EL JAZMIN
(A mi madre, aquella chica que me tuvo en una montaña)
Vinculo mucho mis atardeceres alicantinos, sobre todo novelderos, que suelen, solían mejor, ser veraniegos, al jazmín. Esa pequeña flor de la familia de las oleáceas, según parece, procedente de Persia.
El jazmín es una flor discreta, nocturna, que huye del sol y se entrega en la oscuridad. Estrena esa poqueta nit de la que habla, con tanto encanto, mi mujer. Como las prudentes amantes, ocultas a la publicidad escandalosa de la luz del día, movilización general, en cambio, de la inmensa gran mayoría de las flores todas, que se cierran o encogen al anochecer, para volver a abrirse, radiantes, cuando nace de nuevo otra claridad. Como si quisiera lucir sola, cuando las otras se recogen. Lucir en lo negro blanqueado de olor.
Lucir sin luz, que toda la suya reside en su olor. Un olor que hace cerrar los ojos como una suerte de claridad o deslumbramiento. Estrellita apagada que luce olor.
Para aquellas, las otras flores, el total de ellas, el día, el sol. La noche para esta, alumbrada por la luna. En realidad, un conjunto de mínimas lunas puntiagudas y olorosas. Al principio, pequeños husos bulbosos rellenos de esencia, estallados luego de aroma, hasta su definitiva apertura estelar.
El jazmín es a las flores como el almendro a los frutales. Una desoportunidad temporal. Este, el árbol mas extemporáneo. Cuando todos están muertos, él florece. Aquel, cuando todas las flores están cerradas, se abre para inundar la oscuridad de intenso perfume. A solas, contra corriente, siendo el único rey estelar y botánico del sosiego nocturno y atemperado de nuestro verano. Una flor en la noche. Rara criatura. Cuando las flores se echan y descansan de esplender, él trabaja su aroma con aparatosa generosidad.
Creo haber dicho en alguna ocasión que resulta imposible mas olor en menos flor. Tanto en tan poco. El jazmín es un prodigio aromático instalado sobre su mínima realidad física y dimensional como flor, tan sencilla, por otra parte, en su forma. Una simple estrellita de cuatro, cinco o seis petalillos ínfimos, que nacen algo satinados y violetas, por fuera y blancos mate en su interior, cuando estallan tubularmente, poco a poco. Como se desenrollan las alas de la mariposa de la seda, para quedar tan abiertas, en ese mínimo blanco, blanquísimo, puro como el alba, aunque nazca de noche, tan espectacularmente lleno del, probablemente, mas hermoso de los perfumes del planeta. Todo el universo concernido… De una sensualidad aromática estremecedora. No empalagoso y dulce como la del galán de noche; sí, en cambio, apasionadamente intensa. De sobrarle algo a su perfume sería solo eso, lo bueno, el perfume. Si es que lo bueno pudiera exceder molestamente. El jazmín puede ser un despilfarro de fragancia. Una belleza que entra al alma por el sentido del olor. Incienso sensualísimo de la alta catedral de la noche.
Si se lo debemos a los persas, ahora tan animalmente fanáticos, benditos persas. Que Dios se lo pague. Hoy es una flor absolutamente alicantina, entrañada en nuestro levantinismo perfumado, aromatizado, científico de olores y magistral de efluvios. Del mejor Alicante veraniego, que es el nocturno. Día infernal y noche de cielo, toda cielo extendido. Cielo sobre la tierra, a ras del suelo. Cielo terrero o terrenal. Tierra celestial, cubierta por él. Y presidida por el jazmín.
El protopoeta Yepes se pretendía “entre las azucenas olvidado”. Si yo tuviera que indicar la flor mas propia para emblematizar a San Juan de la Cruz, escogería el jazmín. Poquita cosa y enorme belleza. Apenas cuerpo y todo un volcán de alma trascendida. Sencillez en lo sublime. Poquedad en lo inmenso. Como Yepes, que tanto olía a Dios. Que apestaba a sobrenaturalidad. El alma de aquel hombre debía oler a jazmín.
