¿NO ES MÁS MUERTE QUE LA MUERTE?
Un hilo de baba líquida se derrama por la comisura de sus labios. Sus ojos miran alrededor, tiemblan de miedo, de impotencia, y apenas puede emitir un sonido sordo que a nadie llega en un vacío cruel. Al poco aparece la asistenta. Le limpia la boca, encajada entre salivas que actúan de cemento en sus labios, y le dedica una sonrisa abierta a la que nunca corresponde. El gesto de ese hombre delata la irreversible quietud de un cuerpo que transita por las tinieblas de la dependencia, al modo de una figura sujeta a los cables de una tramoya que la tienen maniatada. Y su voz, cada día más hilo quebradizo, llora en silencio palabras que se estrellan en la estulticia, en la moralina de una sociedad hipócrita y pacata con el «más allá».
La asistenta ya reconoce y lee en sus párpados: tanto tiempo a su lado le han conferido capacidades intelectivas que sólo ella entiende, como si entre ellos dos se hubiera creado un sistema de símbolos y expresiones que configura un lenguaje nuevo y exclusivo. Le está diciendo que se ha orinado, que se ha vuelto a orinar. Sí. Es la tercera vez en la mañana. Y comprueba que hasta los camales del pijama han adquirido una tonalidad oscura y viscosa que lo atrapa como una tela de araña inmensa de la que no se puede salir. Hace 15 años su coche se empotró secamente contra un árbol…; iría hablando de fútbol, escuchando una canción o, quién sabe, planeando con su chica una cena inolvidable. Un giro de una crueldad innombrable le dejó clavado, hincado a la Tierra, sobre el metro y medio de una cama inerte y sin alma. Su novia salió ilesa. Milagrosamente, magulladuras, raspaduras y un fuerte golpe en el brazo fueron las solas señales del accidente. Al año lo abandonó. Huyó. Asistir a su decadencia progresiva fue también para ella un cadalso insoportable. Pero ella sí podía correr…
¿Hay un mundo mejor? –se interroga-. No importa la respuesta. Nadie está dispuesto a liberarlo de las argollas del sufrimiento… Escucha razones: “La vida es un regalo, un don que no siempre se sabe interpretar; hay designios que deben ser aceptados como prueba máxima de Amor.”, escucha decir a un cura entrado en carnes, mientras le desliza suavemente la mano por su frente y lo mira con condescendencia. “Aunque nada hubiera tras la vida –diría si pudiera-, ¡mejor el desenlace de esa nada que la consciencia agonizante de saberte muerto!”. Ya no puede más. No quiere poder. Ni la paciencia ni la esperanza ni la súplica ejercen de consuelo a un corazón que bombea dentro de un caparazón sin aire. Hace demasiado que sus ojos sólo siguen de lejos el movimiento de quienes le visitan: sobrinos que, contemplativos, preguntan por qué su tío no los acaricia, no los impulsa a los cielos ni les compra helados en verano; o la desolación rota de unos padres que caminan alrededor de su lecho la peor condena: ver la degradación paulatina, milímetro a milímetro, segundo a segundo, del hijo que un día les sonrió y les dijo, “Os quiero”.
Tiene 40 años. Y ha vivido 25. ¿Llegará a estar más tiempo muerto que vivo? Sólo el hombre sabe cuánto y por qué alargar una agonía sin retorno, mientras las justificaciones religiosas opacan un dolor amigo del infierno, de ese fuego que todo lo corroe, todo…, excepto la consciencia de saberse para siempre ardiendo, sin fin. La condena para un inocente que ni el derecho a un último «vuelo» se le concede; un inocente que calla, calla, calla…
A mi familia, a mi médico, a mi sacerdote, a mi notario:
Si me llega el momento en que no pueda expresar mi voluntad acerca de los tratamientos médicos que se me vayan a aplicar, deseo y pido que esta Declaración sea considerada como expresión formal de mi voluntad, asumida de forma consciente, responsable y libre, y que sea respetada como si se tratara de un testamento.
Considero que la vida en este mundo es un don y una bendición de Dios, pero no es el valor supremo absoluto. Sé que la muerte es inevitable y pone fin a mi existencia terrena, pero desde la fe creo que me abre el camino a la vida que no se acaba, junto a Dios.
