Artículo de opinión de José Fernando Martínez, «Charly».
La bofetada del cojo
El paisaje marca el temperamento de sus gentes. En Albacete, en sus llanos, no puedes esconder quién eres, tienes que ir de frente porque se te ve venir de lejos. Y como hasta no hace mucho el caciquismo mantenía dos clases sociales sin posibilidad de medrar o destacar a los individuos de la más numerosa, se daba una especie de solidaridad ente paisanos y vecinos que parecía estuviera marcado en su ADN. A pesar de ello, esto no evitaba que hubiera envidias y rencores entre ambas clases y que, con la llegada de la República se acentuaran, deformaran, enquistaran y radicalizaran a niveles insospechados.
Por razones que no me está permitido desvelar, Doña Consuelo López Ladrón de Guevara quería a mi abuelo que como si fuera su propio hijo o sobrino preferido, ya que era soltera. Esta mujer se había independizado de su familia porque no soportaba que sus hermanos entraran en su habitación sin llamar a la puerta. Poseía grandes extensiones de tierra, cientos de mulas para cultivarlas y diversas propiedades. Vivía con una hermana que estaba loca y en ocasiones era muy violenta. En estos casos todos salían huyendo porque además era muy fuerte. Solo temía a mi abuelo. Por eso, cuando tenía una crisis y se ponía a romper cosas y maltratar a todo el que se encontraba por delante, iban corriendo a buscarlo a la carpintería. Cuando acudía, con su sola presencia y una mirada sostenida se calmaba y se le transformaba la cara de demonio en ángel. En los casos más extremos la inmovilizaba con solo pronunciar su nombre. Con el tiempo, tuvieron que internarla en un manicomio de Murcia.
Una noche, una interna estuvo golpeando la pared contigua a su dormitorio cada dos minutos durante toda la noche. Este hecho, además de quitarle el sueño, hizo desarrollar una rabia insoportable y demencial en alguien que ya de por sí era demente y violento. A la mañana siguiente en un despiste de la monjas se metió en la habitación de su torturada, la agarró de los pies y con su descomunal fuerza la hizo girar hasta que estampó los sesos contra el quicio de la puerta y la mató.
Volvamos, tras este inciso que te puede dar una idea de la fuerza de carácter del hijo de la Partera, a un hecho que le aconteció por aquellos días.
José estaba recostado en la silla del barbero mirándose al espejo con los ojos entreabiertos y un poco cansados. Pensaba en los últimos pedidos de madera y el tiempo que le quedaba para terminar la fábrica de harinas. Afuera uno, uno de esos días fríos castellanos empañaba los cristales. Respiraba tranquilidad, una tranquilidad de 1935 en un pueblo pequeño. Como suelo ocurrir, siempre que todo parece que va bien se abre una puerta cuyo sonido presagia problemas. Y por aquella puerta apareció el Cojo Tecún dejando entrar un aire frío que sacó de golpe la ensoñación de José e hizo mirar al barbero por encima de las gafas con un gesto despectivo que desapareció cuando se volvió para seguir afeitando. Segundo después, le dio unos buenos días con la desgana que denotaba la poca simpatía que sentía por el recién llegado. Dejó tras de sí la puerta entornada y se sentó al tiempo que soltó un gruñido, crujió la silla y miró a José a través del espejo entrecerrando un ojo para enfocar. José le devolvió la mirada con impasibilidad.
¿Quién era este individuo? Había sido ladrón y proxeneta. Aunque tenía casi cuarenta años, por su mala vida, aparentaba sesenta. Pasaba el día en el bar Taranta esperando favores y ofreciendo negocios sucios en general, o poco decentes. Desde hacía un tiempo se juntaba con unos “comunistas” que tenían allí su tertulia, a los cuales se adhirió mostrándoles interés ideológico y apoyo a cambio de unas copas de anís. No entendía casi nada de lo que estos comentaban, pero todo le sonaba bien cuando parece que había que matar a los “señoritingos” y a los curas, e implantar burdeles gratis para el pueblo; y fantasías del estilo con las que se ganaban prosélitos en los estratos más bajos y entre los delincuentes .
Desde entonces de un lado a otro iba voceando máximas a diestro y siniestro con el fin de provocar, asustar y atemorizar a los que le parecían, a su apático y obtuso juicio, burgueses o le caían mal por cualquier otro motivo o envidia. Y fue ésta una de esas ocasiones en que, estando en la barbería detrás de José, se puso a pensar en voz alta con ánimo de provocar: “Todos los ricos son unos parásitos y todas las ricas unas beatas, como la Consuelo esa…”
A José estas palabras, y su tono de desprecio, le provocaron una corriente de rabia que le erizó el pelo. Sujetó la muñeca de la mano que sostenía la navaja de afeitar, se incorporó de un salto y, colocándose frente al cojo, se dirigió al Cojo y le propinó una bofetada como la del Pavano, que ni faltó cara ni sobró mano; un dicho muy popular en el pueblo que ha sobrevivido hasta nuestros días. Esto traería consecuencias al principio de la Guerra que ya te contaré.
Esto se pone feo
Con estos relatos el autor me transporta a esos tiempos y lugares que vivieron mis antepasados, deslizándose suavemente al fondo de mi corazón con el sonido de sus palabras.
Muchas gracias por vuestros comentarios. Bel, si te hace sentir así, entonces ha merecido la pena escribirlo. Un fuerte abrazo.