Ximo Puig – President de la Generalitat
Intento ponerme en su piel. En la piel de la mujer insultada, amenazada, vejada, maltratada, acosada, abusada, violada. Asesinada. Lo hago, como tanta otra gente, cada vez que apretamos los labios, con la mirada perdida, para guardar un minuto de silencio por una nueva víctima. Intento ponerme en su piel, digo. Pero no es fácil. No es fácil, en esta sociedad con crecientes cotas de libertad para todos, sentir el dolor, la impotencia y el miedo real de las mujeres que sufren la violencia machista.
Lo que sí siento –aparte de una profunda tristeza– es indignación y rabia.
Me indigna que, a las puertas del 2020, el terrorismo machista tenga atemorizadas a tantas mujeres inocentes en la soledad de sus casas, en la oscuridad nocturna de las calles. Me indigna que 84.000 mujeres valencianas –84.000: tantas como caben en el Mestalla y en el Rico Pérez juntos, y sólo de imaginarlo así estremece– estén registradas en el Sistema de Seguimiento Integral de Violencia de Género de los cuerpos policiales. Y me da rabia que ahora, después de tantos años de consenso social y político unánime, traten de abrirse paso en la sociedad española unas posiciones aberrantes que relativizan –cuando no minimizan– la violencia machista. Por ello, es imprescindible no dar ni un paso atrás en lo que constituye, sin duda, el combate social más importante de nuestro tiempo.
Porque sabemos qué ocurre cuando una sociedad y sus instituciones no reconocen la gravedad del problema.
Le Monde Diplomatique publica en su último número un artículo revelador sobre la plaga de la violencia machista en Rusia, donde más de 8.300 mujeres son asesinadas cada año. En ese país, cada 63 minutos muere una mujer a manos de su pareja o expareja. De los 47 Estados miembros del Consejo Europeo, sólo Rusia y Azerbaiyán no ratificaron ni firmaron en 2011 la Convención de Estambul sobre la prevención y la lucha contra la violencia de género y la violencia doméstica. Las autoridades rusas son reacias a reconocer la gravedad del problema y siguen considerando que la violencia conyugal se reduce a disputas de pareja. De hecho, las presiones conservadoras llevaron, hace dos años, a eliminar del código penal ruso que sea un agravante la existencia de un vínculo de parentesco entre el agresor y su víctima. Así, explica el artículo, cuando un ciudadano ruso golpea ahora a su mujer y no es necesario hospitalizarla, es sancionado con 70 euros: igual que si estacionara mal el coche o fumase en un lugar prohibido. Una auténtica vergüenza.
Con ello –y sabiendo todo lo que hemos avanzado en nuestro país en lo que va de siglo–, quiero alertar del peligro que acarrea ceder un milímetro a los intolerantes, que deberían quedar arrinconados y aislados por todos los demócratas.
Simone de Beauvoir escribió su legendaria frase: «No se nace mujer; se llega a serlo». Esto mismo, siguiendo la estela de bell hooks y otras abanderadas de la causa feminista, podemos decir del feminismo: «No se nace feminista; se llega a serlo». En la Terra d'Igualtat que defendemos los valencianos y las valencianas no caben los equidistantes con la violencia machista. Ya está bien de opresión de género. Basta ya de consentir discriminaciones y malos tratos, sean de la intensidad que sean. Ya está bien de indiferencia nihilista y de desviar la mirada. Esta lucha nos interpela a todos: a gobernantes y ciudadanos. Todas, y especialmente «todos», hemos de sentir el deber de ir cambiando: «No se nace feminista; se llega a serlo». Y ser feministas es una obligación moral, un deber ético, que nos hará mejores a cada cual y en conjunto.
El Consell lo considera una prioridad, como demuestra el hecho de haber pasado en cinco años de un presupuesto de 7,6 a 19,9 millones de euros para combatir la violencia de género. Hemos avanzado en la atención, asistencia y ayuda a las víctimas en todos los ámbitos. También hemos progresado en la detección precoz desde el sistema sanitario, en la concienciación del alumnado o en una mayor sensibilización social. Pero aún debemos ir más lejos. Porque nunca descansaremos mientras la violencia machista siga amputando la libertad y la igualdad de las mujeres y del conjunto de nuestro pueblo. «Si nos tocan a una, nos tocan a todas». Es una frase idónea para una causa que resulta importante internacionalizar allá donde las mujeres tienen menos libertades y son objeto de una mayor violencia. Ellas nos necesitan.
Quizá no sea fácil ponerse en la piel de una mujer que sufre la violencia machista. Pero yo, en la víspera del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, además de guardar duelo por las 1.027 mujeres asesinadas en España desde 2003 (131 en la Comunitat Valenciana), quiero mostrarle a esa mujer que estoy con ella. Que sufro con ella. Y que, juntos, compartimos una esperanza cada día más cercana: derrotar al terrorismo machista y a sus cómplices.