá por eso su nombre – sobre todo mujeres con sombreros de paja, que llevaban a sus hijos preparados para bañarse, con el bañador puesto, y colgando del cuello sus flotadores, algunos de “cámara de coche”. Els banys de Antonio “ el bañero”, su hermana Candelaria y familia. Con con agua salada, donde pasábamos días enteros. Y por la noche venían nuestros padres con fiambreras llenas de tortillas de patata, conejo al ajillo y una sandia; y con lo que nos ponía Candelaria para picar y una ensalada, junto a un porrón de vino con casera, cenábamos todos. Bañándonos después por la noche, en las piscinas donde el agua estaba caliente.
Pero nuestro lugar preferido para jugar, siempre fue la rambla. Allí entre piedras agua, mosquitos, y tierra. Pasábamos largas horas jugando a bandas juveniles; “el Jabato” , “el Puma” …, luchando con espadas de madera y parapetos de cartón; metiéndonos dentro del cauce del rio llenándonos los pies de cieno, entre las risas de todos los compañeros de “aventuras y batallas” .
Hay; los noveldenses y su rambla, por donde pasa el rio Vinalopo, que fluye tímido con su escaso caudal flanqueando la ciudad.
Nuestro intimista escritor de las cosas de Novelda, José M.ª Aguado Camus, refiriéndose a su lentitud, decía en uno de sus artículos en Betania. “Y el río fatigado de su largo caminar tiende sus aguas en un recodo y duerme su siesta transparente”.
Cuantos recuerdos debemos de tener todos, de este lugar, cada uno el suyo, dependiendo del impacto emocional que nos produjo el estar allí.
Al escribir este relato, he querido que los que me acompañaban en estas vivencias, y los que las hayan vivido también, no las olviden y las recuerden para siempre.
Firmado: P&A
Todos hemos hecho alguna travesura en la infancia. Soy alicantino de nacimiento y recuerdo esconderme debajo de los balnearios del Postiguet si me fugaba el cole; o ir a coger higos chumbos al pie de la Cara del Moro, en el Benacantil. Pasan las décadas, ahora les toca a mis tres nietos su turno. Muy gratos recuerdos