EL RESULTADO ES LO QUE VALE
Ya estamos en semifinales. Toda la vida tratando de doblegar el complejo de cuartos, y ya está hecho. Con sufrimiento. Más del esperado. Pero hecho. Los peces gordos están fuera de la lidia. Francia, Inglaterra, Italia, Argentina o Brasil, ven el desarrollo del Mundial por pantallas Leds, dejándonos -a todos- extrañados, y esperanzados, por su pronta eliminación. Alemania es la “última grande” que aún sigue en liza. Y ya le dimos candela hace dos años, al tiempo que enviábamos a todo el orbe balompédico la señal de que una nueva filosofía de fútbol, de suerte casi artística, había sido fraguada en un país por el que nadie apostaba. Veremos si hay repetición de la jugada. En todo caso, era impensable hace un mes aprestarse uno a ver las semifinales del Mundial sudafricano sin que ninguna de estas selecciones ocuparan asiento en las apuestas que tan de moda están en la Red. Pareciera que el fútbol hubiera mudado su curso, su historia… su eterno desenlace en favor de los de siempre. Es lo que tiene la mezcolanza de esta globalización, a veces, cabrona, otras, bendita: los genes futbolísticos, capacidades innatas que siempre hemos atribuido a determinados lugares y a ciertos jugadores que en ellos nacen, diría que han viajado en las maletas de sus estrellas a otros destinos, haciendo germinar nuevas e imprevista formas balompédicas. No de otro modo se entiende que España venga exhibiendo, desde hace un par de años, trazas sólo algunos peldaños por debajo del último Brasil que tanto nos enamoró: el del Naranjito; que Paraguay haya llegado por primera vez a cuartos, que Italia se haya salido en la primera curva o que a Argentina se la recuerde, más que por las genialidades de otras épocas, por los exabruptos del zascandil del “pelusa”.
A España se la mira de reojo; a veces con indisimulado respeto, otras, con falsa envidia, pues, de largo, practica el fútbol más moderno del momento. Y cuando digo moderno, digo bonito, elegante, instintivo… de un toque-toque desquiciante que hoy es patrimonio de unos bajitos vestidos de rojo que terminan por marear –y desencajar- al más sobrio de la fiesta. Nunca hemos tenido una Selección tan equipada como esta. Es una generación de las que surgen cada cien años. Si ocurre. Casillas, Piqué, Pujol, Xavi, Iniesta, Torres o Villa, no se dan de continuo, no es normal que coincidan en el tiempo, ni por supuesto en un mismo equipo.
Puede que mis palabras parezcan exageradas, pero seguro que es porque jamás hemos ganado un Mundial. Ni rozarlo. Pues hacerte con ese trofeo es lo que te convierte, de gran jugador, de gran equipo, en leyenda intocable. Como le ocurrió a Maradona, con su genialidad ante los ingleses en el mundial de México. Ese era su momento, y lo aprovechó. Messi repitió ese gol veinte años después, pero fue ante el Getafe, en la Copa del Rey. Que no es lo mismo. O incluso el mismísimo Zidane diría no sería tan mito –siéndolo de sobra-, si en lugar de haber dibujado en el aire la más bella acción estética que se recuerda en una final europea, lo hubiera hecho ante el Zaragoza en la cuarta jornada de Liga.
El juego de España, pues, de toque clarividente, casi de puro colegio, puede quedar en eso, en bonito simplemente, si Alemania nos casca el miércoles. Para trascender, para escribir en oro determinadas páginas, no hay otro camino que la victoria. Pero no vale cualquier victoria. Sino una con solera. Con el suficiente empaque como para dejar temblando a tres cuartos de planeta. Y en el momento justo. Sin eso, no hay toque-toque que quede impreso en papel. ¿Apuestan?
Me parece que las ilusiones que tenemos puestas todos las describes perfectamente. Y me apuesto lo que sea a que ganamos!!