Hay cosas en las que parece haberse recreado el Creador. El jazmín, una de ellas. Le salió redonda, aunque fuera picuda o estelar. No pudo quedarle mas ungida de olor a Cielo. A Gloria, a Virgen, a bondad, belleza, excelencia, primor, acierto y regalo de los sentidos. Huele, casi, a pecado. Provocación y casi lujuria, lujuria santa, tanta fragancia. No hay derecho, casi, a tanto olor. Provocación natural. No se deja oler con el alma sosegada. Necesariamente, alborota y enciende el ánimo. Acontecimiento sensorial. Gran sensación. Satisfacción excesiva. Masivo goce…Tan discreto y morfológicamente sencillo, minúsculo y blanco.
Espuma blanca de lo verde en la noche. Gala su cuerpo alisado y tenso. Randa puntillosa entre el cetrino tejido del véspero. Lencería de urgencia de la caída del día. Pliegues nacarados y rosáceos, antes de abrirse y pureza absolutamente blanca oficiando el perfume. Voluptuosidad del espacio en lo oscuro. Joya del agua en lo verde, frentecilla coronada de las ramitas tan leves, mínimo botón de gracia, cristal opaco y brillante que hace de todas las noches una interminable boda. Porque huele a nupcias, a tálamo, a amor joven…Huele a reproducción enamorada. Huele a plan de Dios.
El jazmín se diría que se mete en el aire, haciéndose espacio en ese otro aire que sucede. En el estar del bienestar. Y en el ser de la noche. Lo mas parecido a la flor de la nieve, sin cristal ni transparencia, igualmente estelar y con la misma gracia formal. La flor del hielo, del verano. Un disparate bastante homologado. La nieve parecería un inmenso mar de jazmines que no huelen. O que solo huelen a frío.
Flor de instantes. De fracciones de tiempo relacionadas con acontecimientos. De afloramientos sentimentales relacionados con su olor. Flor sugeridora y biográfica. A merced de tan poco, paréntesis del alma que se acorazonan en su nimiedad, libremente presos. Plenitudes de vida como muertes ensayadas. Todo relacionado con su aroma con cuerpo. El cuerpo mas gentil. Palpas el olor del jazmín. Lo coges, casi, con las manos. Y te lo pasas por la frente…
La hora del jazmín. Cuando ya no hay luz se encienden todas sus lucecillas de olor, en la más linda liturgia de la tarde del verano. Horizonte de los sentidos, paisaje del olfato, plenitud del panorama mas ardientemente inmediato, perspectiva infinita de los sentidos….
“Menos que estrella pero mas que flor” te llamó un poeta amigo, el malagueño Manuel Alcántara, compañero de juventud y de JUVENTUD, aquel inolvidable semanario en que tantos empezamos. Eres un alma vegetal de blanquísima voz, que arranca de la tierra del planeta, pensamientos de olor. Ideas perfumadas. Y lo haces cada noche, como un nuevo milagro que se repite, pero inédito, que Dios no aburre. Encaje vegetal, carne de lluvia, suma de humus y sol, de aire y agua, metáfora entre el polvo de la roca, mojado, arquitectura leve, barroca y perfumada, color de hebra del cielo en tejido de gracia, arco iris solo blanco, gloria varada. Minima estrella simple, luz del olor. Sobria y sencilla como fiesta del Cielo, florecilla sin lustre, alma sin cuerpo, enormidad sensual, paraíso chico.
Si no hubiera jazmines, la vida valdría menos y olería peor. Jazmines en el pelo de la doncella. Pulseras de jazmines en Magdalena, con las uvas diversas, la calavera. Jazmines en Novelda, reina de olores. Jazmines sobre el fondo, vario, de especias. Universo absoluto de la fragancia.
