Art. de opinión de Francisco Sánchez (Director de la Universidad CEU de Elche)

Ad maiorem dei gloriam

Esa es la seña de identidad de los jesuitas. «Para mayor gloria de Dios». Para mayor gloria del Pueblo de Dios, parafraseo yo, nos llega la buena nueva de nuestro Papa. Un Francisco. Uno que viene porque lo necesitamos. Todos necesitamos tener referencias. Y los católicos nos volcamos con la venida de uno que «habrá de venir para salvar a vivos y muertos». Porque será a Pedro como piedra angular del proyecto divino y humano. Que no hay oración sin Dios, ni oración sin el hombre. Porque llegados a este punto deberemos hacer examen de conciencia y volver a la esencia del cristianismo que es «Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo». Ya está.
Me senté en el sofá y me puse a llorar como un niño. Cuando se anunció el nombre sabía que era el Papa venido de ultramar. Sabía que era mi jesuita. Mi hijo me abrazaba y me preguntaba porque lloraba con tanta fuerza. Le dije que estaba profundamente feliz. Que mi Iglesia era más mía que nunca. Que mi fe era más viva y transparente que jamás hubiese imaginado. Mi hijo me dijo que él también tenía fe. Y Dios sabe lo que necesito que él salga adelante. Que sea un hombre de bien. Que piense en los demás, para ser buena persona. Que no juzgue a nadie, ni condene a ninguna persona. Que sea firme en sus principios de honestidad y lealtad a los suyos. Que haga de su familia un ejemplo de tolerancia y sobretodo de amor. Porque el amor es la herramienta más potente de la fe cristiana. Seguían cayéndome las lágrimas mientras pasaban todas y cada una de las imágenes de mi periplo estudiantil con la Compañía de Jesús. Como se cimentó en mí, en el Colegio de los jesuitas de Elda, Sagrada Familia, el necesario rigor académico. La lucha por la excelencia. Como se me pidió que para tener fe, debía de dudar. Porque la reflexión teológica y la filosófica no están exentas de la duda. Viven de ella. Que me alejase de aquellos que pontificaban con demasiada claridad de sentimientos tan profundos como nuestra relación con Dios. Que jamás mirase a los ateos con desprecio sino con calor humano. Nunca olvidaré ese espíritu ignaciano que me obligó a buscar a los mejores para compañeros de trabajo y no preguntarles si pensaban como yo. Sino si estaban dispuestos a aceptar nuestra fe como vehículo para compartir.

Yo fui un becario de ESADE, otra escuela de los jesuitas, donde llegué sin apenas poder pagar mi hospedaje. No me abandonaron. Se convirtió en la experiencia docente de los mejores. Donde nunca faltó la lección ética, que está basada en la propia raíz cristiana, de no engañar. Donde no se puede predicar si tu ejemplo personal no refleja esa dimensión de la que hablas. Donde nadie habla en nombre de Dios, ni nadie dice que Dios le ha dicho que eso es lo que se le ha encomendado. Donde los proyectos educativos no tratan de imponer, sino de convencer. Donde no se obliga a ponerse de rodillas, sino a abrir el corazón. Donde nadie busca pecadores o no creyentes, sino que abre la experiencia al conocimiento desde la Verdad. Donde no se habla de Jesús como una imposición sino como una alegría imprescindible de gozo.

No puedo pedirle al Papa nada. Ni siquiera qué tiene que hacer, o qué tiene que cambiar. Si puedo rogarle que sea él mismo. Porque si su espíritu, lleno de debilidad como el de todos nosotros, es libre para tomar las decisiones que él considere oportunas para nuestra Iglesia, el Espíritu Santo hará lo suyo. Claro que importa quién es el Papa, como importa quién es tu padre o tu madre. O tu alcalde, o tu presidente de Gobierno. Claro que no es lo mismo.

La mayor gloria de Dios será el cumplimiento fiel del mensaje de Jesús. No el poder, ni el dinero. Porque como dice San Juan de la Cruz: «Al atardecer de la vida, seremos examinados por el amor». Y el amor para los católicos es el amor al prójimo. Crea o no crea. «Nada me turbe, nada me espante. Sólo Dios basta», Santa Teresa de Jesús. Un nuevo Papa ha llegado. No lo prejuzgues. Ni a él, ni a tu hermano. Las cuentas finales tienen que ver con el amor.

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1 COMENTARIO

  1. Me ha agradado leer su artículo y, como guinda, las referencias a los dos grandes místicos españoles. Me alegra lo de llorar «como un niño», escrito sin ningún pudor. Es un texto intimista donde se percibe cómo late el corazón del autor. Felicidades por esa sincera comunicación.

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