En estos tiempos en que el río Vinalopó se ha convertido en protagonista de todas las conversaciones, veo con cierta incredulidad cómo todo gira alrededor de algo, para mí, no secundario, sino terciario si lo comparamos con lo verdaderamente importante, con los daños que ocurrirían en Novelda si una dana como la de València descargara la misma cantidad de agua en Elda, Monòver, o en cualquier ciudad aguas arriba de la nuestra. Que si vegetación sí, que si vegetación no…
Las dos primeras imágenes al final del texto las tomé hace dos domingos en la carretera que hay desde el aparcamiento del Castillo al Santuario. La tercera es de Google Earth de la misma zona. He marcado con línea negra el curso teórico de la Rambla, y en amarillo el curso real. Creo que eso deja en evidencia el verdadero problema que existe: que hemos convertido la Rambla en una Rambleta. Y estas no existen porque un día Dios se aburría y dijo: “voy a coger una azada y bajar a la Tierra, a hacer unos surcos a ver si me distraigo”. No, las ramblas existen porque en los climas secos, los ríos de pequeño caudal como el nuestro, cuando reciben lluvias torrenciales a lo largo de los siglos, cavan y “se hacen” sus propios cauces, a la medida de la cantidad de agua que arrastran a consecuencia de esas tormentas; ni más grandes ni más pequeños; solo el tamaño que necesitan para encauzar esas aguas que les llegan como una avenida. Los grandes ríos tienen sus zonas de inundación, mucho más anchas; los ríos de áreas semiáridas, como la nuestra, tienen ramblas muy marcadas en sus lindes, dejando claro qué espacio necesitan para cuando llegue la siguiente riada. Si se respetan esos lindes, nunca habrá inundaciones, las anteriores riadas ya “marcaron” su territorio, el que necesitan para dar salida a esos diluvios.
Pero el hombre, nosotros, la humanidad, sobre todo en el siglo XX, nos hemos convertido en una especie engreída que ha creído que podía dominar a la naturaleza y “pasar” de ella. Antes la Rambla era respetada. En los libros antiguos de actas noveldenses, de los siglos XVII, XVIII y XIX, se habla muchas veces de sequías prolongadas, de pedriscos, de aguaceros, hasta de nevadas (aunque parezca increíble, el 1 de abril de 1860 se habló de “unas grandísimas nevadas” que de forma continua azotaron al pueblo de Agost durante 5 días, del 17 al 22 de febrero), pero jamás se comentó nada sobre inundaciones en campos. ¿Por qué? Porque nuestros antepasados se sabían inferiores a la naturaleza, y la respetaban respetando a la Rambla y no invadiendo su territorio. Pero desde el siglo pasado, entre nuevos bancales, industrias, y hasta chalets que ahora uno se puede encontrar en plena rambla paseando por ella, eso se ha perdido. Las consecuencias son que, cuando ocurra una riada, el agua que venga no tendrá “su” espacio necesario en la rambla, porque ahora es una rambleta, y se desbordará porque nosotros la obligamos a ello. Si ahora hubiera una riada, los metros cúbicos de sus aguas no tendrían lugar para meterse dentro de su propia rambla, invadida por muros de bancales y demás construcciones humanas. Véanse las fotos subidas, que están hechas todas a la misma escala:
–La primera (tras las 3 primeras fotos) es a la altura del Clot Negre. Amplitud de la rambla, 175 metros
–La segunda es a la altura del Clot Roig. Amplitud de la rambla, 180 metros
–La tercera es un poco antes de la fábrica de Mármoles Seller. Amplitud, 134 metros
–La cuarta es en el pueblo. Amplitud, 30 metros
–La quinta es a la altura del puentecillo frente a Mármoles Luis Sánchez. Amplitud, 44 metros
–La sexta es a la altura del Xorro l’Assut. Amplitud, 66 metros
–Y la séptima es en cualquier punto del paraje Campet. Amplitud 45 metros.
A estas alturas, hablar de la vegetación es como decirle a un señor que está siendo comido por un león: “!Xe, tens una mosca parà en una ferida!” Cierto es que, sin una cobertura vegetal de secano autóctona, con fuertes raíces pivotantes que buscan el agua en profundidad, y que por ello son difíciles de arrancar por la corriente, el problema se agrava porque el agua corre más de prisa, el efecto cuello de botella se agrava, y el muro de agua de varios metros de altura lo tiene mucho más fácil para formarse. Por cierto, no entra aquí la caña, especie maldita a erradicar, foránea e invasiva, que se desprende con facilidad del suelo porque su principal sistema de expansión es a través de las raíces de su rizoma, como sabrá cualquiera que conozca a esta planta (la caña que el agua suelta vuelve a enraizar a través del tallo que tiene a ras del suelo). Esta especie vegetal, por el comportamiento que tiene para expandirse, sí puede embozar con facilidad ojos de puentes, porque ha evolucionado para soltarse, pero de todas formas, es un problema menor comparado con lo “gordo”.
