SILVESTRE Y ATENUADA PRIMAVERA
Digo la de una tierra, la de una provincia eternamente sedienta, que corre a oeste, sur y algo al norte, desde Monforte a Novelda, de Novelda a Monóvar, la que lleva a Algueña y Pinoso y a Elda y a Villena, y mas alto aún, tocando Almansa, ya casi en la provincia de Albacete y hacia Murcia por Albatera, previos Hondones de las Nieves y los Frailes, Aspe, Crevillente alfombrado y Orihuelilla misma, con agua pero seca, y al Elche de la Dama, desierto de palmeras y agricultura parda. Arenales del Sol, hacia la Torrevieja blanca y la Guardamar salada. El pueblo de mi dilecto Vicente Ramos.
Me refiero también a la costa. El Campello con la Vila Joiosa, Benidorm babilonia, a las arenas hacia Altea y hasta Jávea la bella, con Calpe la peñosa, una costra, a las veces, caliza y blanco ocre, junto al Mediterráneo. A una tierra que se mira al mar y le da casi vergüenza. Aunque la vergüenza pone roja y ella se querría verde. De verse tan parda, seca, caliza y pobre, conociendo sus infinitas condiciones climáticas y de trabajo humano. Con ralas hierbas de un verde negro, como a mechones sueltos, tierra sin verde. Hierbas sin clase, mala hierba que se dice, si es que alguna puede serlo. Sencillo ser vivo. La cizaña bíblica….
No da esa tierra, toda ella primavera, primavera anual, primavera del clima, primavera completa, “la casa de la Primavera” como la llamó un gallego ducho en verdes, Wenceslao Fernández Flores, esas florecillas libres, sencillas y silvestres que adornan las cunetas de la fría Castilla cuando estalla la estación primorosa y primaverosa, (si es nuevo el adjetivo, me lo apropio) cintas ajardinadas a lo largo del tráfico, todo un festón cromático como un bordado charro, festival de colores a uno y otro lado del asfaltado viaje, de la calzada gris, honrada hasta el delirio, orlada de belleza. Por los caminos de Castilla se cursa como entre dos primaveras estrechas, que acompañan al viajero como dos banderolas de fiesta.
Yo he sido madrileño durante muchos años y echo en falta, aquí, entre nosotros, el bellezón humilde de aquellas florecillas en que hacía de reina la amapola curvada, erguidos solo un día sus pétalos de sangre, de tan frágil púrpura. Capitaneadas por esta papaverácea de pétalos apenas cogidos, con saliva divina, al negro hisopo casi geométrico que enfunda sus semillas, como un receptáculo opiáceo. La amapola es una escarlata efímera, apenas consistente, de enorme belleza. No existe, casi, y hace el campo intensamente bello, con sus mechones como heridas dejadas caer entre la hierba, derramadas y abiertas. Bellísima e impalpable amapola. Solo un tonto intentaría hace un ramo con ellas. Se le morirían entre las manos.
Aquí no hacemos trigo, ni cebada ni avena. Regamos nuestras vides y ofrecemos a la lluvia nuestros almendros. Cuidamos nuestra tierra como quien milagrea y una hierba es pecado, aunque fuera bella, porque consume agua, siquiera unas gotas. No se tolera otro verde que el de la planta cultivada, como en un jardín, aislada de cualquier otra, por rastrera e insignificante que fuera.
Me faltan, estos días, las margaritas chicas, los cardos nazarenos, moradas adelfillas, las lináceas blanquitas, las malvillas moradas, las crestitas de gallo, un sin fin de criaturas, amarillas, azules, blancas, rojas, violeta, como tejidos árabes sobre un fondo de verde, extendidas a lo largo de las vías entre pueblos. Paralelismo hermoso que siempre acompaña y hace feliz el ojo del que se mueve. Voy a Madrid, suelo hacerlo, por Mayo, que además es mi mes, solo, casi, por contemplar sus florecillas espontáneas, sus colores silvestres, por llenarme la vista de aquel impresionismo natural, tan generoso y vario, derramado por el suelo. En mi Alicante azul, azul de los azules, me falta en primavera esa sesión de vida hecha primor del campo. Tenemos tantas otras cosas. Sería injusta la queja. Pero allí, donde el clima es rigor y el tiempo destemplanza, en la dura meseta, que quema cuando caliente y hiela cuando fría, la primavera ofrece una copiosa sonrisa tan rica varia y encantadora, como para compensar tantos rigores, haciendo de la mirada un premio de los ojos.
Nos falta esa primavera. Aquí, donde la tenemos, prácticamente toda. Todo el año.
Claro que seria demasiado. No se puede tener todo. Hay que ser discretos. Y agradecer lo que tenemos. Una bonanza ambiental que besa la piel y acaricia hasta el alma física del cuerpo, que se diría que también la tiene, un alma de segunda clase, física porque se alegra y estimula su naturaleza, simplemente, zoológica. La que hace sentir el bienestar ambiental, de distinto linaje que el espiritual y trascendido. La que hace concebir el suelo como un cierto y devaluado Cielo. Un Cielo desclasado pero muy grato. Una primavera gloriosamente floral repartida por todo nuestro suelo, sería, tal vez, pedir demasiado. O un otoño con aquellos ocres, amarillos, dorados, cobres rojizos y verdes decadentes, de aquel Madrid donde descansa mi madre. Mi primavera eterna…
Hoy nos regalas una preciosa pincelada a la provincia.