Por ello, yo, el que suscribe……………………
pido que si por mi enfermedad llegara a estar en situación crítica irrecuperable, no se me mantenga en vida por medio de tratamientos desproporcionados o extraordinarios; que no se me aplique la eutanasia activa, ni que se me prolongue abusiva e irracionalmente mi proceso de muerte; que se me administren los tratamientos adecuados para paliar los sufrimientos.
Pido igualmente ayuda para asumir cristiana y humanamente mi propia muerte. Deseo poder prepararme para este acontecimiento final de mi existencia, en paz, con la compañía de mis seres queridos y el consuelo de mi fe cristiana.
Suscribo esta Declaración después de una madura reflexión. Y pido que los que tengáis que cuidarme respetéis mi voluntad. Soy consciente de que os pido una grave y difícil responsabilidad. Precisamente para compartirla con vosotros y para atenuaros cualquier posible sentimiento de culpa, he redactado y firmo esta declaración.
Firma:
«¡mejor el desenlace de esa nada que la consciencia agonizante de saberte muerto!»
Tremenda frase y tremendo texto.
Por favor, si en algun momento esa tesitura es la mia que no venga nadie a medir mi dolor. Que nadie se apropie de mi rastro de vida y decida que debo hacer.
Si alguien tiene corazon que me ayude en mi decisión sea esta cual sea.
Alejad de mi a los visionarios inhumanos y dejadme vivir o morir en paz.
Aunque a veces no coincidamos en el fondo, tus formas me encantan. Me gusta mucho, ya lo sabes, como escribes y no me importa hacerlo público, pues como padre me siento muy orgulloso de tus artículos. En éste, estoy de acuerdo también en el fondo. El relato que nos expones, efectivamente es más muerte que la muerte.Lo que ocurre, como diría Don Quijote, con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho. Con la Iglesia, ya lo sabes, topamos continuamente y eso, desgraciadamente, la aleja de la sociedad, sobre todo de la juventud, que sois el futuro, sino ya el presente.Que pena, con lo fácil que es ser tolerante y comprensivo.Un beso muy fuerte, hijo.
Excelente, Claudio, un articulo de lo más duro y real, y muy bien escrito. Mis felicitaciones.
Me parece muy bien señor Pellín, muera ud con cristo, pero no se meta en mi vida si quiero morir solo, con Belcebú o con Mahoma, que ese es el problema, que ni comen ni dejan comer.
¡Joer con la Iglesia!
Ahora lo has dicho Ignatius, que dejen en paz a la gente, luego abanderan la bandera de libertad, la del respeto, y no dejen de meter las narices DONDE NO LES IMPORTA, con la iglesia hemos topado, que asco de gente.
Se puede decir lo mismo, sres. Reily y Logitech con educación, con respeto y sin inquina. Sus escritos quedarían mucho más limpios y denotarían estima por la tolerancia.
«Ven muerte tan callando
que no te sienta venir
Porque el placer de morir
No me vuelva a dar la vida»
Morir en Cristo Jesús significa morir en gracia de Dios, sin pecado mortal. Así, el creyente en Cristo, siguiendo su ejemplo, puede transformar la propia muerte en un acto de obediencia, y de amor al Padre. Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con Él, también viviremos con Él (Cfr. II Tim. 2, 11).
Este verano estuve leyendo las obras de un Padre de la Iglesia del que nada había leído antes. Le cuadra mejor el título de «Padre Apostólico» pues vivió y escribió en el S. I muy cercano, por tanto, a los apóstoles. Se trata de San Ignacio de Antioquía; de entre las notas que tomé destaco esta que me parece genial «El Cristianismo no es obra de persuasión, sino de grandeza». Durante estos meses he reflexionado con frecuencia sobre ella aplicándola a mi vida. Yo soy vocación tardía, nadie me «convirtió» al Sacerdocio. Estando estudiando en Roma un Doctorado en Metafísica, me gustaba acercarme los domingos al Vaticano para rezar el Angelus con S.S. Juan Pablo II. Poco a poco fui quedándome asombrado, admirado por la grandeza de este hombre de Dios.
En una ocasión, era el mes de noviembre, nos habló de la vida y de la muerte, y de la eternidad.
La muerte, nos decía, pone fin a la vida del hombre como «tiempo abierto» a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo.
