Jesús Navarro Alberola
En la misma semana del pretendido referéndum del 1 de octubre, los Rolling Stones actúan en Barcelona. Si todo sale como algunos quieren, puede que sea la última vez que tocan en una Cataluña unida al resto de España. Cuando en marzo del año pasado fueron por vez primera a Cuba, era su primer concierto, la señal de que el castrismo empezaba a abrir los ojos, aunque fuera únicamente a la buena música. ¿Qué enseñanza nos dejarán los Rolling a su paso por el Estadio Olímpico? ¿Alguna que tenga que ver, quizá, con el nombre que ahora tiene el recinto, el del político catalán y proclamador de la efímera República catalana, Lluís Companys?
De nuevo, la banda de Mick Jagger es testigo de la historia, de nuestra historia. Los que ya peinamos canas, si es que hay suerte y nos queda algo que peinar, recordamos lo que supuso la aparición, en esos años 60 de ebullición constante, del tema «Satisfaction». Fue lo primero que escuché de ellos, en uno de esos tocadiscos portátiles que de portátil no tenía nada. Y sonaba tan distinto a lo que estábamos acostumbrados a oír hasta ese momento que nos parecía casi pecado. Para colmo, oíamos esos singles a escondidas, en guateques improvisados en casas de campo o aprovechando que los padres no estaban. Luego íbamos a las tiendas de música y pedíamos los discos, que tardaban semanas en venir. Por eso todo se escuchaba con más atención, casi se paladeaba. Había más calma, más amor, más pasión. Hoy con dos clics y cinco segundos te has descargado a un iPod diminuto toda la discografía de cualquier artista. Los que vivimos en los 60 y los 70 fuimos pioneros en todo, en lo bueno y en lo malo. Y los estragos de las drogas durante esa etapa fueron devastadores. Se desconocía su efecto mortal, se quería vivir al límite. La filosofía del «vive deprisa, muere joven y deja un cadáver hermoso» era un mantra que algunos quisieron cumplir a rajatabla. Los Rolling son los supervivientes de esa época y hoy enarbolan la bandera de la vida. Tienen, porque se la han ganado a pulso, ese halo de inmortalidad. Y en un mundo en el que ya no están Lou Reed, Prince, David Bowie, Michael Jackson y tantos otros, los cimientos sobre el que construimos nuestra ideología musical se desmoronan como un castillo de naipes. Todo se derrumba y los Rolling son la prueba de que es posible seguir vivo si uno cambia a tiempo, si uno sustituye por agua el ron y el vodka durante los conciertos. Es así de fácil, así de difícil. Y en unos tiempos en los que el alcohol está destrozando la vida de tantos y tantos jóvenes sin que nadie se inmute o mueva un dedo, también están demostrando que el «sexo, drogas y rock and roll» solo es posible a largo plazo si eliminamos el término central.
Por otro lado, los Rolling Stones también simbolizaron los nuevos vientos con los que soñábamos aquellos jóvenes melenudos que habíamos abrazado el rock porque las canciones de los Beatles eran demasiado light. Y era curioso, porque al principio, esa música transgresora se escuchaba a escondidas, igual que a espaldas de oídos curiosos se hablaba del fin del franquismo. Más tarde, cuando las mentes y las ventanas se abrieron, la música salió al exterior y, con ella, llegó la movida y la Transición. Los vientos de cambio nos llevaron a Europa, los muros se derribaron; también los más difíciles, aquellos que están en las ideas de los más duros de cabeza.
Hoy todo ha pasado. Ese añorado espíritu de remar todos juntos para alcanzar la meta se ha esfumado por completo, como un sueño al despertar. Pero los Rolling siguen estando ahí. Fueron los testigos de esa etapa inicial de nuestras vidas y nos han acompañado durante todo este tiempo. La historia ha girado con ellos y han cumplido a la perfección con su nombre: son los cantos rodados de nuestra vida, pulidos y suaves al tacto, familiares después de todas estas décadas, y contundentes desde el primer acorde, desde el primer estallido de los decibelios.
Sé que algún día no estarán, pero también sé que, cuando llegue ese día, algo se habrá roto para siempre: una página de la historia de la música, un capítulo de la historia de nuestras vidas. Mis compañeros de generación me comprenderán. Por eso, disfrutemos de ellos hasta el último instante. Hasta que suene la última canción. Porque luego tan solo reinará el silencio.