Artículo de opinión de Javier Abad Miralles, militante Partido Popular Novelda
El pasado sábado se celebró en Washington la cumbre del G-22 en la que se sentaron los principios para paliar la actual crisis financiera. Se acordaron una serie de medidas entre las que cabe destacar evitar el proteccionismo comercial y apostar firmemente por la globalización. Es decir, el libre comercio entre los productores y consumidores de los distintos países mediante la eliminación de barreras y el libre mercado.
Allí se dieron cita los jefes de Estado y de gobierno de las principales potencias económicas del mundo, que representan aproximadamente el 95% del PIB mundial. Cabe destacar por encima de todo la presencia de nuestro país, que finalmente fue invitada a ocupar la silla q le cedió el presidente francés Nicolas Sarkozy. José Luis Rodríguez Zapatero consiguió finalmente estar presente en la cumbre como favor personal del presidente francés, ¿a cambio de qué?, nos preguntamos algunos. No pongo en duda la verdadera importancia de la presencia de nuestro país en dicha cumbre, primeramente porque somos la octava potencia económica mundial y merecimos acudir, pero siempre cabe plantearse en qué condiciones. El espectáculo mediático, repugnante a mi juicio, llevado a cabo desde el gobierno, pidiendo a diestro y siniestro una silla para poder estar en dicha cumbre es vergonzoso. Claro que había que hacer gestiones diplomáticas con el resto de países invitados para intentar hacernos en ella un hueco, el problema radica en cuando de cara a la opinión pública todas esas gestiones dan a entender que nadie cuenta con nosotros de primeras y que parecemos “unos arrastrados” tras los países que sí cuentan, y mucho, en la esfera internacional.
Todo ello se podría haber evitado si durante la legislatura pasada el Gobierno se hubiera dignado a hacer una política exterior seria y sensata en vez de dedicarse a esa “alianza de civilizaciones”, que nadie sabe exactamente qué significa, y rodearse de líderes tan pintorescos en el panorama internacional como son Hugo Chávez y el indígena Evo Morales. Espero sinceramente, que la presencia de nuestro país en dicha cumbre haya servido al Presidente del Gobierno para dar un giro de 180 grados en su política exterior, cosa que sería un gran acierto.
A lo largo de estos últimos días se han aportado datos sobre lo acordado en la capital estadounidense que obligan al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero a poner los pies en la tierra y a hacer más realista su discurso sobre la crisis, estratégicamente anclado en el contexto internacional -que explica parte, pero no toda la crisis española- y en una defensa repetitiva de “políticas sociales” que, por el momento, brillan por la ausencia de resultados, salvo por las subvenciones de los efectos de un paro totalmente descontrolado. Y esa es quizás la principal característica de la crisis que azota nuestro país además de la falta de competitividad con respecto al resto de países europeos y el agotamiento de un modelo de crecimiento basado en el ladrillo. El Gobierno sigue sin admitir que en nuestro país sufrimos otra crisis, claramente agravada por el contexto internacional, y que necesita de medidas urgentes para la reactivación del consumo y para impulsar un cambio en un modelo productivo y generador de riqueza totalmente agotado.
Los acontecimientos venideros quizá sean esperanzadores en cuanto a medidas a adoptar pero al mismo tiempo se demostrará la extrema demagogia del Gobierno. Desde el Partido Popular desde un principio se ha propuesto que una de las medidas para inyectar liquidez en las empresas españolas y como medida para la reactivación del consumo, la reducción del Impuesto de Sociedades y una reducción del IRPF. Medidas que el Gobierno comienza a plantearse después de haberlas negado hasta la saciedad, todo propio de un Gobierno experto en decir primero un cosa y después la contraria como si nada ocurriera. El problema, que no sólo tiene el Gobierno sino del conjunto de ciudadanos, es que las arcas del Estado quizá no puedan hacer frente a dichas medidas, ya que como dijo el Sr. Solbes, su margen de maniobra es mínimo porque ya se han comido todo el superávit y las previsiones para el año próximo serán de un déficit cercano al 3%.
Lo cierto es que el tiempo pasa en una crisis que comenzó mucho antes de que el Gobierno socialista decidiera asumir que existía, una vez que no había riesgos electorales y que la realidad se imponía por sí sola ante los ojos de los ciudadanos. Es cierto que la unidad política y social es necesaria para superar la crisis, pero es compatible con el principio democrático de responsabilidad que tiene el Gobierno, incluso cuando vienen mal dadas, y el control consiguiente asignado constitucionalmente a la oposición, que no se resigna a presentar medidas eficaces para momentos de crisis y que el Gobierno se niega a tomar.