«Abundaban en Novelda las casas de planta baja o de dos plantas, con patio trasero donde a veces se acomodaba un menudo corral, el aljibe de agua dulce, la leñera, el retrete, la pila de lavar con su tendedero y a donde, por lo regular, daba la cocina. En ese patio consumía el ama de casa, naturalmente, una gran parte de su jornada como tal, pues lo tenía todo a mano. Lavaba ──o le lavaban, según los medios económicos─ la ropa que componía la colada semanal. Cosa que solía hacerse los lunes. Y aprovechaba los calientes rayos del sol, si refrescaba, para realizar a su cobijo los menesteres culinarios, pelando las patatas y los nabos, triando el arroz y las lentejas o picando la carne para las albóndigas.
Al otro lado, en la casa vecina, ocurría otro tanto. Aunque las edificaciones fuesen desiguales la distribución era parecida. Y con facilidad se establecía la comunicación, en cuanto una tos, el leve tarareo de una cancioncilla de moda o la reprimenda al gato que al saltar derribó una maceta, daban pruebas inequívocas de que alguien merodeaba a la otra parte de la pared mediera.
──Madaleneta… ¿estás ahí? ──inquiría la que estaba oído avizor.
──Sí, filla. Aquí estic, preparant el condumio pá nó perdre la costum. Totes es dies igual. La dina, la roba… ──contestaba la vecina.
── Pos ya estem damunt de Nal.
──Y tant damunt. ¿No es avui (pronunciaba huí) [sic] Santa Catalina? ── la voz se detenía unos instantes── Espera… dimarts, dimecres… sí, sí, estem a venticinc. De Santa Catalina a Nal un mes cabal…
Ambas mujeres, a renglón seguido, pero sin verse, se ensartaban en una retahíla de cuestiones comunes. Sin dejar por ello, cada una en su patio, de faenar en las cosas de la casa. A no ser que terciase en discordia alguna otra desde una ventana trasdosada o algún balconcillo saliente.[…]» (ANDANZAS NOVELDERAS. José Emilio García, 1984)
Ciertamente ha habido muchos cambios desde que el autor describiera esta típica escena de los años veinte y treinta del siglo pasado. A medida que los elementos indispensables fueron dejando de estar en el patio, éste fue perdiendo el papel tan importante que había tenido, también a nivel familiar pues, mientras cosían o bordaban, los más pequeños jugaban cerca bajo la atenta vigilancia de las abuelas y tías. Perdida su connotación humana, también fueron desapareciendo las macetas y los parterres.
Es importante volver a recuperarlos para convertirlos en espacios de belleza y de biodiversidad, en pequeños pulmones, en lugares donde compartir con otros la serenidad y la atemporalidad de lo que no transcurre bajo la tiranía de la celeridad actual. Veamos un ejemplo de puesta en valor de un patio en Comuneros de Castilla:
EL PATIO DE MI CASA
Era difícil resistirse a titular este texto de esta manera. A finales del 2024 compramos una casa en el casco antiguo de Novelda (vivimos en el campo y, por el momento, no tenemos intención de vivir en el pueblo). Pero, pensando en la vejez, decidimos comprar una casa y, ‘poquet a poquet’, ir arreglándola por si, en un futuro, vivir en el campo resultara dificultoso por problemas derivados del envejecimiento.
Por supuesto, tenía que tener un patio y ésta lo tiene. Se trata de un patio trasero de 74 m2 que conecta visualmente con la terraza de 76 m2 de la primera planta. Por nuestra forma de vivir no queríamos vivir en un piso o en una casa sin patio. No quisiera desviarme del tema, pero recordemos la pesadilla que vivieron millones de personas durante la pandemia, encerradas en viviendas que no tenían ni un balcón desde el que poder ver el cielo y situarte bajo el mismo sin techos que se interpusieran.
En nuestra región mediterránea las construcciones urbanas normalmente han contado con patios situados en el centro o en la parte trasera, con diferentes usos: han servido para tener animales domésticos, plantas, para almacenar cosas, para refrescarse en los tórridos días veraniegos o simplemente para estar a solas o convivir con otros. Podemos encontrar maravillosos ejemplos de estos espacios en las ciudades de Pompeya y Herculano. Por supuesto esa herencia romana se encuentra también en Novelda, en edificios como la Casa-Museo Modernista o el Centro Cultural Gómez-Tortosa, dos edificaciones que articulaban la vida familiar en torno al patio.
El nuestro tiene una forma rectangular. Creo que su principal uso en el pasado fue el de almacenar leña para el enorme horno de la casa. En las paredes de piedra quedaban restos secos de tallos de hiedra como testimonio de la vegetación que en un pasado debió existir; y, como única planta destacada, encontramos un notable ejemplar de granado que los anteriores propietarios nos dijeron que había salido “de risa”, es decir, sin ser plantado por ninguno de ellos. Aunque el granado obstruye el paso por el patio con su crecimiento torcido al buscar el sol, no he querido cortarlo, estaba allí antes que nosotros. Muchas personas me han dicho que lo debía cortar, sin ni siquiera preguntarles. Pero es un pequeño tesoro tener un granado viejo e inclinado en un patio.
Por el momento, lo único que hemos empezado a arreglar de la casa es el patio. Para mí es la parte más importante. En diciembre, tras comprarla, al ir a plantar algunas especies, me encontré con los restos de una construcción anterior enterrados bajo un palmo de tierra. Para poder plantar tuve que apartar la capa superficial de tierra fértil y con un pico y una azada ir retirando estos restos. Nuestro patio antes fue una casa. En las jardineras que excavé tuve que añadir después más de 8 toneladas de tierra para compensar el volumen que había extraído sacando los cascotes.

