El el Día Internacional del Acoso Escolar, Art. de opinión de José Fernando Martínez (Charly Rebel)
“Lo peor fue el silencio.”
El infinito en un junco.
Irene Vallejo
Antes era cosa de niños. Ahora tiene nombre importado: bullying. Tras las vacaciones, vuelven las víctimas a sufrir las lindezas de sus verdugos. Los centros y los familiares se implican, pero el problema persiste. Chivarse no está bien visto y además aumenta la violencia del acoso. El miedo, siempre el miedo bloqueante.
El capítulo 86 del Infinito en un junco de Irene Vallejo me ha herido, me ha punzado el alma y me ha revelado un arma secreta.
La autora fue víctima de violencia y vejaciones de manera frecuente durante su infancia por ser distinta, por ser la empollona de la clase o por pura envidia. Acoso que se normalizaba, se hacía rutinario y que pasaba desapercibido a ojos de los docentes. Había dos tipos de sadismo: activo y pasivo, los que montaban el espectáculo y los que lo aplaudían y reían. ¿Nos suena, verdad?
Un clásico eran los balonazos inesperados que te dejaban aturdido y que fuera de cualquier sospecha o acusación hacia los divertidos futbolistas que probaban su destreza con su puntería. Les daba mucha risa. Y no hablemos de las lesiones físicas que se tenían que disimular diciendo que nos la habíamos hecho nosotros jugando. Pero también había juegos de acoso psicológicos como esconder o robar el material escolar que luego aparecía tirado o roto por lugares como el fondo del váter o las recurrentes vejaciones por insultos y desprecio.
Irene hace referencia a ese territorio sobrevalorado de la infancia perdida y feliz tan añorada por algunos. Para ella fue un calvario por resumirlo rápido. Pero de lo que más se arrepiente es del silencio, de aceptar la ley mordaza.
El silencio mate y rancio heredado de la dictadura también desembocaba en el día a día de muchas infancias perdidas; y sigue la tradición, aunque ahora se están poniendo medios para que el síndrome de indefensión aprendido deje de ser el cómplice protector de las personas acosadoras.
Rebelarse contra esta situación, fue para ella un gran acto de rebeldía. Mediante la escritura se ha chivado para que lo sepamos todos e intentemos poner remedio a esta estúpida lacra. Invito a todos los docentes a que comenten este capítulo en clase. Romper el silencio la lanzó a escribir un libro que se ha convertido, pese a ser un ensayo narrativo, en un superventas a nivel internacional. Y no vengáis ahora, acosadores y acosadoras, a pedir méritos o medallas por haber contribuido a este éxito. Ningún éxito puede compensar una infancia triste, desgraciados del demonio.
El descubrimiento de la literatura fue su refugio; el lugar donde pudo recuperar la felicidad escamoteada. Un lugar parecido a una realidad paralela que le dio fuerza y entereza para superar aquellos traumáticos acosos. Se convirtió en una valiente pirata en busca del tesoro que tenía que sortear peligrosas dificultades para conseguir encontrarlo en una isla llena de nativos salvajes. Cuando la obligaban a comerse el bocadillo después de que lo escupieran, imaginaba que lo habían capturado una tribu de caníbales y para llevarse bien y la dejaran libre tenía que comerse una hoja con gusanos. Justo antes de que tocara la sirena para entrar en clase encontraba al ansiado tesoro.
Con el tiempo este tesoro lo ha encontrado en los millones de ejemplares que ha vendido y siguen vendiendo.
Escuché decir en varias ocasiones al padre Sola—no al Soleta, no lo confunda— de Los Padres Reparadores de Novelda que se aprendía más de una buena novela que de muchos libros de texto. Con el paso del tiempo sigo dándole la razón. La literatura no puede acabar con el acoso escolar pero puede fortalecer unos mecanismos de defensa y protección psicológicos muy eficaces para superar las adversidades de la vida. Escribir es casi como una esgrima del alma capaz de romper el silencio de la voz al tiempo que no solo da consuelo, sino que denuncia las injusticias. Mi sugerencia es que enseñemos a nuestro alumnado a escribir sobre sus sentimientos superficiales o profundos. No encontraréis mejor manera de conocerlos bien.
Saquen ustedes su propia moraleja.









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