Me parecieron palabras amables, sabias y que incitaban a recorrer con libertad ese tiempo abierto que es la vida. Pero el Amor de Dios no se impone, nadie nos debe persuadir de él. A Dios no se le demuestra, sino que se le muestra. Hay que mostrar la Grandeza del Verbo Encarnado, la Misericordia de Cristo en la Cruz, la Belleza del perdón, de la Santísima Virgen, de los Ángeles Custodios. Todo esto requiere afinar los sentidos, desarrollar la sensibilidad para captar y saborear placeres y manjares que yo antes no había conocido.
Al tomar conciencia de la GRANDEZA de la Fe Católica, tomé la decisión de que este tiempo abierto que es mi vida, iba a recorrerlo en la gracia y amistad con Dios.
Pienso que quien, en vida, opta por la amistad y la gracia de Dios, nunca tendrá miedo a la muerte pues sabe que, una vez cerrado el tiempo de vida, comienza una eternidad con nuestro Padre Dios para siempre.
Felicidades Claudio, es de los artículos más humanos, reales y bonitos que se han publicado últimamente, posee mucha sensibilidad.
¿Le parecería a Ud mejor que dijera que la iglesia es una exterminadora asesina como Ud afirma del PSOE Señor Pellín? ¿Habla Ud de ese tipo de respeto? Habrá que tener en cuenta la diferencia de percepción del bien y del mal que media entre ambos, porque yo me siento faltado al respeto por ud en múltiples ocasiones.
A ver Sr. Pellín, en la entrevista que le hicieron en el diario Información hablaba de que. «por fortuna ya no existe esa izquierda irrespetuosa e intolerante», y tiene ud razón, ya no existe, mejor dicho, como en el cristianismo, eso no cabe, con unos ideales tan limpios como los de buscar un mundo mejor no cabe ser intolerante o irrespetuoso. Pero ocurre que, al igual que ocurre con la palabra de Cristo, se deforma la idea por personajes que buscan otras cosas, como poder, dinero, fama o vaya Ud. a saber que otras cosas mas…Quiero decir Sr Pellín que las ideas de uno y otro no distan tanto, pero sí las interpretaciones. Leyéndole a Ud en sus artículos, siento decirle que me parece que lo que sí existe es esa derecha intolerante y absolutista, que ansía cargar con las «armas en la mano» contra cualquier tipo de cambio, progreso o diferencia y Ud es un puntal local de esta corriente ideológica que curiosamente apela a la tolerancia.
No creo haberle faltado al respeto Sr Pellín, sí he sido irreverente, eso sí, pero ha sido a propósito, no quería hacerle ninguna reverencia, pues no me merece Ud ninguna después de haber leído lo que Ud ha escrito, le reservo el respeto, todo el respeto básico en una sociedad civilizada, pero me voy a las antípodas ideológicas suyas, por lo que las reverencias no caben.
Sobre la inquina, pues sí, siento algo de aversión a ciertas tesis suyas, no lo niego, y quiero que no las pueda llevar a cabo, pero eso es legítimo, Ud tampoco quiere que muchos lleven a cabo su voluntad como en este artículo se expone, por lo que la iniquidad es mutua y como digo, legítima.
Recuerde Sr. Pellín que aquí no estamos hablando del café y su sabor, ni de la ropa de temporada, estamos tratando temas que nos enfrentan o que nos unen, unas veces uno y otras, otro.
Este medio tiene una virtud y un defecto, permite que un personaje público y un ser anónimo como yo, cuya principal tarea es encontrar trabajo y cuyo principal, y mas barato, entretenimiento es permanecer informado, puedan intercambiar ideas, pero al mismo tiempo limita el intercambio a las ideas, no hemos podido bromear antes de decirnos estas cosas serias, no conocemos a la persona, no ha habido palmaditas preconciliadoras con lo que ayudan las mas de las veces, solo sus ideas con respecto al tema tratado y las mías. Por lo tanto Sr Pellín si Ud revisara su “modus operandi” con respecto a sus artículos y comentarios y dejara de lado lo que, para muchos millones de españoles, es un insulto y afrontara los temas que afronta con respeto a las diferencias, probablemente mis comentarios serían menos ácidos, ya que alimentan su acidez de los suyos.
Pero yendo al tema:
¿Porque se adjudican ustedes, la iglesia, la potestad de poder intervenir en una decisión mía, sobre mi vida y sobre mi muerte, mía, la de una persona que libremente ha optado por no ser de su religión?