Terrorismo intelectual
El peor terrorismo es el de la razón. Se razona con palabras. Y cuando las manejamos terroríficamente, haciéndolas explosionar conceptualmente, la verdad salta en pedazos, deshecha por la impropiedad. En torno al llamado terrosismo islámico, se está produciendo una suerte de despropósitos expresivos que hace tanto daño como los elementos explosivos detonados.
Ya era grave que respecto del terrorismo nuestro, del de la ETA, se hablase de “comandos”, de “liberados”, de “lucha armada”, hasta de “legales” y de “tregua”, conceptos todos dignos e inaplicables a las circunstancias de unos viles asesinos cuya mayor y más directamente proporcional atribución es la cobardía. El tiro en la nuca o la explosión a distancia, a salvo, con garantías. “Escondiendo la mano”. Pero lo es, casi, más, calificar de suicida al que muere matando. O, mejor, muere para matar, para suicidar a otros. Usándose él mismo como parte explosiva y explosionada en primer lugar. Y aun más, calificar de inmolación a su acto absolutamente perverso. Como si cupiesen inmolaciones en equipo y simultáneas.
El suicida se priva de su vida. No de la de los demás. Lleva a cabo el acto más autónomo e independiente posible. Quien muere en el intento de matar a muchos, no es un suicida sino un criminal irracional, indiscriminatorio y múltiple. El hecho de que su muerte quede incluida en su gran matanza, no pasa de ser un accidente técnico, asumido, instrumental.
El autentico suicidio, lo primero que exige es exclusividad, individualismo, renuncia personal, personalísima, a la propia vida. Si el mal llamado terrorista suicida lo fuera realmente, sería, mejor que un suicida, un suicidador Ni sus víctimas son suicidas ni él mismo lo es. Es un asesino múltiple, a costa de su propia vida. Su vida es un medio. Es dinamita biológica. Y su muerte, rodeada de la gran renta de las otras, inocentes, el logro exitoso de un fín.
El suicida está cansado de todo. No le interesa llevarse a nadie consigo. Quiere, solo, acabar con su yo propio. El de los terceros, le tiene sin cuidado. El suicidio es el acto más particular, personal y exclusivo concebible en un ser humano. Extenderlo al prójimo pierde su principal característica. Ya no se mata él. Mata, con él, a los demás. Eso es una comunicación absolutamente impropia del que no quiere vivir. Y una comunidad en el morir. El asesino islámico, mata, con él, a los demás. Desea tanto matar a los otros que hasta lo hace con desprecio de su vida. Es absolutamente irracional. ETA mata inteligentemente, con cobardía pero desde la seguridad. Con garantías profesionales. El etarra no quiere morir en el intento. Por eso se puede luchar contra ETA. Son hombres como nosotros. Más canallas, pero hombres. Razonar una lucha contra lo irracional es muy difícil. Nos enfrentamos al absurdo existencial. A la quiebra del instinto de conservación. Contra esa delincuencia no hay policía eficaz. Al menos, desde criterios democráticos y de respeto al Estado de Derecho. Me temo que esta que llaman la tercera guerra mundial, la tenemos bien perdida…
En cuanto a su inmolación, resulta imposible llegar a mayor grado de aberración conceptual. Inmolarse es morir por los demás. Lo absolutamente contrario a la figura que estamos contemplando. Morir para que los demás no mueran. Es la expresión más alta del amor al prójimo. El inmolado, muere, no de modo deseado pero si esperable y posible, como consecuencia de su heroísmo, en un acto sublime de generosidad social. Muere salvando a otros, evitándoles un mal. Decir que un asesino múltiple, incluida su muerte propia, se inmola, es una atrocidad intelectual que linda con el crimen expresivo. Nadie más honorable y digno que quien se inmola por sus hermanos y nadie más repugnante que quien, con desprecio de la vida propia, “inmola” a los demás.
El llamado suicida islámico, mal llamado, es, además, un chapucero. Hay modos técnicos de matar a mucha gente sin necesidad de morir en el intento. No sabe que existen detonantes a distancia, botones que apretar. Prefiere ocasionar la gran masacre desde el asco de sus tripas repartidas por el entorno. Además de un fanático torpe, porque su religión lo primero que prohíbe es el suicidio, es un guarro, profesionalmente hablando. No tiene en su cabeza más que trapos por afuera.
¿Y que decir del adjetivo islamista? Estos crímenes son, lamentablemente, islámicos. El islamista es el que estudia y trata de lo islámico. Como nuestro don Emilio García Gómez. El partidario del Islam, como cultura histórica. ¿Qué son los hispanistas sino interesados estudiosos de lo nuestro? No sería correcto llamarlos hispánicos. Hoy por hoy, lo islámico, brutal y fanático, mata. Lo islamista, culto, investigador y respetuoso, lo lamenta. No matemos, también, a las palabras….
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