Como el castellano que el valenciano, me gusta más la palabra Alicante que la voz Alacant. Alicante tiene tres vocales distintas. Es más rica y variada en sonidos. A, i, e. Alacant, solo una vocal, repetida, tres veces A, a, a. Alicante se desliza suavemente sobre la e final. Es una palabra llana. De las que se silabean con armonía. La llaneza siempre es templada.
Y añade gravedad. Lo grave no solo es ligero sino solemne. Alacant se precipita, de modo brusco, desde la t terminal. Alicante tiene cuatro sílabas. Alacant, solo tres. Alacant es aguda. Presenta la violencia verbal de casi todas las palabras que acaban con incidencia directa tonal. Lo agudo, que no siempre comporta agudeza, es, léxicamente, agresivo y pugnaz. Acaba como con un golpe. Aplastado por el acento. Alicante es grave, llana, equilibrada, armónicamente distribuida. Al acentuar la penúltima sílaba, termina dulce y suave, con acentuación media. En el medio está siempre la virtud. El “cant” final de Alacant, parece un puñetazo en la mesa verbal, una estridente “cantalá” fonética, una pedrada vocal. Deja la expresión y lo expresado, como de canto, picudo, esquinado.
El castellano es recio, fresco y fonéticamente, exacto. Solo suena a lo que suena. Es la sinceridad hecha idioma. Ningún otro romance tan limpio, claro y preciso. El valenciano, me sabe seco y a esparto y trae tonalidades de vocálica confusión, hijas del parentesco lemosín, con ecos d,Oc. Solo en una cosa aprecio más a la lengua vernácula. Superiormente más. Infinitamente más. En su gracia para el diminutivo. En castellano, el diminutivo afemina. No podemos decir Hondoncito o Algarrobitos, o Sierrecita, o Rojito, refiriéndonos a un hombre pelirrojo, (estoy manejando sustantivos noveldenses) sin complejo cursi. En cambio, Fondonet o Garroferets o a poqueta nit, o Rochet, quedan perfectamente legítimos. O Campet, equivalente al relamido campito, para una zona agrícola de las mayores del término. O un poco antes de llegar, viniendo de la capital, cuando el camino anuncia nuestro pequeño paraíso en el fondo del valle, se acepta, perfectamente, el Portichol, que molestaría al oído y la sensibilidad como Puertecito. Llamar, por ejemplo, al alcalde, Marianet, no rechina en ninguna sensibilidad, como lo haría referirnos a él como Marianito. Hasta parecería una falta de respeto institucional.
No solo admisibles los diminutivos valencianos; bellos. Y donde no admitiríamos, o madrecita de Dios o madrediosita, viene el valenciano con su y nuestra “Maredeueta” definitivo, y consagra el diminutivo más hermoso de todas las lenguas romances. La más bonita manera de referirse, muy familiarmente, a la madre de Dios. Maredeueta es una maravilla teológica en miniatura. Un don exquisito de Dios, hecho lengua, palabra, voz. Un piropo a la Virgen que la engrandece en lugar de achicarla. Que la hace propia y próxima hasta la intimidad más entrañable.
También alcanza mayores dosis de tolerancia y asimilación, en valenciano, el taco. Oyes “fotre” o “collons” y resulta mucho menos molesto y grosero que sus correspondientes versiones castellanas. Es más; aquellos casi se aceptan y estas resultan ordinarias y soeces. Son cosas que van, que deben ir, con el carisma de las lenguas. Yo no encuentro la razón, sin perjuicio de que muy lejos de mí la menor pretensión filológica. Yo estudié Derecho.
El castellano, idioma grande y macho, no se adecúa bien a lo pequeño. Es más de risco que de jardín. Mejor de río que de afluente o manantial. Solemne y aparatoso. Sin perjuicio de bellísimo, sonoro, preciso y exacto. Todo, en castellano, suena como es. Nada cambia por lugar o asociación. Precisión vocal y consonante absolutas. Yo diría que entre todo lo resultante de aquella venida de gentes y decires indoeuropeos, desde el centro de Asia, la única lengua tan perfectamente limpia y no dependiente, léxicamente, de circunstancia ninguna. No soy filólogo, repito. A lo mejor caigo en algún yerro. Pero tengo sensibilidad y amor por y para las palabras. Son, ahora, mi material de trabajo. Y el valenciano, que me gusta menos, repito, y que me perdonen los del localismo forofo, los de las señas de identidad, los del patriotismo de campanario, los de las normalizaciones lingüisticas !!!, tiene esas delicadezas para lo empequeñecido de una dulzura y fineza fascinantes y en algún caso, como el de la Madre de Dios, sublime.
Alicante, para mí, muy superior a Alacant. Además de sonar mejor, más universal y de todos, más abierto y receptivo, con mejor tirón turístico y acogedor. En Alicante hay mas brisa, más frescura y más jazmín. Así como he proclamado las delicadezas y finuras del diminutivo valenciano, nadie me quita del oído una resonancia a rama seca o sierra árida, en la voz Alacant, probablemente más mora, pero mucho menos cristiana. Alicante es una palabra oasis. Tiene calor, frescura, agua y palmeras. Acoge vocalmente. Acaricia el logos. Es un acierto verbal. A,i,a,e . A,a,a, parece un balbuceo sorprendido y tartaja. Hablar es vocalizar. Y vocalizamos con las vocales. Hay hasta una cuestión de equilibrio distributivo. En Alicante, para cada vocal una consonante. Lo más rico de un idioma. Lo propio del español. Hay idiomas europeos en que dos vocales se mezclan con diez consonantes en una misma palabra. Algo impronunciable. Como un estornudo o un latigazo. ¿Hay derecho a escribir Shakespeare y leer Sespir? Cuatro o cinco sílabas escrito y dos pronunciado. Eso no es una lengua. Más bien una manera de burlarse del sentido común y sacarle la lengua a un idioma. Alicante cuatro vocales y cuatro consonantes. ¿Cabe mayor respeto al fondo y la forma? En Alacant, tres vocales repetidas y cuatro consonantes. Mucho menos orden.
Sea como sea, solo por el “Maredeueta”, mil honores al valenciano, segunda lengua oficial de mi región. O aunque fuera primera; me da lo mismo. El castellano, esa lengua hecha para hablar con Dios, que se ha dicho, es un tesoro inhomologable. El romance más razonable, eufónico, exacto y claro. Luz hecha palabra. Bendita gracia que nos donó el Cielo. Sobre todo, en esta ciudad de la luz, en este espacio de claridades que fue Akra-Leuke, Illice, Alone, Lucentum y Ali-cant, antes de sus dos formas actuales. Y que, ¿por qué no?, partiendo de su Lucentum romano tan hermoso, debió llamarse, probablemente, Lucencia, lo más concerniente a esa luz que debía darnos nombre, junto a ese azul, su hijo, que no nos caracteriza menos. Que leído del revés dice luz-a, como luz de Alicante. ¡Cuantas cosas interesantes puede uno encontrarse considerando las palabras! Lucencia como Valencia, Plasencia, Palencia, Venecia, Florencia, Plencia, Murcia…Lucencia, la ciudad de la luz… Yo creo que no estaría nada mal…
el valencià es la llengua mes dolça del món, i encara que es la segona oficial, en ma casa i en la de la majoria dels novelders autentics es la primera i la única. No entenc este article, jo parle en Deu en valencia i esta llengua es mes que les quatre parauletes que li agraden a vosté.