Art. de opinión de Luis Beresaluze Galbis

SEMÁNTICA Y ANTROPOLOGÍA DEL COLOR

Si trasladásemos las hipótesis que nos sugiere el color al campo de la literatura,
¿qué nos depararía el mundo de lo cromático? ¿Cómo pintarían sus arco iris nuestros escritores mas leidos?

Azorín, (siempre empezando por el maestro de Monóvar, nuestro casi paisano, paradigma para un alicantino), los describiría blancos, absolutamente blancos, del más puro y primoroso blanco, aquel blanco de las sábanas que su madre guardaba, de modo tan organizado, en la alacena, en la calle de la Cárcel.

Unamuno, (empieza en una y acaba en uno), los pintaría negros. De un negro unánime (unánime es adjetivo, también, muy unamuniano) y riguroso. Enérgica, trágica y cabreadamente negros. Vestía como un cura que le gritara a Dios. Vasco españolísimo, intolerante y pugnaz.

San Juan de la Cruz, azules. Faltaría más…Del azul más limpio, casto y suave. Del color de San Juan del Azul. Porque la cruz de de la Cruz es Dios y Dios es luz, Luz de Luz y la luz da el azul. Ese que no corresponde al cuerpo material del aire y el mar, ambos incoloros, pero que los tiñe de su tono porque se enamora de ellos. San Juan de la Cruz y la Luz. Recorrió bastante España y no estuvo entre nosotros. Se perdió mucha luz. A lo mejor, nuestra luz, le hubiera relajado su desesperación porque no moría.

Quevedo nos daría arco iris rojos. Maravillosamente descritos. Con oro en la lengua, la mejor lengua del Siglo de Oro, (aunque a veces fuera de víbora), pero rojos e irritados. El “jodido estevado” se indignaba hasta con su sombra. A veces, mala sombra. Pero nadie ha escrito como él.

Góngora, amarillos dorados, casi naranjas. Como cabellos de sol haciéndole una diadema al cielo. Y traducibles, de puro latinizados y retorcidos. En la interpretación de Góngora había que ser especialista.

Cervantes nos entregaría expresiones grises, del arco iris mas discreto y coherente. Del gris más próximo al blanco, como el color de las barbas de Don Quijote. Arco iris de armoniosos y sosegados grises. Elegancia hablada del gris. Gris fue su existencia, viviendo casi de la honra de sus hermanas, sin poder pagarse un triste jubón. Una vida llamada a tantas excelsitudes…

Miguel Hernández Gilabert, verdes y rojo sangre. Como trenzas de trigal joven, salpicado con lunares de amapolas. Como tragedias de bancal. Garcilasillo de la vega del Segura. Y soldado como aquel gran caballero, también muerto joven. .

Miró, Gabriel Miró, haría arco iris de todos los colores del espectro. Los puros y los mezclados. Y aún se inventaría otros. Todos los que tiene y presenta el nácar, enfrentado, en movimiento, a la luz, dándole a la luz esos colores que la luz le dio al agua para que esta los registrase, de una manera casi mineralmente biológica, en esa perlada sustancia. Y además, con todos sus brillos. ¡Qué bien miraba Miró, el de los ojos tristísimos!

Santa Teresa de Jesús daría un arco iris violeta, morado, con el morado de sus enamoradas moradas, tan llenas de luz. Santa Teresa de la Luz. La jefa de San Juan de la Cruz.

Fray Luís de León, el sabio agustino, utilizaría, únicamente, los colores puros y elementales del espectro. Rojo, verde y azul. Ni uno más. Y se los explicaría al ciego Salinas, para que los incorporase a su música, tan relacionada con las celestes esferas.

¿Y los pintores?

Los primitivos italianos, Fra Angélico, seguro que con azules muy tenues y muchos rayos dorados. Azul y oro muy naif y encantador. Arte niño. Primicias de la hermosura.

Miguel Ángel los pintaría de todos los colores. Sería capaz incluso de fabricar arco iris de piedra. De mármol muy veteado. Y parecerían de cristal. El prisma multidifusor cromático de Newton, cincelado. Para Buonarroti no había imposibles plásticos. ¡Menudo era don Miguel, en angélico!

Leonardo pintaría arco iris rosados. Y suavemente sonrientes. Arco iris como sonrisas insinuadas desde lo alto del cielo. Inventaba máquinas y maquinaba sonrisas.

Rubens, aparatosos y carnalmente rosados. Haría arco iris de carne, hasta con celulitis en su estructura material. Músculo y grasa, frutales y explícitos. Confortable abundancia personal.

Zurbarán los haría de varias fibras de marrón oscuro, frailuno, con ciertas hebras de palidez cerúlea. Arco iris santurrones.

Velázquez, san Diego Velázquez, pintaría los mas elevados arco iris, los del aire más puro, entre rosados y violáceos atardeceres. Serían arco iris serranos, madrileños, que son mucho arco iris. El aire de Madrid es un puro y definitivo arco iris. Pintor de espacios y profundidades.

Goya los concebiría rojos, marrones y negros, con algún manchón blanco. Y además, con carácter. Sucios y revueltos. Corajudos, rebeldes y hasta burlones.

Gutiérrez Solana pintaría arco iris sórdidos, si no implicase la expresión una autentica contradicción en los términos. Arco iris pardos y marrones. Color mierda, como el fondo, lleno de palanganas sucias, de sus tristes burdeles, de sus toreros pobres, y su pueblo deslucido.

