Espacios de vida

Tribuna de opinión de Rosanna Arango Escursà (Festival Natura)

Desde pequeña me han fascinado las flores, sobre todo las silvestres: ésas que habitualmente pasan desapercibidas, pero que, al contemplarlas, muestran una sencilla y delicada belleza. En nuestra niñez las plantas formaban parte de nuestros juegos, sobre todo los de cocina, como los botoncillos de las malvas que usábamos a modo de panecillos o quesitos o las hojas de diferentes plantas que machacábamos entre piedras, clara reminiscencia de tiempos primitivos. Raro era el día en que no regresaba a casa con algún pequeño ramo de agritos o de rabaniza blanca que tanto abundaban en los terrenos abandonados del extrarradio de la mayoría de barrios. En el Sagrado jugábamos, sobre todo, en lo que hoy es el parque de Pocoyó y en los bancales de olivos y granados próximos a la acequia o en terrenos incultos. 

Muchos de esos eriales se transformaron en solares en los que acabaron construyendo bloques de pisos. Los que corrieron mejor suerte fueron destinados a parques, como el de La República. Con ellos desapareció también aquel juego libre e improvisado que disfrutamos las generaciones pasadas y que no se puede llevar a cabo en los parques, aunque maravillosos y necesarios, entre otras cosas porque carecen de aquellos elementos que uno podía encontrar como restos cerámicos o fragmentos de metal y porque debemos cuidar los espacios públicos y no dañar su vegetación. Aún así, las hojas caídas, las piñas, etc, siguen prestándose al disfrute infantil si se propicia la fantasía en lugar de permitir que pisoteen o arranquen ramas; o podemos introducirlos en el mundo de la observación jugando a ser exploradores y científicos.

           Sobre los solares, en la actualidad se pide que estén desbrozados al máximo aunque la basura puntual que se echa incívicamente puede atraer igualmente a los roedores. Lo ideal sería dejar pequeñas islas de vegetación. Está comprobado que los canales que crean las raícen captan el agua los días de lluvia, evitando escorrentías y  encharcamientos. En suelos compactados, se ha demostrado que las raíces de árboles y plantas mejoran la infiltración del agua en un 153 % en comparación con suelos no plantados (Robles, T., 2024). Estas islas también servirían como refugio y hábitat para los gatos de la zona y  otros seres como las aves, mariposas, etc. que comparten nuestro entorno. Con espacios vegetales separados se minimizaría el riesgo de incendio en verano y las plagas de roedores, cucarachas, chinches y otros al estar controladas por los gatos y aves.

     Si la vegetación del entorno era una fuente constante de juego y aventura, también me atraían mucho esos jardines diminutos y fragmentados que son las macetas. Nuestro balcón poseía la típica barandilla sencilla de hierro con jardinera en la parte baja en la que vivían, en rústicas macetas de barro, robustos geranios y provocadores candelabros o pulpos (si bien los geranios me gustaban mucho, no sentía simpatía alguna hacia los últimos). Y, aunque las medidas de nuestro balcón eran pequeñas, las posibilidades para el juego eran inmensas: en él cabía un colchón de lana que servía para tumbarnos mientras leíamos aquellos maravillosos cuentos troquelados de editoriales como Fher o Vilmar o sencillamente para observar el cielo al tiempo que notábamos cierta ingravidez al mirar de reojo el vacío a través de los huecos de la barandilla. También cabía una piscina redonda de las típicas infantiles y una silla baja de esparto que, dada la maestría de los artesanos de entonces, sigue igual de joven aunque haya cumplido muchos años. En las tardes de verano la persiana de madera se apoyaba sobre la barandilla y el balcón adquiría un aire de cabaña que ampliaba nuestras posibilidades de juego. Y no éramos los únicos, por supuesto, que campábamos a nuestras anchas en esos espacios. Los balcones cuidados y con plantas han sido lo habitual en muchas ciudades como la nuestra, del mismo modo que lo era ver macetas de aspidistras y lirios de la paz en la acera cuando se esperaba lluvia. Esos días adquirían personalidad propia, como si el aparecer repentinamente fuera de las casas las hubiera dotado de pies y de capacidad de razonar. Algunas tenían el porte de pertenecer a las estancias principales de la casa, otras a las más humildes como el recibidor. Unas eras frondosas, otras andaban escasas de cuidados. Viéndolas podías fantasear e imaginar cómo podía ser la casa por dentro y, por el tamaño y posible peso de la maceta, si había gente joven o sólo mayor.