Dios oliendo a Sí Mismo, por excelencia…
Que hermoso relato, que bello, que bien descrito. No se como tienes tan a favor al duende de la inspiración.
No se puede describir con más belleza, las lindezas del jazmín. De ese jazmín tan nuestro, no se si mediterráneo y que desprende su inmenso aroma » a poqueta nit», cuando las otras flores ya duermen y descansan. Huele casi a pecado, no me explico como se puede escribir con tanta belleza.
Y semejante flor, exquisita, delicada, nocturna, tan nuestra, se lo dedicas a tu madre. ¿A quién mejor?
Enhorabuena, querido amigo, hacía tiempo que no leía algo tan hermoso.Como feliz lector tuyo, recibe mi agradecimiento.
Decía el poeta norteamericano Walt Whitman que la literatura está llena de aromas y la suya Sr Galbis en esta ocasión huele a Jazmín. En una Corte Real imaginaria de la flores aromáticas.de las que trastornan nuestros sentidos, el Jazmin sería el rey de las flores junto a la belleza de una reina sine igual que sería la rosa. Ese eterno acompañante fiel que desprende un aroma penetrante ,cálido,dulce o licorado que nos huele a nupcias ,a amor furtivo a sensualidad contenida, a atardecer de verano que languidece poco a poco ante nuestros ojos.
Efectivamente Sr Galbis si no hubiera jazmines la vida valdría menos y olería peor,habríamos perdido además de una exquisita fragancia, un afrodisíaco ,un buen analgésico, un estupendo relajante muscular y un sedante,propiedades que también tiene esta flor,además de servir de aromatizante de infusiones( té de jazmín) y de eso sabemos y bien en esta tierra.
Si pudiesemos por un momento imaginar que caminamos por el jardín del Edén,aquel lugar idílico y rebosante de paz, seguro que lo haríamos bajo un manto de jazmines desprendidos que nos impregnan de un olor santo,puro y directo que entremezclado con el olor del ámbar, ,del lirio, de las rosas,la canela,el almizcle,el clavel,la orquídea,el jengibre, el incienso o la mirra,entre otros, nos conduce a un universo de la fragancia infinito,nos conduce a Dios oliendo a si mismo por excelencia.
Permítame que haga uso de las palabras finales de su artículo para felicitarle por la belleza del mismo , por esa descripción hermosa, casi poética, de una flor sencilla pero cuyo olor nos llega al alma. Mi más sincera enhorabuena D Luis por superarse a si mismo semana a semana. Es siempre un placer comentarle como dice Wifredo. Un cordial saludo.
Yo Señor Galbis, con estos comentaristas, me quedo aparte. Lo dicen todo y lo dicen bien, así que los leo y les doy la razón.
Extraordinario, Luis. Sencillamente extraordinario.
Un texto de aromas, con aromas; a cada frase, a cada idea, a cada nuevo descubrimiento que del jazmín nos muestras. Un tratamiento de la palabra, el tuyo, que raya (diría que lo es) con lo poético, absolutamente; en descripciones fabricadas con malabares, sobre finos hilos, cuidados, con tiento, elegante… y en música, Luis, música visual, limpia, espontánea, que gana intensidad y emoción a medida que corre el texto, que caen las palabras. Especialmente hermosa la comparación con el almendro y su “desoportunidad temporal”. De «chapeau»!
Dicen arriba que te superas, por semanas, por entregas. Es cierto.
Este escrito de domingo es un goce para los sentidos. Para los amantes de la buena literatura.
Mis aplausos. Y mi total admiración.
D.luis. me ha llenado de emoción su articulo,este en especial me ha echo recordar también a mi madre,se fué hace cuatro años,a ese jardin de paz que el Señor le tiene reservado a las buenas madres,su madre y la mia,que el Señor las bendiga.
un fuerte abrazo.
Jose maria Castello