Art. de opinión de Luis Beresaluze Galbis

«La Tierra»

El PSOE pide ahora que se recompense de una manera especial a los moriscos expulsados de España en el siglo XVII. Lo propugna un profesor de Granada, avergonzado de las consecuencias de tanto racismo y fanatismo.

De paso, se me ocurre, podía estudiar un proyecto para premiar a sus antepasados, los que ganaron para ellos, a hierro y fuego, invadiéndonos y matándonos, esa permanencia de la que les privó la expulsión por la que ahora pretenden recompensarlos.

Cualquier día desagraviamos a Sarkozy por los gabachos muertos a manos de los madrileños del dos de Mayo. Con facas cachicuernas. ¡Qué brutos! Y condenamos por tozuda xenofoba a Agustina de Aragón, aquella marimacho independentista.

Y a todo esto, ¿por qué nadie se acuerda de los judíos que igualmente expulsamos dos siglos antes?

Cuanto más sentido tendría, volviendo a los moriscos, que exigiésemos a los de ahora que nos recompensaran por tanto daño, extorsión y coste en vidas y haciendas que nos ocasionaron sus antepasados invasores, nada menos que durante ocho siglos.

Dicen que los moriscos expulsados fueron 300.000, en el siglo XVII. Los judios, a fines del XV, según los estudiosos, entre 50.000 y 200.000. Con una diferencia singular. Los judíos vinieron, pacíficamente, a estar y trabajar entre nosotros. Los antepasados de los moriscos, a conquistarnos por las armas y tenernos sojuzgados durante casi un milenio. Hay más: Los descendientes de aquellos moriscos, los musulmanes actuales, aún piensan en volver a nuestra casa, la suya según ellos, a su Al Andalus. Figura entre los planes del super asesino Bin Laden. Para él y los suyos somos un su Paraíso perdido y recuperable según las imperiosas órdenes de Alá. ¿No nos afecta la expulsión de los judíos, anterior en el tiempo, además? ¿Somos como Hitler, para quien solo representaban un segmento de la sociedad que había que suprimir, expulsar de la vida? ¿O es que el interés de nuestra progresía no alcanza más allá de la chilaba y el turbante? En Novelda también vivieron industriosos judíos, hermanos nuestros.¿Qué delegación municipal ha ido a visitarlos, en Turquía, por ejemplo, donde yo he hablado con docenas de sefardíes, gente pacífica, sin pólvora ni alfanjes…? A la que su Dios no exige que vayan por el mundo matando infieles, aun muriendo en ello, como esos niños envueltos en explosivos que envían los que no tienen en la cabeza mas que trapos por la parte de fuera, esos amigos de Moratinos, a inmolarse en medio de un mercado, produciendo el máximo de muerte?

La noticia me trae a las mientes un montón de reflexiones, independientes de esta bobada más de la memoria histórica y la alianza de civilizaciones. Progre el morisco y facha el sefardí. ¡Pues qué bien!

Pensemos en lo que ocurre en la llamada Tierra Santa. La crisis de Oriente próximo es un problema de tierra. De tierra desde el Cielo. Ya empieza en el Génesis. Y no acabará jamás. Es Dios prometiendo, dando, quitando, exiliando, volviendo a ofrecerla y el hombre siempre buscándola y perdiéndola. El judío no tiene patria. La patria del judío es El Libro. Una geografía de papel. El Libro es, casi territorial. Es un lugar. Un sitio. Un topos. Por eso el Israel actual es un experimento, derivado de una lectura piadosa. El judío pertenece a un pueblo, no a un país ni a una nación. Casi a un pueblo de pueblos. Una etnia teológica. Dios lo expulsó de “la tierra”, como hicieron el resto de las naciones, de los jerusalenes provisionales que montaron en cada una, siempre temporales, provisionales y como de paso, en cada lugar al que llegaron en su milenaria diáspora, que aún no ha terminado.

El judío pertenece a una agrupación de personas condenadas a no tener tierra. Su primera tierra bíblica fue el Paraíso y Dios los exilió por desobedientes. Cuando aún solo eran dos y sus hijos. Y si parece que la tiene, como ahora, es sobre la guerra y la sangre permanentes. Israel no es una tierra. Es un conflicto.

Volviendo al Génesis, Dios nos hace del polvo de la tierra. La tierra inicial, del Génesis, es universal, no aquella concreta en continuada crisis. Dios da una tierra a Adán en que solo hay que estirar la mano para coger los dones. Peca y se la quita. Dios lo expulsa de la tierra. Lo obliga a trabajarla. Y a volver a la tierra, con la muerte. Y el ciclo se repite eternamente.