Vázquez Díaz los produciría grises, como si fuesen curvaturas celestiales de cartón piedra o uralita.

El Greco metería, también, colores muy encendidos y variados en sus arcos irisados. Con mucho Egeo en su paleta toledana. Arco iris columnarios y sabios. Ardientes y ascendentes. Clásicamente griegos o griegamente castizos.

Matisse sería el padre de unos arco iris azules y rojos, arco iris de telas multicolores, entre los que danzarían bailarinas cogidas de la mano, combinadas. Cursis y encantadores.

Barceló, arco iris pigmentados. De churretes confusos y variopintos, o vario pintados. Como para no ponerse debajo de ellos, cuando estaban en alto o eran bóvedas. .

Y Miró, don Joan, arco iris raramente multiformes, elementales y sencillos, de tonos rojos y negros. Arco iris de viejo niño o de infante mayor.

Tapies pintaría, si lo suyo fuera realmente pintar, arco iris de trapos colgando de tapias embadurnadas con una equis negra, como de grafittero gandul.

Benjamin Palencia nos daría arco iris manchegos, verde intenso, rojo intenso, azul intenso; arco iris tan puros como sale el color del los tubos de óleo.

Toulouse Lautrec, amarillos, curvaturas absolutamente amarillas, en un cielo enano lleno de bailarinas y gente que fuma.

Marc Chagall nos dejaría pintados sus arco iris violetas y morados, por los que brujulearían sus violinistas y borriquillos flotantes. “Leyendas urbanas”, como se dice ahora, flotando sobre las ciudades.

Van Gogh haría enloquecidos y febriles arco iris naranjas y amarillos, como tejidos con genitales secos de azafrán. Arco iris desorejados y confusos. Con muchos cipreses. Tristes, pobres y alienados.

Picasso, sin perjuicio de su libertad y caos cromático, los pintaría, no curvos sino angulares, rectilíneos y cúbicos. Serían iris y otra cosa que no arco. Crearía una nueva morfología plástica para el concepto de arco iris convencional. En su universo, (era un pintor universal) pintaría arco iris infantiles e inteligentes. Hasta a la uralita irritada y maldita del Guernica, sería capaz de ponerle un arco iris.

Sorolla, pintaría arco iris de sol puro, de absoluto sol, deslumbrantes y cegadores. Metería tanto sol en ellos, que obligaría a cerrar los ojos para contemplarlos. A una exposición de Sorolla hay que acudir con gafas oscuras. Y de ella sales un poco moreno…

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5 COMENTARIOS

  1. Ya repuesto de mis achaques cardiovasculares que me supuso comentar su anterior artículo, es grato para mí felicitarle Sr Galbis por esa fina descripción del color aplicado a grandes figuras de la literatura y de la pintura .Solo una salvedad ,se le ha olvidado usted a uno de los grandes Salvador Dalí, genio del surrealismo,extravagante y catalán hasta la médula.
    Como sería el arco iris en Dalí ? , pues seguramente sería claro, de tonos frios ,azules,blancos,transparente y luminoso, colores moderados que nos transportan a un mundo onírico,corrosivo, distorsionador y extremadamente erótico,a un universo asombroso fruto de la mente del pintor de Cadaqués. Seguramente que ese arco iris no sería la simple descomposición de la luz del rojo al violeta sino la alteración del inconsciente cromático del pintor. Un saludo

  2. ¡Hay que tener un ingenio y una claridad mental elevadas para escribir de este modo!
    He recorrido, con sumo gusto, tus escritores… tus pintores. No sé cuál de las dos partes me ha gustado más…; lo cierto es que las dos son fantásticas, y asociarlos, como haces aquí, al mundo de los colores, y de esa forma, amén de original, se me presenta como capacidad de muy pocos. Tú, Luis, eres uno de los escritores capaz de llegar ahí.

    Te felicito, de nuevo. Un texto estupendo.

  3. Tan magnífica como imaginativa, como corresponde a un gran escritor como tú, la relación admirable que haces de nuestros literatos y los colores. Nadie los podía haber descrito mejor.

    Luego la haces sobre los pintores, tarea más difícil y comprometida, ya que estos trabajaban con los colores. En los escritores es pura ceación tuya. En los pintores te la juegas, sin miedo, y aciertas.

    En tu línea, querido Luis, impecablemente redactado y bello, muy bello.

  4. Aquí estamos, de nuevo, Claudio (mi hijo) y Wifredo Rizo (un servidor de Uds.), ensalzando el hermoso artículo de Luis Beresaluze, ese pedazo de escritor que tenemos y que no valoramos como deberíamos.

    No es coincidencia. Mi hijo y yo nos parecemos mucho, nunca es demasiado, y a los dos, por lo visto, nos embelesa Luis Beresaluze. Cuando he escrito mi comentario, no habían publicado el de mi hijo. Ahora los veo, juntitos, como buen padre y mejor hijo.

    Te espero mañana en el artículo de Luis.

  5. Querido Luis:

    Me da la impresión de que en cada artículo te vacías del propio yo y nos pones delante a los genios de la literatura española. Esto me anima a seguir, estudiando, leyendo y gozando. No quiero experimentar lo del de Hipona: «sero te amani».

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