RESPONSABILIDAD SOLIDARIA
Él sabe que la tijera empleada puede volverse en su contra. Despeñarle por el precipicio. Que en estos tiempos de hambruna, mal favor se hace quien quita. Pero le ha dado a la tecla del recorte. Sin vacilar. Como hace cualquier internauta para cancelar una conversación que ya no le interesa. Obligado por Europa, por las circunstancias, por sus errores o por la misma inercia de lo evidente. Puede que hasta con retraso. Tanto da. Son las expectativas creadas –entregadas- las que se defraudan. Y no hay razones que suavicen el golpe. Ninguna explicación, por plausible y verdadera que sea, atempera un zarpazo en la cartera. Así es.
En España, desde que nos acuna el Estado de Bienestar, se han dado por buenos los oropeles y las apariencias. Poco ha importado lo fastuoso de una boda Real ni los setenta mil euros de un coche oficial en el que se han paseado peces gordos con corbatas caras. No hubo quien se lanzara a la calle para manifestarse contra esas prácticas. O yo no recuerdo reivindicación de postín a ese respecto. El pan llegaba a casa a toneladas, se disfrutaba en cenas opíparas y, si sobraba, parecía dura su molla para comerla al día siguiente. A la basura los restos. Mañana otra barra. Lo mismo pasaba con el hormigón, que no ha brotado de la tierra por pura magia, sino porque hubo muchos que lo pidieron, y a los que se lo concedieron, sin reparar en que cuarenta años de hipoteca a ochocientos euros al mes no se paga en un mes a destajo. Dinero para el piso, para el coche, para la boda y hasta para el carrito del bebé. Todo cabía en las fauces de una hipoteca cuyos colmillos aún estaban por salirle. Y de qué manera le han salido. Pero es lo que tiene la tentación de lo fácil, la hermosa dama que te invita a pecar en el anonimato de un bar o la conquista de un placer que sólo por una vez se nos brinda: se anestesia, se relaja o incluso desaparece la capacidad de crítica. La prevención en tales escenarios es propia de una Hormiga que nadie quisimos ser, pues preferimos a la Cigarra y su “aquí te pillo, aquí te mato”. Y mañana que me quiten lo “bailao”. Ahora llueven chuzos, y de qué manera. ¿Por qué nunca antes salimos a la calle a denunciar la indecencia de los sueldos en las altas esferas públicas? ¿Las pagas vitalicias con que graciosamente vivían –y viven- tras ser removidos de sus escaños? ¿La duplicidad de las Administraciones Públicas, los cargos de confianza, las personas nombradas a dedo… o las larguísimas arterias de la Administración en las que tantos dispendios opacos cohabitan desde antiguo? Por ejemplo. Ahora que escasea el pan, aguzamos el sentido de la buena gestión. Lógico. En el fondo nos joroba algo que todos hemos fabricado. Y sostenido. Votación tras votación. Elección tras elección. Somos un poco copartícipes de la afrenta que de pronto nos suponen los emolumentos de quienes ocupan un sillón en el Congreso o del banquero que nos ató de por vida con la mejor de sus sonrisas cinco años atrás. Con nuestro voto en las urnas. Con nuestras abstenciones. Pues la democracia en la que vivimos y cuyas bendiciones enarbolamos muy por encima de otros regímenes, exige un ejercicio de asunción de responsabilidades en los resultados obtenidos. No hay democracia sin voto, como no hay democracia sin una ulterior responsabilidad solidaria de quienes la gozan.
El sector privado viene padeciendo el descalabro con unos ERE’s que, día sí día no, tocan el futuro de un grupo entero de familias. Y la gran empresa estatal, Ayuntamientos, Comunidades… está viendo también las barbas de su vecino cortar. Muy a su pesar. Pues hasta a ellos les empieza a zumbar la perfidia de la crisis. El 5% en que es posible que mengüen las nóminas de los empleados públicos, no les tirará a la calle. Seguirán durmiendo en la tranquilidad de que mañana, todos los mañanas, una silla y un ordenador en alguna oficina les esperará a su llegada. Algo bastante menos malo que el desempleo imparable de los primeros. Ni el 15% a los altos funcionarios, les privará de seguir haciendo suntuosos regalos a la parentela ni de matricular a sus hijos en colegios de elite. Si acaso sean los pensionistas, en todas sus variantes, quienes más incomprensible trato reciban con la congelación de unas pagas, ya de por sí flacas. Lo gracioso del asunto es que ni los empleados públicos, ni los afectados por un ERE, ni por supuesto los pensionistas, han tenido un gramo de culpa en lo que está pasando. Pero por todos parece que pasará este tsunami.
Seguro que una reforma laboral está a la vuelta de la esquina. Y alguna que otra huelga, cuyos efectos deberían considerarse antes a tenor de la que está cayendo. Las consecuencias en un escenario como el nuestro podrían ser imprevisibles. O irreversibles. Se precisa, pues, calma. Y prudencia. Puede que algún ángulo del “tijeretazo” anunciado se suavice o incluso se descarte finalmente. Pero España cruje, cada día más, sin duda. Es insostenible un sistema tan social como el nuestro con casi 5 millones de almas haciendo cola ante el INEM. Papá-Estado languidece, sin tibiezas. Y así parece que debiera ser su curación, sin tibiezas. Porque en la UVI, ni este carácter malhumorado del Gobierno será suficiente.