DESTINO PROPIO Y APROPIADO
Mi destino soy yo. Yo soy el destino de mi destino. En esta interrelación está lo que pudiéramos llamar mi estrella, la “circunstancia” orteguiana mía, por dentro y por fuera. Mi programa individual en medio del universo. La flecha de mi arco. Y hasta la diana predeterminada, con su centro obsesivo. La puntería ya es cosa de Dios. Del que nunca falla.
Quien cree demasiado en el destino, desconfía de sí mismo. Un destino con fuerza de destinar. Yo soy mi destino, este yo que es el que es, no solo el que yo querría haber dispuesto o hubiera seleccionado. Que a lo mejor, sería distinto e incluso en otra parte. Pero dado este yo, es capaz de hacerse su destino o debe serlo. O intentarlo. De influirlo, al menos. Si no, no puede llamarse hombre en toda la extensión de la palabra. Un destino con inevitables matizaciones de origen, somáticas, ambientales, condicionantes, pero en absoluto totalmente predeterminado. Si renunciase a participar en la prefiguración de mi destino, sería un vegetal. Yo no puedo cambiar el orden ni las órdenes de mis cromosomas. Esos que hacen que somos como somos. El impero de los genes. Menudos elementos…Tengo una suerte de predeterminación química. Y esta, presumiblemente, una irrenunciable influencia en mis actos. Influencia no es imposición. Pero me he hecho en un donde y en un cuando, con unos otros. Soy histórico. Dependiente de hechos colaterales. En un espacio social. En una dimensión que pasará a los anales. He curtido mi inteligencia hasta venciendo, tal vez, influjos inmanentes, entre unas ciertas subjetividades ansiosas de libertad. De alguna manera, me he hecho, un poco, a mí mismo. Hasta donde permite la naturaleza. La mía, sobre todo. Con pretensiones hasta sobrenaturales. Y la sociedad civil, que también empuja y configura. Y la sobrenaturaleza, repito, en un orden, digamos, espiritual.
Condicionado por las propias circunstancias derivadas del desarrollo y aplicación de esas subjetividades, soy causalidad y casualidad, además de voluntarismo. Es decir, esclavo y rey de un destino en cierto modo destinable, más que destinado. Otra cosa sería tristísima, desalentadora e indigna de vivirse…Yo soy el que quiero ser, ayudado por la Providencia. No un yo impuesto. Si acaso, influido por ciertas instrucciones biológicas, químicas, inscritas en lo material de mi orden existencial. Pero libre. Libre por mi voluntad de criatura dotada de albedrío. Un yo sin remisión, sería espantoso. No sería un yo. Ser humano, criatura, persona, hasta posible santo. En eso tengo yo que poder haber puesto bastantes granitos de arena. Otra cosa no merecería la pena. Yo no sería. Me serían. Tendría una entidad de cartón. Como los ninots de las Fallas. Y eso se parece mucho a un muñeco. Mi ser, esa enormidad existencial, esa especialidad irrepetible, ese episodio de la historia de los hombres, que me liga a unas cadenas múltiples de antepasados, deben ser, absolutamente míos.
Si yo no fuera mucho más que lo dispuesto por mi carácter biológico, estaría en el mundo como un molusco. Capaz de segregar perlas, como cierta política, pero sin saberlo. Hasta teniendo un alma desalmada, aunque fuera de nácar.
Soy yo y Dios, además. Concernido por Él, que quiso hacerse a mi semejanza. Ese si que es un destino hermoso, en el que no he intervenido para nada. Lo quiso Él. Me quiso así, Él.
La mejor imposición inscrita en mi naturaleza. En mi naturaleza sobrenatural. Un hermano de Cristo. Un hijo de la Virgen.
Totalmente de acuerdo, querido Luis, mi destino, dices, soy yo. Yo soy el destino de mi destino.
No sé si vas por ahí, pero n uestro destino lo forjamos nosotros. No podemos ni debemos creer en el destino, como algo irreparable.Está ahí, y, a veces, nos vence. Pero hay qie luchar contra él. Buscar nuestro destino.
Pero, para mí, siempre hay un pero en estos temas. Confías mucho en la Providencia. Eso te honra, eres fiel a tus profundas convicciones, pero todos no creemos tan exhaustivamente. Creemos, pero no tanto. Yo soy Dios, dices, concernido por Él, sin duda, pero Dios, que no nos llega, al menos a mí con esa infinita sapiencia de todos nosotros ¿cómo va a reparar en mí (por no personificar en nadie) que lo tengo todo y olvide a libios, afganos, subsaharianos, etc.?
Dios es amor, ¿pero a quién? ¿ a mí?
