MAL ENCAJE
No solo tenía pelos en el corazón. Era un mala sombra de cuerpo entero. Jamás procuró una alegría a nadie. Solo vivió para hacer desagradable la vida a los demás. Un dije de hombre… Probablemente, de tanto usar mal el corazón, ahora vivía una gravísima patología cardiaca. Si a eso se le puede llamar vivir. Estaba a la espera de un trasplante. Y la operación se produjo. Le implantaron el corazón de una buenísima persona, que había dejado de latir como consecuencia de un accidente de tráfico. Y ahí empezó el problema.
Para el feliz resultado de los trasplantes, se tienen en cuenta, como es sabido, ciertas homologaciones biológicas, como la afinidad de grupo sanguíneo, para evitar posibles rechazos. Pero no se investigan, en absoluto, las condiciones morales respectivas. Y el alma, el carácter, la personalidad, también intervienen en el episodio. Un hombre no es solo sus órganos. Un ser humano, digo. Una persona.
Resultó que llegado a buen término el trasplante, al hombre se le volvió, literalmente, loco, el carácter, como consecuencia de la imposibilidad de conciliar lo discurrido por su mente de hombre vil con lo que sentía su corazón, ahora, de hombre bueno. La mala sangre de su cerebro, se hacía buena al pasar por su corazón. Pensaba mal y obraba bien. Se produjo, en definitiva, un conflicto de caracteres. Hechos de bendito con ideas diabólicas. Eso que llaman una personalidad bipolar.
Su genio personal, su temperamento, su calidad humana, se hizo como doble y mal homogeneizada. Y su alma, su pobre alma, no sabía como organizarse espiritualmente. Cabeza de villano y corazón de santo. ¡Que cosas hacía la ciencia! Y es que no se trasplantan corazones como se trasplantan lechugas.
Algún día, se tendrán muy en cuenta, además de los posibles factores inmunológicos y de rechazo u admisión favorable, los mapas genéticos, además de las más aconsejables afinidades o coincidencias en lo social, afectivo y moral. Entre los cromosomas está el como somos. (Perdón por el chiste malo). No solo tenemos vísceras. En las que llamamos cerebro y corazón, estamos de lleno, tal como somos y nos producimos. En los Libros Santos se lee que la Virgen “meditaba aquellas cosas en su corazón”. Lo que somos y el modo como lo somos, depende del funcionamiento de nuestro cerebro y de la cordialidad y coraje de nuestro corazón. En el revoltijo cerebro, alma, mente, espíritu, entra, también, el corazón.
Aquel hombre era un lío personal. Le salvaron la vida pero le complicaron el modo de ser. Nadie se puede imaginar lo que representa querer hacer bien lo que piensas mal. Un contencioso existencial insufrible.
Probablemente, desde el cielo, el muerto, el donante, se preguntaría asombrado, “¿pero a quien me dieron?…” Y el vivo, en la tierra, es posible que a veces, cuando relajase, inadvertidamente, su mala tensión, se auto reconviniese luego, pensando para sí, “me estoy haciendo blando…”
A la técnica del trasplante, esa en que los valencianos somos tan adelantados y casi modélicos, habría que añadir una filosofía de la conducta, una metafísica del carácter, una genética trascendentemente moral. No se homologan coces y caricias. Pero lo que prima en los trasplantes es la urgencia. ¡Cómo para andarse con suspicacias selectivas cuando se tiene entre las manos el proyecto de que un corazón muerto reviva en el pecho donde se está muriendo un corazón vivo!…
Luis yo pensaba que la moralidad, el depósito del bien y del mal, estaba, no en el corazón, sino en la conciencia, que aún siendo inmaterial, emite juicios prácticos y los conforma con la recta ratio agibilium.
Buon natale.