Tras el reencuentro después de la última sesión en junio de 2015, todos los miembros coincidieron en diferentes aspectos como que era un libro que captaba la atención quizás por la desesperación y violencia de sus páginas.
La gran mayoría de los integrantes del Club de Lectura de la biblioteca coincidieron en que “La ecuación de la vida” es una novela muy interesante que trata no sólo sobre la actualidad de África, el continente más desfavorecido del mundo, sino sobre el contraste que este ofrece ante el mundo occidental.
El protagonista, un médico alemán, acepta la invitación de un amigo suyo dedicado a la ayuda humanitaria para acompañarle a África en su barco, en un intento de superar su depresión. Sin embargo, son secuestrados cerca de la costa de Somalia y llevados al interior del continente, de un campamento a otro, lo que les hará experimentar el sufrimiento, el miedo y la incertidumbre que conlleva su desesperada situación. La historia está contada desde el punto de vista de Kurt, el médico alemán, pero está alejada de una visión condescendiente o simplista de los problemas africanos, pues a lo largo de la novela se nos muestran las emociones contradictorias y complejas que experimenta, matizadas además por la presencia de otros personajes, africanos y europeos, que aportan también diferentes actitudes y reflexiones sobre el continente y, sobre todo, las personas que lo habitan.
Khadra combina con mucho acierto el suspense, la emoción e incluso la introspección, con un estilo que, sin abandonar la acción, es más bien reflexivo, pausado y en algunos pasajes, poético. No da respuestas sencillas (ya que no las hay) y huye del maniqueísmo, es decir, interpretar la realidad desde una perspectiva burguesa occidental, una tentación que habitualmente planea sobre las historias de estas características. A pesar de que aborda temas que forman parte de la actualidad de África, como el hambre, la enfermedad, los soldados, el saqueo, la piratería…, hay también una inquebrantable fe en los africanos, en su capacidad para aferrarse a la vida y mantener la esperanza de un futuro mejor.
Optimista en las peores circunstancias, deja en el aire la responsabilidad del mundo occidental hacia un continente explotado. Quizás la parte más floja corresponda a la relacionada con la doctora Elena, ya que en ocasiones está algo forzada y presenta algunos altibajos; así como el deseo de saber algo más sobre los personajes africanos, aunque posiblemente sea algo buscado por el autor, ya que la novela está dirigida a un público occidental, y en sus contradicciones consigue generar distintas emociones tanto en el protagonista como en los lectores, además de propiciar algunos giros inesperados.
En conjunto se trata de una novela que invita a acercarse a la realidad de África y a profundizar sobre sus problemas en primera persona, como le ocurre al protagonista, partiendo del hecho de que para el mundo occidental es un lugar desconocido y alejado de nuestras vidas y problemas, de forma que se intenta dar voz a los que no tienen ocasión de ser escuchados, más allá de las noticias de fondo que aparecen en el telediario.
Yasmina Khadra (Mohammed Moulessehoul)
Yasmina Khadra es el seudónimo femenino del escritor argelino en lengua francesa Mohammed Moulessehoul. Nacido en 1955en Kednasa, en el Sáhara argelino, hijo de una mujer nómada y un enfermero, oficial del Ejército de Liberación Nacional, en 1964 es matriculado por su padre excombatiente en una academia militar, la Escuela Nacional de los Cadetes de la Revolución. Inicia su actividad literaria pronto, compaginándola con sus estudios y posteriormente su actividad dentro del ejército. Su primera novela, Houria, la acaba en 1973 pero no será publicada sino once años más tarde, en 1984.
En 1989, después de haber publicado seis obras con su nombre real, decide refugiarse bajo un seudónimo para evitar la autocensura que ha marcado sus primeras novelas y poder adentrarse con mayor libertad en la recreación de la Argelia de su tiempo, marcada por el antagonismo entre el gubernamental FLN y el FIS islamista, que pronto dará lugar a una auténtica guerra civil en la que Moulessehoul, como miembro de las fuerzas armadas, combate. El seudónimo lo forman los dos nombres de su esposa. Con él, publica en 1990 El loco del bisturí, una novela policiaca. La obra que le da fama mundial (realmente a su seudónimo, que el público supone que corresponde a una mujer argelina) es Morituri, publicada en París en 1997, a la que siguen otras también publicadas en Francia que se adentran en la crisis argelina: el paro, la corrupción, el islamismo, las diferencias sociales, la ausencia de libertades, la ausencia de perspectivas, el terrorismo, la represión…
En el año 2000 el comandante Moulessehoul abandona el ejército para dedicarse por entero a la literatura; es entonces cuando revela su verdadera identidad, lo que causa gran escándalo tanto en Francia como en Argelia. Quienes habían tenido muy en cuenta en sus críticas el hecho de que estas novelas que tanto éxito cosechaban se debieran a la pluma de nada menos que una mujer de la desgarrada Argelia, caen ahora en la decepción y le acusan de impostura. Su pertenencia a un ejército que en los años inmediatamente anteriores ha sido acusado de perpetrar masacres so pretexto de la lucha contra el terrorismo también le acarrea problemas. Yasmina Khadra contará en una novela, El escritor (2001), los detalles de su vida como escritor dentro del ejército, mientras que en La impostura de las palabras (2002), se enfrentará a todas las acusaciones que se le hacen. Entretanto, Moulessehoul deja su país natal. Tras una corta estancia en México, se instala con esposa y sus hijos en Aix-en-Provence Francia).
Otro aspecto polémico de su obra es la elección de la lengua francesa. Si bien ésta tiene un amplio uso en Argelia debido al largo tiempo que el país fue colonia francesa, no ha amainado nunca desde la independencia el debate sobre su uso, en clara competencia con el árabe estándar en muchos campos, el de la literatura entre ellos. Moulessehoul explica que él empezó a escribir en árabe, pero que su profesor de lengua criticaba su expresión y le desanimaba, mientras que el profesor de francés hacía justo lo opuesto, lo que finalmente hizo que le fuera más cómodo expresarse en la antigua lengua colonial. No es menos cierto que de haber estado escrita en árabe, la obra de Yasmina Khadra no habría tenido ni mucho menos la proyección internacional que ha logrado.