Artículo de opinión de Rosanna Arango – Festival Natura
El hombre, al igual que la mayoría de especies, siempre ha buscado lugares donde protegerse de las inclemencias del tiempo y de los depredadores, espacios donde poder descansar y tener a sus crías a salvo. Al comienzo de nuestra historia buscamos cobijo en abrigos y en cavernas, poco después nuestro pasado arbóreo daría pie a rudimentarias chozas con troncos y ramas. Nuestra inteligencia aprovecharía también los restos de grandes mamíferos, como la caja torácica de los mamuts, recubriéndolos de ramas o de piel. Y con el paso del tiempo, a base de observación e imitación de otras especies, de hallazgos fortuitos y de ingenio, esos espacios acabarían adquiriendo mayor complejidad según el lugar, el clima y sus pobladores,
Y, aunque nuestras casas actuales pudieran parecer muy alejadas de las de nuestros ancestros, siguen estando pensadas para vivir en un entorno protegido y para cumplir la misma función primordial de preparación del alimento y lugar donde dormir y permanecer seguros con otros miembros del clan.
Como aquellos primeros pobladores, como especie animal en suma, precisamos espacios que se abran al exterior, más allá de para ventilar, atemperar o como entrada de luz. Desaparecido el corral, el secadero o el lavadero, siguen permitiéndonos otear el horizonte, mirar el firmamento u observar a otras especies: sentir que formamos parte del entorno. Y es ahí cuando vemos el papel fundamental que juegan nuestras ventanas, balcones, patios y terrazas como nexo con el exterior, como paso de lo uno a lo otro. Quizá también, por ello, los hayamos ido naturalizando con plantas y árboles, con fuentes y bebederos para las aves, con sillas y mesas para el esparcimiento. Lugares que palpitan de vida, en definitiva.
La edición de este año ha estado enfocada en esa llamada a acondicionar los espacios domésticos, aunque también hemos realizados otros eventos como una exposición, una gincana literaria, talleres diversos, recorridos, presentaciones, etc.