Con el Diluvio, Dios quiere borrar al hombre de la tierra. Primero instala. Luego, se desilusiona y arroja y expulsa. Siempre, hacia Oriente, hacia Asia, alejándole del Mediterráneo. Caín es enviado al pais de Nod, al este del Edén. A los de Babel, los dispersa “sobre la faz de la tierra”. Con Abraham, el hombre de Dios para volver a la tierra, se invierte el sistema: Abraham es caldeo. De Mesopotamia. Y el Señor le ordena ir hacia el Sur y Oeste, invirtiendo el camino de las expulsiones. “Vete de tu tierra”. Siempre Dios expulsando al hombre, cambiándolo de tierra, como si lo deseara extranjero, itinerante, congruente con la vida como tránsito. Todos estamos aquí, de paso. Los judíos, más que nadie. Tan de paso que casi no están.

La verdadera tierra es el Cielo. Dios dice a Abraham que se vaya de su tierra y los suyos a buscar la prometida. “Ya te la revelaré.» El caso es, ponerse en camino, dejar la propia, buscar la de la divina promesa…Y la tierra acaba siendo Canaán, poblada por los cananeos a quienes Dios quiere desalojar para dar su tierra a los judíos. Esos judíos, procedentes de Ur y capitaneados por un caldeo. Una tierra entre los desiertos de Siria y el Sinaí, entre el Mar y Egipto.

Desde el propio Génesis un conflicto continuo de tierras y fronteras. De otorgamientos y expulsiones. De búsquedas y promesas. De itinerancia permanente. De perpetua persecución. Dios, desde Ur, quiere a los judíos en Canaán. Canaán está ocupada. Se valdrá de los horrores de Sodomna y Gomorra para extender sobre ellas la “lluvia de azufre y fuego”…Como una desinfección previa para que venga Abraham el caldeo a establecer el reino sobre la que fué tierra de los cananeos. El Dios de la Biblia no se anda con matices. La tierra para el caldeo y mesopotámico Abraham y su descendencia será aquella concreta, entre los faraones, el Mediterraneo y los desiertos sirio y sinaitico. Israel es un propósito más que un Estado. Más religión que política. Más fe que vida pública y administrativa. Es la necesidad de una tierra. Aunque sea arrebatándosela a los palestinos, nuevos cananeos de la historia a la altura de hoy.

Ahora Israel quiere ser Dios y arrojar a los palestinos no lluvias de azufre y fuego sino de misiles y tanques… Y Arafat, el corrupto y terrorista, uno de los hombres más ricos del mundo, rodeado de fanática impiedad, jugó a Sodoma de vía estrecha, bajo sus barrocos turbantes como de tela metálica tejida sobre blanco…

Ser judío no es como ser español o colombiano. Se puede ser judío y español o colombiano. Son entidades no homologables pero superponibles. El judío no es de ningún sitio y es de todas partes. Pero lo es a su modo, flotante, inestable, como quien asumiera una naturaleza que no es exactamente la suya propia. Es el primer hombre que hubo, según los Libros. Aquel que se relacionaba directamente con Dios. Por eso, las patrias de los demás hijos de Dios, de todos nosotros, europeos, americanos, chinos, africanos de piel negra, no son la suya aunque pueda adoptarla, por un tiempo, hasta ser expulsado. Su patria es aquella que perdió Adán. Por algo es el pueblo más obsesivamente deista y religioso. Le falta algo. Tiene como una deuda. Está incómodo internacionalmente. Le aprieta Dios. Y sin más auténtico destino que el Cielo, el que todos esperamos para luego pero él pretendería fundar aquí y ahora, parece difícil que encuentre tierra que no sea la que cubra sus huesos, cuando descanse de su búsqueda perpetua. Y esa puede ser de cualquier parte, como para ti y para mí.

No es fácil ser judío. Dios se lo puso difícil a estas pobres gentes. Yo no se si serán o no pueblo elegido. No me parece propio de Dios discriminar entre hombres. Sus hijos, todos. Pero pueblo con un extrañísimo destino a cuestas, vaya si lo son…Lo constituyen unas gentes que para ser considerados la mitad, deben rendir el doble. En cualquier medio, a lo largo de la historia, han tenido que ser los más trabajadores, estudiosos y sabios. Era su defensa. El modo de tener poder y ser necesarios e indispensables.

Y así están las ciencias todas, la literatura, la filosofía, la música, llenas de nombres judíos. Como la lista de los Nobel. El propio cine, séptimo arte, es en sus comienzos industriales, absolutamente judío. Excusado hablar de su influencia en el mundo financiero…Y en esta superioridad vuelven a encontrarse con la envidia, la codicia y el simple ansia de robarles lo que han acumulado con su esfuerzo. Difícil ser judío, repito. Muy difícil. Una judiada que les ha hecho Dios. El Dios a quien quieren más que nadie. Al que tienden casi a todas las horas del día. El Dios al que dieron muerte en una de sus tres Personas, la de su Hijo. Me dan pena y envidia los judíos. Y como español, les debo al más grande y querido de los nuestros, aquel avilés de familia toledana, el mejor de los poetas habidos jamás, mi amado San Juan de la Cruz. Que, como buen judío, moría porque no moría, de puro y desmesurado deseo de fundirse con Dios…

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