Art. de opinión de Francisco Penalva Aracil

TRAS UN MURO DE PIEDRA

El arte en de la fotografía nos permite ver e identificar el ayer, comparándolo con el presente. Y transformando en ocasiones la visión de una de ellas,en añorados recuerdos. Recobrando aquellas sensaciones de siempre que vuelven a tus pensamientos más íntimos.

En la quizá rustica pero contundente fotografía que adjunto al artículo, se representa alegóricamente parte de la esencia de nuestro pueblo, entre un paisaje iluminado por ese cielo azul de nuestros inviernos cálidos, que solo identificamos los de aquí; es aquel que hemos recorrido y visto tantas veces.

Al contemplar detenidamente la citada imagen lo primero que nos entra por los ojos es ese muro de piedras que está en primer plano, que no es sino, un margen para separar las tierras, y como deslinde y guardián de las viñas, aunque ya por desgracia en muchas ocasiones, solo de parajes yermos, secos, desamparados. En estas piedras que son un símbolo para nosotros, se ven reflejadas la luz de la mañana que al posarse sobre ellas, revive su color y expresan su contundente solidez.

Al fondo hay una palmera solitaria, con sus ramas erguidas hacia lo alto en dirección al sol, y cerca de la misma aunque no se ve, habrá una casa rodeada de pinos que le darán un encanto al lugar. Que lo imagino rodeado de viñas, con uvas cubiertas con “sacos”envueltos por ese verde vivo de los pámpanos. Uvas que ya habrán sido recogidas de entre sus tiernos sarmientos enrollados a la parra.

La fuerza de la imaginación y el deseo, me han llevado a describir sin verlo, algo tan entrañable como son los viñedos, que gran parte de ellos desgraciadamente han desparecido.

Volviendo a la realidad de la imagen también se ve en la misma dos montañas que al contemplarlas recordamos momentos de nuestra vida placenteros, que pasemos al recorrerlas.

En la parte izquierda está el Montahud pelado y seco, pero emotivo, con el que nos identificamos, y nos emociona al verlo, al regresar de un largo viaje por carretera o en tren. A su lado esta el Cid, enorme montaña, mágica para nosotros. Que recorremos muchas veces en soledad para sentir con más profundidad la grandeza de esta enorme y voluminosa roca, notando una especie de abrigo, como el que nos da una madre tranquila y protectora.

La tierra seca por la que caminamos esta llena de pisadas que no se ven pero que han formado sus sendas, al intentar tantas y tantas veces llegar a su elevada cima.

Mientras tanto comemos madroños. Entrando en nuestro olfato, el profundo aroma silvestre a tomillo y romero.

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3 COMENTARIOS

  1. Enhorabuena por tu artículo,escrito con sumo cariño, e impregnado de nostalgia descriptiva.

  2. Me apetecía leer algo así. Me ha encantado el relato, mucho, mucho, mucho…

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