30 años de la Constitución

Artículo de opinión de Bernabé Aldeguer Cerdá, Colectivo EUPV-Novelda

El pasado mes diciembre fue celebrada en el Estado español una de las pocas festividades civiles a que deja lugar el calendario festivo de un sistema político que, aunque según la propia constitución, es aconfesional (artículo 16), se encuentra por ello, y con mayor intensidad todavía, secuestrado y ultrajado por una voraz Iglesia Católica que monopoliza el libre mercado de las religiones. Un libre mercado religioso sin duda alguna falaz y adulterado por las propias autoridades políticas que, como el PSOE, tienen reiteradas oportunidades para diseñar un sistema de financiación y de rituales oficiales laico y que las van dejando escapar graciosamente.

El término “consenso” encierra un concepto con una entidad cualitativamente elevada en el imaginario político de la España contemporánea surgida tras la muerte del dictador nacional-católico-fascista F. Franco. Como si de un sacro concepto se tratase, las principales fuerzas políticas traen a colación la necesidad del consenso como pieza fundamental del obrar político, sin la cual los fundamentos del sistema se resquebrajan y el espíritu de la Transición se diluye peligrosamente.

Pero tras treinta años de un modelo político cuyas carencias se dejan ver cada vez con mayor intensidad (sistema electoral antidemocrático; régimen anacrónico monárquico; excesivo peso de la Iglesia Católica en los procesos y actores políticos –véase el cariz católico del gobierno de la Generalitat-; vaciamiento de derechos sociales como el de la vivienda), cabe pensar si resulta acertado que el concepto de consenso opere de nuevo tal cual lo hizo durante la Transición.

Respuesta: no resulta acertado que el consenso sea, a día de hoy, el centro de la vida política española; al menos, no cómo lo fue en aquellos años, en los que el consenso fue la herramienta utilizada por las elites políticas de la derecha para fundamentar el perdón hacia las atrocidades cometidos por estos durante la dictadura y preservar gratuitamente las inmensas cuotas de poder de que gozaban privilegiada y antidemocráticamente. Ello supuso, pues, un sacrificio ideológico, estratégico y electoral claro realizado por la izquierda (sobre todo PCE –bandera y república-, al principio, y luego PSOE –abandono marxismo, república y política económica neoliberal-) a favor de los postulados del nuevo régimen democrático fruto de un trasvase de poder realizado de forma controlada por la derecha gobernante.

Tomado como tal, el concepto de consenso en España, y según la experiencia tras estas tres décadas significa, en esencia: 1. Sacrificio de las posturas políticas de los partidos, sobre todo los de la izquierda; y, 2. Limitación del poder de los gobiernos en manos de los cuales se encuentra la capacidad de gobernar en base a la voluntad popular, realizando concesiones a determinados sectores de opinión, para no poner en peligro tal consenso, generalmente erigido a chantaje fundado en miedos que hacen rehén suyo la voluntad democrática. Los gobiernos democráticamente elegidos no han de tener más limitaciones que las básicas en el ejercicio del poder, pues casualmente, la noción de consenso ha implicado refrenar la acción de los gobiernos en nombre de nociones de bien común dudosamente reconocibles como tales: la nación, una falsa paz frente a la memoria histórica o política antiterrorista y, lo que es peor, invocados por sectores tales como el ejército o líneas partidistas afines al régimen dictatorial.

Como señala J. J. Millás, durante la Transición no se pudieron realizar determinadas políticas, como las propias de la Memoria Histórica, “porque no se pudo, caramba, porque aquello fue un pacto con rehenes y a veces hay que negociar con los atracadores”. El consenso significa, a falta de una seria actualización del término, y todavía a día de hoy: miedo a la Guerra Civil, chantaje de las fuerzas armadas, limitación del poder democrático y de la libertad de expresión, erosión de las fuerzas políticas y de determinadas posturas ideológicas. Y esos miedos ya no existen a día de hoy. Ese consenso no debe ser querido, ni deseado, por nosotros, a día de hoy. Otra cosa es someterlo a un proceso de mutación conceptual.

Todo ello lleva a pensar, como señala Viçens Navarro que “la transición no fue modélica”, por cuanto “se había realizado en condiciones muy favorables a las derechas. (…). Así, [mientras que] “en Alemania y en Italia el nazismo y el fascismo fueron derrotados. En España, sin embargo, el franquismo no lo fue (…) (y) me parece un error –continúa el autor- hacer de esta situación una virtud y llamarla modélica”. El error no puede revisarse en estos días en base al nuevo contexto, pero sí puede diagnosticarse el error de querer solucionar los problemas actuales teniendo en cuenta las herramientas conceptuales y estratégicas que operaron durante el periodo de transición, por lo que estamos a hora de construir sobre lo hecho durante estos treinta años teniendo en cuenta el cambio generacional, la ausencia de chantajes y miedos y la obligación de mejorar la democracia como objeto y valor con entidad propia.

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