Art. de opinión de Luis Beresaluze Galbis

MIS PAPAS

Una histórica relación de papados ha acompañado mi vida. De unos, infancia y juventud, poco influida, de manera consciente. De otros, sí y muy participada. Sobre todo, de los últimos. Más hecho yo y más interesantes ellos.

El Papa es un sucesor de Pedro. Y Pedro fue el sucesor de Jesús. La piedra sobre la que edificó su Iglesia. Esa piedra que en Novelda, tierra de pedreros, tapamos cuando viene le Santa. Nunca me lo explicaré y mira que la quiero…El Papa es el Rey del Reino de Dios. Un Jefe de Estado. Con su ejército y todo, la guardia suiza, vestida de manera tan cursi. Los soldados del representante de Dios en la tierra, deberían vestir de ángel. Uniforme difícil, sobre todo por la parte alada.

Pero volvamos a los Papas que han jalonado mi vida. A ese fondo personal y humano situado en el escenario que nos relaciona con la vida espiritual. El primero que recuerdo es Pío XII, nacido Eugenio Pacelli.

Papa alto, flaco, serio, solemne y casi marcial. (Obsérvese bien que hablo y seguiré hablando de recuerdos, de sensaciones personales. Que hagan historia y erudición otros). Lo viví de muy niño. Conservo nociones de su rigidez impresionante, casi militar. En los pasillos del Vaticano lo llaman el “tedesco”, deformación italiana de tudesco, alemán. Debió ser muy duro su papado, incrustado de lleno en la guerra más importante que ha conocido Europa. Con cristianos en los dos bandos. Tuvo que ser muy difícilmente diplomático y quedar mal, muchas veces, con alguna de las partes. La cristiandad en guerra. Muy delicado.

Viene luego Juan XXIII, el abuelo campechano, Ángelo Giuseppe Roncalli, de nación, en Soto dil Monte. El Papa más cura de pueblo que hemos tenido, venido de una provincia montañosa, hijo de campesinos. Padrazo, humano, próximo, paisano, prójimo hasta la mayor proximidad.

Siendo obispo de Venecia, oficiaba de Ministro de Exteriores de la Curia y no faltaron ocasiones en que sentado en comidas oficiales junto a damas de escote bien guarnecido, hiciera discretos comentarios ponderativos de tales dones divinos.

Como quien no quiere la cosa, como luego de un antojo improvisador, puso a la Iglesia del revés con su Concilio Vaticano II, dando frente al pueblo cristiano que es la verdadera iglesia. Cara a cara, Iglesia y pueblo, es decir, Iglesia e iglesia. Y hablando en cristiano, en el cristiano de cada lugar, que el latín (en el que no era, precisamente, una lumbrera), quedaba para especialistas y teólogos.

Papa simpático como él solo, de tremendas consecuencias ecuménicas. Como un padre que entra en casa y dice “vamos a cambiar todos los muebles”. ¡Y la que organizó! Aún tiemblan muchas santas columnas.

Viene luego Pablo VI, nacido Giovanni Battista Enrico María Montini. Nada menos. Un Papa que viví muy próximamente en lo político, por que sus relaciones con España fueron polémicas. No sentía ninguna simpatía por el general Franco, ni nuestro beato caudillo, consecuentemente, por él. Fastidiaba al Papa que aquel generalito entrase en los templos católicos bajo palio, con honores de Santísimo sacramento. Pero el gallego argumentaba que era un derecho conferido por la Santa Sede a los Jefes de Estado de España. Para Franco, Montini era un peligroso comunista.

Minucias estas, junto a la tarea descomunal que le dejó Roncalli, de redactar los reglamentos de todas sus grandes innovaciones. Juan XXIII tuvo la revelación pero a Pablo VI le toco desarrollarla.

Llegamos a Juan Pablo I. Albino Luciano, en el mundo. Tan Albino que pontificó, prácticamente, en blanco. Apenas un mes de sucesor de Pedro. Y luego del cónclave más breve habido en todo el siglo XX. Como si Dios tuviera prisa y precipitara los trámites…Por cierto que llegó a esbozar una idea muy bella sobre Dios Madre, que el Dios Padre no le dio tiempo a desarrollar. Y que yo pienso que habría sido muy interesante. Fue una sonrisa continua a la que no se pudo acostumbrar el Vaticano. Y murió con ella puesta. Recalemos, por fin, en el segundo de su nombre, en Juan Pablo II, aquel Carlos Woytila, el del carácter excepcional.

Juan Pablo II fue el Papa del glamour. De la gracia icónica y la personalidad mediática. Un Papa para la relación con el hombre, espectacular, bien parecido, fuerte y encantador. Actor, minero, deportista, a quien un sastre amigo, de su pueblo, siendo aún seminarista, le recomienda la lectura de los místicos españoles, auténtica revelación para su espíritu. Los utiliza para su tesis doctoral y, ya Papa, proclama a San Juan de la Cruz, mi yepesito del alma, “Poeta de los poetas”. El Papa que derriba el muro de Berlín. Le ayudaron mucho aquel paisano suyo, Walessa el valentísimo sindicalista y desde Rusia, Gorbachov, aquel señor cuyo rojerío se le escapaba por una mancha de la frente. Dos hombres providenciales.