Empiezas por el interior, seca, dura, aprovechada con el ingenio de sus habitantes. Regada casi sin agua, con imaginación. Sólo un pero, Orihuelilla, dices. Yo diría y así lo he escuchado, Orihuelica del Señor.Pueblo de curas, iglesias y morada hasta del obispo.
Después te vas a la costa, nuestra encantadora costa, plagada de playas con la famosa «bandera azul», sinónimo de limpieza, calidad y ¿porqué no? belleza. Que recorrido tan hermoso de nuestra querida provincia.
Has sido madrileño, tu lo dices, pero ya eres alicantino, bueno, siempre lo has sido y se nota. Todo lo impregnas de alicantinismo como tu admirado Vicente Ramos.
Echas de menos la primavera castellana, porque Alicante es la casa de la primavera. Lo dijo Wenceslao Fernández Flores. Aquí siempre es primavera. No hay invierno.
No hacemos trigo ni cebada, pero sí buena uva, vino e infinidad de frutas de verano.
Como siempre, querido Luis, lúcido y sublime.
Puede Sr Galbis que estas tierras alicantinas nos ofrezcan una primavera atenuada,exenta del espectáculo floral de esas florecillas silvestres que adornan las cunetas de la fría Castilla, pero nuestro paisaje provincilal es un cuadro impresionista de vivos colores, un mosaico multicolor lleno de contrastres abierto al mar, que respira mar, en el que se entremezclan playas arenosas,cumbres montañosas, las tierras de regadíos más fértiles, esos campos verdes de cultivo de las que brotan las mejores frutas y verduras y que son el antónimo perfecto del secano más duro y árido siempre sedieno de agua como recien nacido en busca de la leche materna para su superviviencia, un territorio envuelto en parajes naturales y palmerales que son patrimonio de la Humanidad, la sal y la arena, luz y color del Mediterráneo.
Esta es tierra de de tormentas y granizos ,de precipitaciones iregulares con inundaciones desbordantes e impetuosas, de una ruralidad contenida,aquella por la que se paseaba el alter ego de Gabriel Miró «Siguenza»· en su recorrido literario,casi poético y que nos llevaba en su viaje a lugares recónditos y a conocer gentes encantadoras que sabían a pueblo.
La primavera llega a estas tierras como anunciando un verano inmediato y veloz,siempre caluroso, con el manto blanco de la flor del almendro,con una luz más intensa ,con un mar más azul,con el olor de la pólvora y el sabor de la fiesta.
A pesar de tener una primavera atenuada seguimos siendo la millor terreta del món, la respeto y la amo,me gusta como es,no la cambiaría nunca por contemplar ningún otoño madrileño .Soy hombre del Sur y así me siento.
Un cuadro bello este que dibujas para poner sobre el tapete de las diferencias, y excelencias, las primaveras del centro y la nuestra, la de la costa, con otros colores, desde luego con otros aromas… con su propio gesto inconfundible, si idiosincrasia, porque también el paisaje lo tiene, que tanto nos hace disfrutar en esos «mayos» que tan importantes son para ti.
He disfrutado el recorrido… el paisaje que nos ofreces, casi he visto esas diferencias y excelencias de las que te hablaba, y que dejan una composición armoniosa y verdadera.
Hermoso texto, Luis, muy hermoso… y te agradezco, esto ya pertenece a mis vivencias, la cita y el recuerdo que haces de Calpe, una tierra a la que le debo infinidad de momentos, todos preciosos.
Un abrazo, amigo.
Querido Luis: Es muy difcil seguir TUS PASOS……Cuando lo haces,encuentras la felicidad en forma de paz ,pues se ensancha el espiritu.Un abrazo!
¿Qué puedo decir, Luis, que no te hayan dicho?
Sea lo que sea el motivo de tu inspiración, lo envuelves con tanto amor y tanta dedicación, que lo haces bello.
Interiorizas hasta el punto de convertirte en el primer protagonista de las tierras que con tanto sentimiento describes.
Le has dado a tu artículo de gran pureza literaria, forma de poema y amplia antología.
Tus palabras, acompañadas de una música suave, y cortejadas con imágenes de tu costa y de tu mar, son una invitación irresistible a la contemplación de los paisajes que esbozas.
Su lectura produce, casi de manera inmediata, antojo de mar y anhelo de sol.
Gracias Luis, por compartirlo y permitir que sea algo nuestro.
Querido Luis:
He leído decenas de tus artículos, algún libro.
He intentado «clasificarte», cosa harto difícil.
Me voy a aventurar: pienso que tienes alma de San Juan de la Cruz, y prosa de José Martínez Ruiz.
Siento no haber podido celebrar este año la Santa Misa de los «Salas» el día 20, en el Santuario de nuestra excelsa Patrona.
Un fuerte abrazo de tu buen amigo
Javier