Lo “gordo”, el problema real, como se ve, es otro. Por ponerlo en números inventados pero ejemplificadores, es como si antes la rambla fuera una olla preparada para albergar 200 litros. Ahora nosotros la hemos recortado para que le quepan menos de 100 litros. Los datos son los que son, y los números y las mediciones no varían aunque sea otra persona la que coja el metro. ¿La solución? La ideal sería volver a ampliar la rambla a su tamaño necesario, el que ella misma creó a través de sucesivas riadas. ¿No le hacemos caso? Pues por las malas ella seguirá con su costumbre de milenios y milenios, y ocupará con sus aguas su territorio. Da igual que ahora los seleccionadores nacionales (yo oposito a seleccionador provincial) de geografía y climatología pontifiquen lo que se les ocurra y culpen a la jara, a los humildes tarays y a las matas de tomillo de todos los males económicos posibles, y al Ayuntamiento por dejar crecer a estas buenas plantas naturales en su entorno (ahora convertidas en maleza y suciedad), ya que son necesarias para intentar retener o frenar el avance acumulativo de las aguas, y así permitir que el suelo absorba un poquitín más de ella (toda ayuda es poca cuando ocurren estos sucesos).
Es más, ahora viene la guinda. Después de tantas reuniones contra el cambio climático, tantos años con agendas para parar la contaminación por el carbono, etc., ahora llegan los datos del año 2023 y resulta que ha sido el año en que la humanidad ha echado a la atmósfera más gases de efecto invernadero. ¡Ole! En realidad, da igual lo que Europa haga. Es cierto que el avance, el desarrollo económico se ha basado en el uso de combustibles fósiles. El Mundo Occidental ha crecido y avanzado gracias a ellos. Ahora nos apretamos el cinturón para disminuir su emisión, pero las economías emergentes (China, India, Brasil, y otras) dicen: “¿Que nos apretemos NOSOTROS el cinturón? VOSOTROS habéis estado contaminando durante más de un siglo. Nosotros también tenemos derecho a crecer económicamente; dejadnos contaminar algo, la mitad que vosotros, 50 añitos de nada; dejadnos alcanzar vuestro estado del bienestar”. Más o menos, esa es la actitud que están teniendo, y no les falta, emocionalmente, algo de razón. ¿Por qué tienen que pagar ellos, frenando su desarrollo, las consecuencias de un cambio climático creado por el mundo occidental?
Pero ya estoy teniendo una de mis digresiones. Estábamos en el Vinalopó. Ahora, con este cambio climático, todo apunta, bueno, no apunta, se sabe, que las lluvias torrenciales van a ser habitualmente mucho más potentes, por dos cosas: uno, la atmósfera está más cálida, así que tiene más energía [es como si antes fuera un coche utilitario y ahora es un fórmula I], y dos, el mar está más caliente, luego puede inyectar más agua por evaporación y durante más tiempo en esa atmósfera energética [inyecta más gasolina al coche]. Ante esto, en realidad la solución práctica ideal sería no revertir la rambleta a su estado anterior de rambla, sino ampliarla a un tamaño más grande incluso, porque, siguiendo el símil de antes, quizá ahora la olla tenga que ser de 250 litros y no de 200. Novelda tiene la suerte de que el río no cruza por su centro, y esa ampliación podría hacerse por la orilla que mira al campo, cogiendo 20 o más metros por ese lado, y también por la orilla de la avenida del Vinalopó, convirtiéndola en una calle de un único sentido, devolviendo el otro carril a la rambla, ya que cualquier ampliación sería bienvenida para aminorar los posibles daños materiales, pero ¿quién sería capaz de hacer algo semejante? Toda medida en este sentido sería impopular y nefasta para bastantes personas; se haga lo que se haga siempre habrá perjudicados. Otra solución sería hacer un nuevo trayecto de rambla más alejado del pueblo, desviarla más al norte, para que, si pasa lo de Paiporta, los daños no afecten de igual manera a los barrios de la Cruz y la Garrova, principalmente. Todo esto sería algo inaudito por la enormidad de trabajo que representaría, pero bueno, también lo representó la creación de las vías del AVE, o la de la autovía Madrid-Alacant. Y caro, un montonazo, aquí y en todas las ciudades afectadas. ¿Vale la pena arreglarlo, o es mejor no hacer nada e indemnizar después a los damnificados? ¿Expropia el Estado o expropia la naturaleza con sus riadas? He aquí la cuestión.