Perdona que haya trasladado tu magnífico artículo a otros sectores que no venían a cuento. Disculpa.
Y de tu redacción, ¿qué te voy a decir? Me tienes rendido. Y, eso, en broma es otra injusticia de Dios, ¿porqué tú tanto? Gracias, amigo.
Voy a quedarme Sr Galbis de su artículo con esta frase » yo soy el que quiero ser,ayudado por la Providencia.No un yo impuesto».Su artículo me recuerda aquello que decía Sartre sobre que el hombre no es otra cosa que lo que él se hace.Es decir el honbre forja su propio destino.Si la Providencia o Dios nos ha puesto aquí y nos ha dotado de libre albedrío es por algo y entonces somos una especie de creación en prueba y es precisamente nuestra capacidad de elección la que nos permitirá superarla.
El destino como tal no existe ni está predeterminado, es una camino imaginario,una ruta que nos marcamos nosotros mismos en el mapa de la vida, una escalera sin fin en la que vamos añadiendo peldaños mediante nuestros aciertos y equivocaciones, como decía el poeta no hay camino se hace camino al andar.Para el creyente esa escalera no tiene fin porque la vida no acaba con la muerte sino que vá más allá junto a Dios en la Eternidad y para quienes abamdonan este mundo sin fe su destino final es morir .el fin de la existencia humana, la esencia del hombre.
Mientras tanto, y en este tránsito que es la vida, no nos pongamos tan serios y disfrutemos , que como decía Forrest Gump la vida es una caja de bombones y nunca sabes lo que te vas a encontrar en ella.
¡Que envidia Señor Galbis!
A mi me daría vergüenza escribir así, me ruborizaría hacerlo tan bien. Llega un momento en el que no leo lo que usted pone, sino como lo pone, lo cual es un elogio desde el punto de vista desde el que se lo digo. Después, en una segunda lectura, me centro en qué es lo que está usted diciendo, no tengo prisa, me gusta demasiado leer.
Ay, Luis, sobre lo que apuntas, bien podrían defenderse posturas de mil colores. Tratas un tema de corte filosófico, terrenal (porque nos afecta) pero metafísico al mismo tiempo, y diría que, al menos para mí, irresoluble. No me aventuraría a pronosticar y mantener con firmeza casi ninguna de las hipótesis que seguramente otros comentaristas no tardarán en expresar.
Pero en cierto modo, de siempre he tenido una «percepción» bastante próxima a esta tuya: o sea, en esa predeterminación relativa, de destino sin «obligar», y concediendo ese margen, propio de la persona, en el sentido de la capacidad de autodefinirnos y manejarnos con nuestros deseos y voluntades en el mundo.
Me ha gustado, una vez más, cómo lo tratas. Pero insisto, prefiero, por coherencia personal, y quizá por respeto hacia algo demasiado «elevado», no manifestarme claramente, porque en realidad puede que nunca estuviera del todo seguro.
Ah, y me ha hecho gracia, la cuña, que con «segundas» cierras el texto.
Un abrazo y gracias otra vez!!!
Querido Luis no sé si este artículo agradará más o menos a quien lo lea. De lo que no podemos dudar es que tu artículo ha dado mucha gloria a tu Padre, Dios.
Don Wifredo: Muchas veces he considerado esta frase que escuché en un Curso de retiro: «el que Dios te quiera es cuestión de Él, el dejarte querer por Dios es cuestión tuya».
No creo que sea «cuestión de Dios» el hecho de que nos quiera, Javier. Sin cuestión ninguna, Dios nos quiere a todos. Somos, como dijo Ratzinger, «el fruto de un pensamiento de Dios». La segunda parte de la frase que escuchaste en aquel retiro, se mantiene mejor. Pero creo que, aunque no te dejes, sigue queriéndote. Dios es amor, amor a todo y a todos, sin límite. Yo creo que si no te dejas, aún te qiuere más.
Estoy de acuerdo Luis, pero me resulta muy difícill ayudar a quien no quiere dejarse ayudar.
Querido estoy de acuerdo con tu apunte pero me resulta muy difícil ayudar a quien no quiere dejarse ayuda, contentar a quien no quiere sen contentad, sonreir a quien no quiere sonreir..
Y yo estoy de cuerdo con los tuyos. Te resulta dificil. Pero tú no eres Dios. Dios ayuda a quien jo quiere, contenta a quien no se deja, contenta al que quiere estar descontento y sonríe a quien se niega a sonreir. Dios es todo Amor. Y pasa por encima de todas esas posibles negaciones. Yo creo, querido Javier. No me hagas tener mas fe en Dios que tú, por favor…