‘La seducción de las fotos del pasado y del futuro’. Artículo de opinión de Charly Rebel

“En la combinación de diferentes recuerdos, nuestro cerebro filtra todas las emociones negativas. Por eso nos gusta mirar hacia el pasado, porque nos sentimos bien con él”Alan R. Hirsh

Si pudiera volver a vivir algunos momentos de mi vida, ahora dudo de si me gustarían o me llevaría una extraña decepción, independientemente de que fueran los buenos o los malos. Es probable que los buenos dejaran de serlo tanto; y los malos, tal vez, los reviviera con una dosis de redención que los hiciera parecer mejores. En cualquier caso ambos me ayudarían a comprender quien era yo en realidad en ese momento y en qué medida mi fantasía de tiempos-pasados-siempre-fueron-mejores se vería afectada.

Casi la totalidad de los poetas de la nostalgia no estarán de acuerdo con que no sería tan agradable volver a vivir momentos que tenemos idealizados en la memoria por una razón u otra. Algunos piensan que si tuvieran una máquina del tiempo volverían a vivir los momentos que fueron felices. No sé por qué esto me huele a trampa: creo se rompería el encanto que tienen esas memorias y nos sentiríamos más defraudados que felices.

Como es imposible demostrarlo de forma científica, porque todavía nadie ha viajado en el tiempo, voy a hacer un esfuerzo de imaginación y voy a revivir uno de los que considero un buen recuerdo con lo que sé ahora a los sesenta y tres años de vida. Como si de un sueño se tratara al revivirlo no siento lo que recordaba que sentía, es mucho más insulso, prosaico y apenas me emociona; llego incluso a querer irme de la escena para no estropearla para siempre. Después de esta experiencia imaginada, me siento más ligero: el presente, de pronto, se ha liberado del peso del pasado y  ha subido el volumen de la emoción. Las pasados felices y las ilusiones de felicidad futura minan el presente con un agobiante peso. Si hago el mismo esfuerzo imaginativo con el futuro y me voy a la isla paradisíaca donde se supone que sería feliz y me doy cuenta de que me aburro y de que una vez tumbado en una hamaca entre dos palmeras y el azul turquesa de un mar caribeño, en realidad  era más feliz ahora con mi día a día me ocurre lo mismo que con los felices recuerdos.

En cambio ahora me desplazo a un recuerdo que había olvidado por desagradable, paradójicamente, me encuentro más a gusto reviviéndolo porque con lo que sé ahora no parece tan malo. De hecho le observo un valor importante y necesario para comprender mi felicidad actual, cosa que el feliz recuerdo nublaba con su oropel mi día a día, mi carpe diem.

Ambas experiencias son un abismo o un laberinto: un vértigo indescriptible y aséptico como el de los sueños. Los árboles no los dejan ver el bosque. Y sí, me he convertido en un leñador cuya hacha son estos ejercicios de relativización de las ilusiones pasadas y futuras.

Algo parecido me pasa con algunas fotos. Según el tiempo en que las reveo percibo unas emociones que se transforman: algunas para mejor, más cálidas, otras, en cambio se van enfriando. Me sirven como referente de cómo he cambiado o cómo siento la vida. Incluso las hay que pasan de haber sido indiferentes a adquirir un nuevo sentido que me toca en no sé que parte del inconsciente y me atrapan en un sentimiento desconocido y parecido a experimentar la vida por primera vez.

Luego no son las fotos, sino lo que proyectamos, los que las hace valiosas y les da sentido; ellas solo señalan o iluminan partes de nosotros que estaban dormidas, olvidadas o en completa oscuridad. Pero ese vestigio que hallamos en algunas fotos, solo lo percibimos cuando estamos preparados para verlo. Y de eso se encarga la vida: la que corre por dentro y la que nos arrastra por fuera como un río dentro de un río.

José Fernando Martínez Fernández (Charly Rebel)

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