Artículo de José Fernando Martínez (Charly Rebel)
Aquella cinta de casete que me grabaste.
Un día cualquiera sucede, no se sabe bien el por qué, ni importa. Lo cierto es que te ves vaciando cajones y armarios; y entonces ocurre ese viaje nostálgico que nos va recorriendo con cada objeto melancólico que nos vamos encontrando: billetes de tren, entradas de cine, estilográficas secas, notas importantes con una caligrafía ininteligible, etiquetas de pantalones con un botón cosido, el puro de una boda, una canica, un diario de sueños de hace treinta años, un paracetamol pasado de fecha y un sinfín de cachivaches taciturnos y desolados. Habría que ver las caras de sorpresa y extrañamiento que ponemos con cada encuentro. A veces se trata de cajas dentro de cajas, baúles, trasteros… La aventura puede llegar a ser épica si se trata de un desván o buhardilla.
Hoy estaba ordenando un viejo armario donde he encontrado una caja llena de cintas de música grabadas en los años 70 y 80. Entre ellas había una cinta de casete de color blanco opaco, a la que se le cayeron las pegatinas hace tiempo y que me grabó una amiga en las primeras semanas de un romance que incluía cartas de amor, lírica y dibujos.
Como tú bien sabes, la música de estas casetes llevaba un mensaje subliminal que había que intuir y descifrar; se trataba de un lenguaje para melómanos avanzados. La pregunta que te hacías era si se trataba de la letra o del estado anímico que transmitían. Seguramente era tan sencillo como conjeturar que, mientras ella las escuchaba, pensaba en mí y que, por arte de magia de la fascinación amorosa, si yo le prestaba la suficiente atención, me encontraría con sus pensamientos y lo que pintaba yo en ellos. Todo lo cual daba mucho trabajo a la imaginación y a soñar despierto cuando al día siguiente tenías un examen de Historia de la Lengua Inglesa.
He metido la cinta en el radiocasete y comienza con Temped de Squeeze cuya atmósfera recuerdo que me devolvía una noche en que la ingravidez de la felicidad rabiosa y ácida se apoderó de nosotros como una emboscada, rodeados de mar y coronados de estrellas. El gozo del encuentro de dos niños que se soñaban mutuamente en fantasía inexplicables desde hacía años y acababan de encontrarse. Acto seguido aparece Jacques Brel en Le port d’Amsterdam y me recuerda que teníamos alma de marineros, y que mis palabras pasaban por la traducción al francés cuando le llegan; y todos sabemos que uno puede perderse en una traducción, que el idioma está lleno de trampas y laberintos invisibles, que había algo de augurio trágico en ese canto desgarrador, en esos desesperados marineros del puerto de Ámsterdam que anunciaban que, como le ocurrió a Macbeth, un día el bosque de Birnam avanzaría sobre mí. Pero pasas a la siguiente y el Club Tropicana de Wham te devuelve la calidez y la brisa del verano del amor. Luego llega el invierno y Aztec Camera nos despierta, nos dice que nos podemos mandar cartas aunque no estemos lejos y que puedo ver tu mirada en la mía para siempre, que ojalá estuviera en tus brazos para saber que todo lo que necesito es todo y que aquellos días fueron como los días que había visto en mis sueños los más locos.
Luego la cinta se detiene y su recuerdo resuena hermoso durante unas horas. Va a parar de nuevo a la caja, se queda ahí inerte, muda. Tal vez no la vuelva a escuchar nunca. Acabará en un contenedor de reciclaje algún día o en un anticuario del futuro. Quizás reaparezca en una novela de ciencia ficción girando en un aparato capaz de reproducir todos los momentos que protagonizaron sus melodías y las que quedaron adheridas para siempre.
Charly
Cuantos recuerdos tenemos guardados que al verlosvy tocarlos de nuevo,nos hacen revivir momentos antes vívidos.