TIERRA, TRÁGAME
Rajoy agradeció en Lima a su colega peruano la hospitalidad cubana. ¡Eso es viajar de un país a otro en un hipo! Tener el don de la ubicuidad, o de un rapto de presencia, que por norma acontece cuando los cinco sentidos de la persona toman mojitos y ríen gracietas bajo un sol inadecuado. No es la primera vez que sucede un desbarro similar en un alto cargo. Ya a Trillo se le escapó un “Viva Honduras” en tierras salvadoreñas que tejió el planeta de una estela de mofa. Entonces le echó la bandolera del lapsus a su reciente llegada desde esas tierras, por habérselo portado marcado en la pátina de la emoción como la cicatriz que trae de vuelta a casa el guerrillero bregado en un frente traumático, o exitoso. Pero que nadie se eche las manos a la cabeza; no es inhabitual, ni extraño, sobre todo en aquellas personas que hacen de su vida un ir y venir, un estar y no estar, un pulso a toda hora, una tensión inmanejable, un conocer y olvidar, inmediatamente… permanentes y diarios.
Pero los mondos y lirondos como usted y como yo, no lo dude, con costumbres más bien establecidas, previsibles, tampoco estamos libres de poder vernos atrapados por la seducción de un desliz sonrojante. Apuesto, en descargo del “presi”. Yo también cometí uno, por ejemplo; craso, huesudo y del que Freud bien podría haber derivado una conclusión psico-hormonal nada favorable a mis intereses de prudencia, oportunidad o, especialmente, presumida inocencia. Aconteció el resbalón siendo yo chico, muy chico, apenas dieciséis o diecisiete años; con más acné que arrestos, en ese mar de complejos inconexos y lacerantes que entraña la pubertad y con todo ese pesado fardo de indecisiones que conducen inexorablemente al precipicio del maldito “Trágame, tierra”. Acababa de aterrizar en una emisora de radio. Allí todo muy serio, formal, “profesional”, que se decía. Para mí, entonces, con la grandeza íntima de lo de Rajoy el otro día en el Perú. Vaya. No era, pues, la radio de amiguetes, desgreñada, con risas, ponches y discos a media tarde, de la que procedía; sin cobrar, ni asomo de peladilla. En ésta, se pagaba. Y se exigía, pues. Quería formar parte de aquel equipo de “altura”, a toda costa, aun tartamudeando en lo reservado de mi alma y sufriendo mis cuitas intentando no aparentar temblor alguno. Decía, pues. Aquella locutora de unos veinticinco años terminaba aquel día su jornada, a las dos. Salió despidiéndose de compañeros y otros, todos mayores y con más tablas que yo. Sería un día especial para ella, no sé, alguna onomástica, un regalo a mamá por su cuarenta aniversario, a sí misma “porque lo valgo”, que dice el anuncio… Tanto da. Lo cierto es que esa locutora (fichaje estrella de la temporada) no contaba con recursos físicos bastantes para abrir la puerta de la emisora cargada como iba de un ramo de flores tipo palmera de Elche y un bolso con amplitudes de basura comunitaria. Para mi sorpresa, ninguno de los allí sentados que la despedíamos levantó galante su trasero de la silla. Pero lo consiguió, sola. Salió al exterior, pareciendo imposible. Entonces la vi al segundo a través de los cristales luchando con su manojo de llaves, tratando de dar con la adecuada que abriera la puerta del coche mientras equilibraba pesos y sorteaba flores que se le arañaban los ojos. No puede aguantar. Un latigazo interior se rebeló contra mi acomplejada adolescencia y me hizo acudir en su auxilio sin reparar en posteriores, ofreciéndome con la más inocente aunque también con la más condenadora de las frases: “Perdona, -dije inesperadamente crecido mirándole a los ojos-: ¿quieres que te meta el rabo en el coche?”. ¡Trágame, tierra! ¡Profundo y que no salga!, pensé en un arrebato de vergüenza. Estas fueron mis bienintencionadas palabras, ya en la calle, a solas, frente a la estrella de la radio. ¡Ahí es nada! Siendo yo, a sus ojos, todo un niño. Y ella, a los míos, toda una mujer. Pues eso. Como suena. Como dolorosamente suena. ¡El rabo!
Seguro que usted ha deseado alguna vez visitar las cañerías del silencio y del olvido, rebobinar, darle nuevamente al “play” de las acciones y empezar de nuevo ante una meada fuera de tiesto legendaria. Por eso, discúlpelo, por muy alto cargo que sea. Rajoy andaba por el Perú, y en un gesto protocolario, de puro acto ordinario, como su café con leche y tostadas de la mañana, le agradeció la gratitud a Cuba, estando en Lima. Esas cosas pasan. Sobre todo si acaban de anunciarte, como así fue, que en tu país, ese que gobiernas con más mentiras que aciertos, con más promesas que hechos, el paro ya muerde el 26% de almas. Seis millones de almas vacías, encabronadas… con cargas inafrontables y llantos de bebés que ni comen ni duermen. Y que la rebelión social, sí, la rebelión social, de seguir esto un cacho más, puede que ya no sea sólo un titular de prensa aséptico leído en un titular de prensa que cuelga una crónica de un país que nos toca de lejos. Eso cuesta de asimilar. Por eso digo que pasa, el desliz. Y más en Rajoy.
felicidades Claudio
¿Qué tal, «Barsero», como estás, que no te veo por Novelda?. Buena disertación la tuya, como en ocasiones previas. Lo que expones aquí se resume con el refrán de «El que tiene boca, se equivoca». Un saludo.