AQUELLA SANGRE
Me inquieta el destino de aquellos trozos de tela que facilitó Claudia, la esposa de Pilato, a la Virgen María y a María Magdalena, para que recogiesen la sangre de Cristo vertida sobre las piedras del Pretorio, en aquel piadoso episodio de la Pasión del Señor. Para llevar a cabo aquel aseado teológico que representaba la limpieza del suelo oficial regado con el líquido más santo del universo, aquel fluido del cielo, que clamaba con su sola presencia brillante, sobre las piedras devenidas sagradas por su contacto. Sagradas y sangradas. O sagradas por sangradas.
La tradición de la Iglesia se ha ocupado mucho de la sábana santa, esa “sindone”, que ha experimentado tales vicisitudes, viajado entre diversos lugares y sufrido tantos incendios, y del famoso paño de la Verónica, con el que el Señor enjugó su rostro, durante su trabajoso paso por la calle de la Amargura, una de cuyas versiones se venera actualmente en Alicante, a cuyo santuario acuden los fieles cada mayo, en procesión, partiendo desde la concatedral, con sus cañas, romero y pañuelito tradicional y lugareño al cuello.
Esas son telas o paños, localizados y objeto de devoción para los cristianos. Historia que continúa, con la presencia entre la telar urdimbre de hasta el polen de las hierbecillas que se daban entonces en Galilea. Sobre ellas trabajan los estudiosos y se hace ilusiones maravillosas la fe. Hasta la NASA ha intervenido en los análisis de la sábana santa, datando su originalidad con las técnicas del carbono catorce.
¿Qué se hizo, en cambio, de aquellos paños auténticamente impregnados de la sangre vertida poco menos que a chorros, por Jesucristo? Nunca he visto ni leído a nadie haciéndose cuestión de ellos. Debían estar verdaderamente empapados. Ser, ya, luego del trabajo de las dos Marías, la excepcional y la extraordinaria, más rojos que blancos. Chorrear, prácticamente, manchándolas y volviendo a gotear sobre el suelo. Aquellas telas, acaparaban una nueva y copiosa eucaristía parcial, impresionante y aparatosa. Debieron confiar ambos paños a alguien, muy allegado, mientras ellas continuaban de comparsas multiheridas en el drama de la Pasión de aquel inocente. Porque en el descendimiento, en la primera manifestación de la piedad icónica, tantas veces, luego repetida, ambas mujeres tenían las manos libres…Pero es un hecho que antes, durante la recogida y lavado de las piedras y un cierto tiempo después, los conservarían consigo. No cabe en ninguna cabeza que los abandonaran en cualquier rincón, más preocupadas por haber dejado el suelo limpio que por su sagrado contenido, en absoluto arrojable donde quiera que pudiera ser, como dos trapos sucios…La Virgen y Magdalena debieron estimar más que su propia vida, la conservación de aquellos paños ensangrentados, de manera masiva, por Jesús.
Los Evangelios nos refieren muchas cosas. Algunas, se diría que hasta excesivas como el episodio del trato de Cristo a aquella madre fenicia, entre Tiro y Sidón. Y, evidentemente, omiten otras, del relieve grandioso de este par de paños, (digo par y a lo mejor fueron más, porque la sangre era mucha) y su destino final. La Virgen y Magdalena harían lo mejor. Conservarlos y venerarlos durante toda su vida. Imagino, quiero imaginar. Poca tela y mucha sangre. De verdad que me inquieta el destino de aquellos trozos de tejido blanco, que la mujer del galo romano, entregó a la Madre y a la enamorada del Señor. En nada material ha podido conservarse más cuantiosamente, algo físico y real de aquel Dios humanizado, semejante caudal de sangre. Una reliquia textil teñida de tantísimo Dios…
Yo cuando oro a santa María Magdalena, pienso en aquello y le pregunto, al respecto, en cierto modo, como intercalado en la plegaria. Pero ella, no me contesta. Está más atenta a mis piropos y expresiones de amor, o, sencillamente, no puede. Seria milagroso que me pudiera decir algo. Aquellas telas ontológicas, impregnadas de la esencia de la máxima entidad, teológicamente impresas en toda la plena extensión expresiva de las palabras. Teñidas de rojo por la sangre de Dios. Del Dios que tiene el corazón de carne, según el grandísimo teólogo Ratzinger…
«Una reliquia textil teñida de tantísimo Dios». Me emociona mucho tu artículo, Luis. Nunca en mis años romanos ningún escriturista reparó ni, por tanto, nos explicó nada de aquellas «telas ontológicas…Teñidas de rojo por la Sangre de Dios». No lo he visto recogido en ninguna vida de Jesús. Sólo reparé en aquellos paños al ver la película «La Pasión de Cristo». Es verdad, Luis, ¿Donde guardarían Santa María y María Magdalena las telas empapadas con la Sangre de Cristo, cuius uns stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere; así cantaba el de Aquino: una sola gota de sangre, de esa sangre de los paños empapados de ella, puede librar de todos los pecados al mundo entero
Muchas gracias Luis por tu ternura, tu poesía, por tratar santamente las cosas santas.
Estimado Luis, aunque no comparta el fondo de su artículo, sus creencias, como siempre sus formas son exquisitas, delicadas y llenas de sentimiento. Gracias, una vez más, por deleitarnos con su lectura, y si lo considera oportuno, y dado que tiene tiempo, no nos prive del placer de leerle.Un fuerte abrazo.