Y ya estamos con Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, alemán.
El hombrecito de blanco. Blanco absoluto y completo, si lo apeamos de sus graciosos zapatitos rojos. Como si fuera una paloma, la del Espíritu Santo mismo, también con las patitas coloradas. Blanco su traje de trabajo, blanco el solideo, como una pequeña cupulita de tela, casi blanco el rostro, solo oscurecido por las profundas ojeras, y blanco, blanquísimo, sobre todo, el pelo, blanco puro del más hermoso blanco, abundante y lacio. Se diría que teñido por el Espíritu Santo. Cano es otra cosa. Hablo de un cabello absoluta y hermosamente blanco. Como un complemento más de su alba presencia. El hombre blanco, de blanco.

Este alemancillo del sur, bávaro, alegre y sencillo, como un andaluz de la Germania, es lo menos teutón que se despacha en tudesco, hombre comunicativo, dado, humilde y próximo. A mi me tiene ganado el pulso desde que le oí decir que Dios tiene un corazón de carne. Son muchas y muy bellas, infinidad de las frases que luego le he oído expresar. Como llamar a los rabinos judíos “nuestros hermanos mayores en la fe”.

Empezó por el nombre, Benedicto XVI. Lo mas europeo y cristiano, o mejor, europeo cristiano, en toda la panoplia posible de la denominación pontificia. Biendicho, como es de natural, bendecido por la gracia, cultísimo, estudioso, teólogo del más alto nivel intelectual, todos sus escritos rezuman una riqueza conceptual fuera de lo común. Y de la manera más sencilla. Verle, recientemente, en Westminster, rodeado de estirados clérigos y políticos ingleses, tan recogidito y modoso, impresionaba. Era la propia dignidad devenida poca cosa. Cómo se comía a la reina de los horrorosos sombreros y a su reseco marido, el de las cejas frondosas y dejadas a la libertad de la edad. Su sonrisa beatífica anulaba al par de muñecos, líderes de la Iglesia Anglicana, separada de la de Roma medio milenio atrás, por designio rijoso de aquel camastrón de Enrique VIII tan hábil con el hacha.

Feos e inexpresivos los dos. Él, Felipe consorte, el amojamado y ella, sin mas majestad que la que lleve en la sangre. Era como la luz entre dos oscuridades.
Resumiendo:
Pacelli.- Un Papa en guerra, rígido, alto, serio
y, probablemente, lleno de arduos problemas entre cristianos matándose a niveles desconocidos hasta entonces.

Roncalli.- Humanidad próxima y campechana. Grandísimo revolucionador de una Iglesia que la gente no entendía. No sabía mucho latín pero tenía grandes latines. Se los inspiraron desde Lo Alto.

Montini.- Aguilucho teológico, capaz de hacerse cargo del giro copernicano operado por el abuelo gordo del pueblo. Papa politizado.

Luciani.- Lo efímero en estado puro. Pasó de la sucesión oficial de Pedro al propio Pedro, en veintitantos días. De la puerta del Vaticano a las puertas del Cielo. Como si Dios estuviera desesperado.

Woytila.- Espectacularidad, vigor empatía, belleza, fuerza. Comunicación espiritual en directo. Aferrado a su cruz hasta el último aliento: “Dios tampoco se apeó de la suya”, decía el titán.

Ratzinger.- Inteligencia, discreción, prudencia, trabajo incansable, humildad brillantísima y un don especial para la palabra genial. Bajo el pelo blanco, un hondón de talentos.

El Papa más blanco habido jamás. Como un montoncito de espuma teológica…

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3 COMENTARIOS

  1. Como compendio de la reciente historia Papal está exquisitamente expuesto. Claro está, desde una perspectiva muy pía, como corresponde a un creyente.
    No obstante, el tema invitaría a una contra posición del significado Papal, su historia, sus luces y también sus muchísimas sombras.
    Pero, como no es mi pretensión deslucir el carácter narrativo y mucho menos crear susceptibilidades a los creyentes fervientes. Tan solo un apunte: de los Papas apuntados por el autor, hay dos en concreto que, tal vez los invitaron a pasar a mejor vida la propia Curia Romana. Y del primero, cabe destacar su tremenda hipocresía demostrada durante la II Guerra Mundial.

  2. He disfrutado mucho con la lectura de este artículo de D. Luis Beresaluce. Me permito añadir dos apuntes que no son más que una pequeña ampliación de cuanto el Autor ha escrito. El primero es referido a Juan XIII; tengo para mi que cuando convocó el Concilio Vaticano II no sabía en qué «jardín» se metía; menos mal que el Espíritu Santo sí lo sabía. El segundo afecta al Pontífice reinante Benedicto XVI; a mi modo de ver, es el mejor teólogo del mundo. Antes de acceder al trono de Pedro, llevaba escrito más de cien libros de Teología. Si alguien quiere conocer mejor su agudeza filosófico-teológica, recomiendo leer el «debate» con Habermas en el que, a mi juicio, Ratzinger da un buen «repaso» al filósofo.

  3. Descomunal, Luis. Una literatura prodigiosa para un compendio, un esfuerzo de reunión y síntesis, magnífico. Mi enhorabuena. Me alegro de volver a leerte.

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