     Y si los balcones tenían esa atracción, ¡qué decir de los patios y terrazas! Cuando entraba en alguno de ellos, me parecían fascinantes: con macetas diseminadas aquí y allí, con vetustos emparrados y generosos jazmineros. Aquellas casas bajas eran como masías entre edificios anodinos: espaciosas, repletas de recovecos y de misterios; con despensas, aljibes, chimeneas de grandes dimensiones, escaleras que bajaban o escaleras que subían… La mayoría conservaba objetos de los orígenes de la vivienda: tinajas, cazuelas de barro o aperos de labranza. A esa predilección, claro está, se sumaba el que buena parte de la vida de los protagonistas de los cuentos transcurriera en casas de campo, nunca en pisos.

     La celeridad en la que estamos inmersos la mayoría ha relegado muchos balcones y terrazas a meros anexos exteriores, en los que se sale de vez en cuando pero ya no se habita. Y, sin embargo seguimos admirando los espacios con plantas no sólo por su belleza, sino por ser una manifestación de ese pasado rural que todavía resiste el embate de la supremacía del cemento y del asfalto. Seguimos buscando el verde cuando viajamos y mientras callejeamos. A veces lo divisamos a lo lejos y, al acercarnos, nuestra mirada se topa con la simulación del plástico: inerte, opaco con el paso del tiempo, anormalmente simétrico. ¡Qué extraño resulta ver esa sustitución de algo tan hermoso y asequible como una planta de verdad! ¿Aceptaríamos en nuestros parques fuentes con el agua pintada, setos de plantas artificiales, grabaciones del canto de las aves? ¿Pasearíamos por bosques con árboles de plástico? ¿No es igualmente absurdo, entonces, ese artificio en nuestros espacios exteriores, esas plantas que cuelgan siempre invariables, sin brotes que las renueven, sin flores que atraigan nuestro olfato ni nuestra mirada, que no refrescan el ambiente ni relajan nuestros pensamientos? También se ha extendido esta moda de verde impecable y flores brillantes a edificios de reciente restauración. Nada más anacrónico que plantas de plástico en un edificio histórico. Nada más paradójico que la nobleza de mármoles, piedra, madera y forja de una fachada salpicada de ese ornamento sintético.

     Todavía se entiende menos si pensamos en que poco hay tan asequible como una planta. Ya sea en una tímida maceta o en una generosa tinaja, su verdor natural refulge de vida, palpita de tonalidades, convida la mirada a detenerse; puede convertir un espacio anodino y gris, en una pequeña explosión de colorido, de arte, de vida. Y no hay excusa posible: las hay para todos los gustos y para todos los lugares, para los que no pueden dedicar mucho tiempo y para los que querrían dedicarle mucho, para los espacios grandes y para los espacios reducidos; para los que entienden mucho y para los que lo ignoran casi todo. Incluso en lugares estrechos puede aprovecharse la pared para colgar alguna maceta.

      Y es que la vegetación absorbe CO2, purifica el ambiente, actúa como barrera acústica, nos brinda oxígeno, nos sirve de alimento, nos da frescor, nos produce deleite y relajación, nos aleja del aburrimiento con su variabilidad, es una muestra de la multiplicidad de formas que tiene la vida un caleidoscopio de tonalidades que hacen girar los diferentes momentos del día, un frasco de perfume que continuamente se repone y varía de intensidad.

     Las flores han estado presentes en los cultos del hombre desde la más remota antigüedad, casi siempre en un contexto sagrado de reverencia hacia la divinidad que regía el mundo natural. Ciertamente se ha perdido mucho de ese contexto, sólo así se entiende que ya no ocupen un lugar privilegiado o que se haya llegado a sustituir su belleza natural por la simulada de plástico. Nunca estuvo el ser humano tan alejado de la naturaleza, como apunta Northbourne:

No sólo el anhelo de naturaleza virgen, sino también el culto a las flores tan generalizado hoy en día, son por encima de todo, una reacción inconsciente contra la fealdad asociada con casi todos los productos de la sociedad industrial; y esa fealdad es en sí misma un signo, un signo de la odiosidad de todo lo que la produce. Si una ciudad moderna fuera conforme a las necesidades reales y al destino de sus habitantes, éstos la amarían y la buscarían en vez de salir al campo o a la playa a la menor oportunidad. (LORD NORTHBOURNE. Flores).