Tras volver a nivelar el terreno empecé a plantar bastantes especies: un naranjo, un níspero, cicadáceas, cipreses, aromáticas, plantas aéreas… Soy un apasionado de las plantas. En mi patio quiero exuberancia y verde. En un clima árido como el nuestro, estos espacios parcialmente cerrados pueden transformarse en pequeños oasis repletos de vida. Es sorprendente la cantidad de pequeños animales y plantas que pueden encontrar acomodo en un pequeño espacio en el centro de una población. Los patios o jardines no solo nos hacen la vida más agradable a los humanos, sino que también permiten que otros seres vivan. Excavando me encontré diferentes ejemplares de culebrillas ciegas (una especie de serpiente subterránea difícil de encontrar por sus hábitos) ,también hay multitud de aves de diferentes especies que duermen y anidan en los agujeros de las paredes medianeras de piedra o en el viejo granado. Destaca un mirlo territorial que me observa cada vez que voy y que me quita la tierra de las macetas casi a diario. Me considera un intruso: el patio es suyo

Recibiendo pocas horas de sol al estar orientado al Norte, estuve dudando mucho sobre el color de los muros que parcialmente estaban enlucidos con cemento gris. No quería que el patio se quedase demasiado oscuro o saturado. Al final decidimos poner un color azul suave y dejar sin enlucir las partes de los muros en las que se ve la mampostería.

Una cosa que ayuda a refrescar el ambiente y a hacer la vida más fácil a las aves es la presencia de agua. Por el momento solo hay un plato de barro con la misma, pero también hemos puesto una vieja bañera de mármol, procedente de otra casa vieja de Novelda que, en un futuro, será una fuente. La presencia de patios con fuentes es muy común en las ciudades de la antigua Roma o en las casas de la época islámica en la Península Ibérica. El sonido del agua ha sido empleado para dar sensación de frescor y para relajarse en innumerables patios antiguos. Los movimientos y sonidos del agua y los cambios de la luz reflejan diariamente lo efímero y cambiante del aspecto de cada cosa. Para completar cierto tributo al clasicismo hemos incluido una pequeña escultura de un angelote con delfín que ayuda a focalizar la atención en el patio. Otros puntos de atención serán dos cipreses cuando sean grandes. En paisajismo o en jardinería algunas plantas se denominan “arquitectónicas” o “escultóricas” porque sus formas depuradas y rotundas ayudan a estructurar los espacios exteriores con claridad. El ciprés o los agaves serían buenos ejemplos.

Por supuesto, quedan muchas cosas por hacer: pintar puertas oxidadas, poner un suelo de barro o porcelánico sobre las partes pavimentadas con hormigón, esperar a que las plantas crezcan, a que las hiedras vuelvan a tapizar los muros y, sobre todo, poder disfrutar de la posibilidad de estar al aire libre, de poder comerte una granada o una naranja cultivadas en tu propia casa y también de desconectar de la vida acelerada, tecnológica y materialista que llevamos mientras observas cómo un mirlo, sin necesidad de hipotecas ni escrituras, te demuestra cada día que él es el auténtico propietario de tu patio.
Jaume Pina Pla