Jesús Navarro Alberola
Pasé hace unos días por la puerta de la imprenta Aguado y la persiana bajada me recordó la jubilación de Santi y Paco. Como una bofetada de realidad. Como un bajar a tierra de repente. Mario Benedetti decía que «de vez en cuando hay que hacer / una pausa / contemplarse a sí mismo / sin la fruición cotidiana / examinar el pasado /rubro por rubro / etapa por etapa / baldosa por baldosa / y no llorarse las mentiras / sino cantarse las verdades». Santi y Paco han encontrado el descanso del guerrero tras la batalla de la vida. A nosotros, que seguiremos buscando su huella en todo lo que hicieron, solo nos queda cantar la verdad.
Una verdad con olor a tinta y dedos manchados; una verdad heredada de su padre, que, siendo aprendiz de las letras de molde, llegó a hacerse poeta. Hoy sus hijos siguen buscando aquella “Primavera recobrada” que se hizo estampa universal. José María Aguado Camús inició este camino que ahora toca a su fin y lo recuerdo como si fuera ayer, ya mayor, hasta sus últimos días, corrigiendo textos a mano, acariciando con sus dedos agrietados miles de palabras, los ojos achicados, siempre con una sonrisa. Y nunca se le pasaba una coma, una tilde o una huidiza hache. Ese tiento, ese saber hacer y esa humildad la heredaron Paco y Santi, para quienes el tiempo tampoco era importante. Era todo más profundo, como más vivido y amado. Pero llega la verdad: se cierra un ciclo. Nadie ha querido continuar la imprenta y algo se queda huérfano en el pueblo sin ellos. La tecnología, el coronavirus y estas prisas que a todos nos invaden los ha barrido también. Y es una pena, porque con la imprenta se van también las personas, la última generación de impresores auténticos, de esos que olían el papel caliente que salía de la máquina y mimaban cada trabajo hasta el último detalle.
Y es que Paco y Santi amaban lo que hacían y, por encima de todo, amaban a Novelda. De hecho, podrían ser los arquetipos del noveldense. Su metamorfosis llegaba hasta tal punto que, si hacían una revista de barrio, parecía que fueran del barrio de toda la vida. Daba igual si era La Estación, San Roque o ese corazón del Sagrado que sigue latiendo en cada cajita de azafrán. Si preparaban la revista de Semana Santa, eran los cofrades que más fervor tenían. Si editaban los libros budistas de mi amigo Xavi Alongina, el zen los invadía y alcanzaban el nirvana página tras página. Y luego el lugar principal para el hijo predilecto: el Betania. Años y años de acompañar a cada director, lo sé por experiencia, con cada idea torpe, cada errática decisión, ahí estaba presente día y noche Santi Aguado para que la visión de uno, su sueño particular, pudiera plasmarse en el papel. Si es duro hacer un Betania, no me quiero ni imaginar lo que es hacer uno cada año durante décadas. Sin embargo, esta pandemia nos ha robado el que habría de ser el último Betania de los Aguado. Y, aunque a algunos les cueste reconocerlo, un Betania sin Aguado es menos Betania. Como una plaza Vieja sin Jorge Juan, una bajada sin la Santa o una noveldería sin Charo Pastor.
Santi y Paco, Paco y Santi dejan el listón muy alto. Eran el mejor tándem. Dos corazones latiendo para el mismo cerebro. Incluso cuando colaboraron con nuestro Sueños de Sal y besamos los lienzos de Goya, se contagiaban de ese mismo espíritu y convertían el éxtasis desaforado del triunfo en sosiego y calma. Eran dos hombres de otra época, herederos de esos artesanos medievales que grabaron la tinta de los primeros libros. Paco más callado, siempre dentro, entre el traqueteo de las máquinas. Santi más abierto, de cara al público, pensando siempre en el próximo proyecto. Pero llega el momento de arribar a casa. Como Ulises alcanzó Ítaca. El poeta inglés Alfred Tennyson, cantando al héroe de la Odisea, escribió: «¡Qué fastidioso es detenerse, terminar, oxidarse sin brillo, no resplandecer con el ejercicio!». Fastidioso, sí, pero necesario. Ahora deben seguir su rumbo, con sus Penélopes particulares, disfrutando de los hijos y los nietos. Ahora Santi tendrá más tiempo para salir con la bici y quizá Paco retome las carreras pasadas. Ahora toca detenerse, apurar el brillo de una vida dedicada a Novelda.
Siempre esperamos a hablar bien de alguien cuando muere, pero los mejores homenajes son, sin duda, los que se hacen en vida. Paco y Santi, guerreros y guardianes de nuestra cultura noveldera, dejan sus armas de letras, palabras, tintas, emociones, papel y recuerdos. Dejan un pedacito de su alma en todo lo que hicieron (e hicieron de todo: revistas, programas de fiestas, folletos de cultura y turismo…). Atrás quedan las derrotas de un pueblo que nunca se arrodilla, pero, como dice nuestro poeta Joaquín Juan Penalva, ponen rumbo hacia nuevas derrotas. Su lucha seguirá siendo la nuestra. Su derrota es la victoria de todos: la de la humanidad frente a la artificialidad.
José María, Paco y Santi quedan unidos para siempre, unidos por la cultura popular, esa que llevamos dentro y plasmamos barrio a barrio, calle a calle y en esos museos locales que son todas las casas de nuestra amada Novelda.