      Pero todavía podemos acercarnos, aumentar la naturaleza que nos rodea, desde la corporación, pero también individualmente. Hace cuatro años iniciamos el proyecto “Un oasis en tu balcón”,  junto con el ambientólogo Ignacio Mora y la bióloga Ana Sáez (podéis buscar los estupendos programas que grabaron con Tele Novelda de la mano de Maje Amorós). Alguno de vosotros, también en el ámbito escolar, os sumasteis al proyecto y acondicionasteis vuestros espacios exteriores (incluso quien no tenía balcón ni terraza aprovechó las repisas de las ventanas), pero debemos ser muchos más para hacer de nuestra ciudad un lugar más bello y agradable. Y para ello se pueden hacer muchas cosas que no requieren demasiado esfuerzo ni complicación y asequibles a cualquier economía: 

⸙  Las macetas se adaptan bien, como hemos dicho, a casi cualquier espacio y podéis buscar especies de interior o de exterior.

⸙  Si plantáis alguna aromática como el romero o el tomillo, os vendrá muy bien para la cocina.

⸙ Las hay, como la albahaca, que se usan tradicionalmente para repeler mosquitos, además de tener un uso culinario.

⸙ También podéis aprovechar, de los alimentos,  las semillas y los brotes de las patatas y de las cebollas para hacer vuestro pequeño huerto.

⸙ Si os gusta el bricolaje podéis construir entoldados verdes para contribuir a ganar sombra y frescor en los días de intenso calor con la ayuda de guías, cuerdas y/o celosías con los que hacer pérgolas con trepadoras como el jazminero o la bignonia (o con alguna especie de hoja caduca si precisáis que a esa zona le llegue el calor del sol en invierno).

⸙ Si sois amantes de los animales podéis poner cuencos con agua, alpiste o comida para insectívoros, colgar alguna caja-nido y colocar algún hotel de insectos (si acostumbráis a los niños a observarlos, contribuiréis a que no desarrollen fobias hacia ellos. Muchos insectos polinizan las planas de las que nos alimentamos o se alimentan otros seres. Un mundo sin ellos, nuestro mundo, no es posible). Además de favorecer la biodiversidad, podréis observar las aves que frecuentan vuestro espacio e, incluso, tener la fortuna de que aniden en ellos. En verano será importante que tengáis cuencos con agua y espacios en los que puedan reposar durante las horas más calurosas del día (los veréis descansar en vuestras barandillas o sobre alguna de las ramas de vuestras trepadoras buscando sombra y frescor), en invierno, cuando el alimento escasea, agradecerán mucho vuestro ayuda.

⸙ Si tenéis animales de compañía, buscad variedades que no les resulten tóxicas y proteged las plantas para que no las usen como arenero, con guijarros o con alguna mantita de geotextil o similar que además les servirá para tumbarse.


Para aquellos que no nos conozcan todavía, Festival Natura es una asociación ambiental y cultural que se formó en 2014. Aún siendo un grupo reducido y haber contado con un escaso patrocinio privado, el apoyo y colaboración de la concejalías de Medio Ambiente y Cultura nos ha permitido llevar a cabo proyectos dispares y más de 150 eventos de todo tipo: conciertos, conferencias, cine, teatro, cuenta-cuentos, publicaciones, programas radiofónicos, salidas divulgativas, reforestaciones, juegos, talleres, presentaciones de libros, exposiciones, proyectos escolares, sorteos y donaciones de libros relacionados con la naturaleza, etc. La mayoría englobados dentro de la programación del festival que realizamos en verano, en torno al 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente. La próxima edición tendrá, como temática central, esos espacios verdes urbanos. Os invitamos a participar y a mandarnos fotografías de vuestros espacios para animar a más gente a sumarse al proyecto. Podéis hacérnoslas llegar a través de nuestro Facebook.

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